Luis Ángel Aguilar Montero
Me toca empezar esta trilogía con algo que a nadie haría creer que somos tercos defensores de la esperanza, ya que debo relatar todo aquello que NO es la Buena Noticia y que, por tanto, NO es el camino adecuado para “recuperar la alegría”, al menos para nuestros hermanos, los pobres. Pero, tranquilos, que este número va cargado de motivos para la esperanza -como lo irán los tres restantes del año- aunque ahora nos detengamos en un análisis de la realidad social, eclesial y personal que nos remite a una cierta crisis de civilización. Un análisis que puede verse ampliado en las págs. 15-29 del librito que da título a este año de Utopía “Vamos a recuperar la alegría” y que no vamos a repetir aquí.
1. El opio del pueblo socio-político-económico.
En la sociedad, no es buena noticia ese creciente estado de crispación entre los principales partidos políticos por cuanto están deteriorando la convivencia política del país y creando un ambiente de permanente hostilidad y división social. La tensión territorial que hemos vivido con el célebre Estatut de Cataluña es un buen ejemplo de ello.
No vamos a recuperar la alegría al saber de ese aumento desorbitado de la desigualdad entre ricos, cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres, no sólo en el mundo, sino aquí en España. Qué vergonzosas las vallas de Ceuta y Melilla y qué tristes las algaradas de los coches quemados en las afueras de París.
La frustración de esa población considerada como “sobrante” no es buena noticia, como tampoco lo es el escándalo de la pobreza o el que los objetivos del milenio estén cada día más lejos de cumplirse, por mucho que nos acerquemos al pretendido 2015.
La falsa alegría de la publicidad, los bienes de consumo que supuestamente nos dan la felicidad, la lotería y los juegos de azar o que España se clasifique para el mundial no son la buena noticia que nos hará recuperar la alegría de la que hablamos.
El aumento de la xenofobia y las identificaciones entre inmigración y delincuencia no sólo no es buena noticia, sino que, por ese camino, cada día más envenenado, no avanzamos hacia la sociedad intercultural que necesitamos.
La construcción de helicópteros de combate “Tigre” en dos ciudades españolas, en las que se ha vendido como la mejor noticia del año –así como el progreso de toda la industria armamentística, el sangrante conflicto palestino, el permanente estado del terror en Irak, o la veintena de guerras que tiñen de hambre, muerte y sufrimiento más de medio mundo– no es buena noticia, por más que se jacte de ello un ministro de defensa o cualquier alcalde de turno.
El control del pensamiento ejercido por modernas instituciones y el de los MCS y de la propaganda para garantizar el pensamiento único y el adormecimiento de la opinión pública no es la vía por la que vamos a recuperar la alegría, pues es la forma que tienen los poderosos del planeta para controlar al pueblo como siempre hicieron.
Las agresiones ecológicas sobre el planeta y sus consecuentes efectos en forma de huracanes, tsunamis, terremotos o inundaciones no son buenas noticias, entre otras porque siempre se ceban contra los más indefensos, los pobres. ¿Por qué será así?
Las actitudes e intenciones de organismos tan inicuos como el Banco mundial o el Fondo Monetario Internacional, los siniestros Acuerdos de Libre Comercio para las Américas, la perversa Organización Mundial del Comercio o las tétricas reuniones de Davos y similares, no son buenas noticias para los pobres.
Y no es buena noticia el avance del capitalismo, porque, como dice J. M. Castillo, “este sistema está radicalmente incapacitado para poner remedio a este estado de cosas, lo aplique quien lo aplique”; y mucho menos el neoliberalismo –su forma de expresión más actual– por ser un sistema “pensado organizado y gestionado con la sola finalidad de acumular ganancias”.
2. Un cristianismo de la triste figura, desfilando al gheto.
La Buena Nueva no es, evidentemente, la rigidez de la que, cada día más, hacen gala nuestros obispos, ni la actitud ultradefensiva que tienen respecto a la sociedad, ni los reparos a los avances de la ciencia (recordemos el último cese del jesuita J. Masiá como catedrático de bioética); no es buena nueva la estigmatización que los jerarcas eclesiásticos hacen de la homosexualidad, ni la negación de la comunión a los divorciados (a los que ni el nuevo papa en su última encíclica, que versa precisamente sobre el Amor, nos reconoce dicho amor ni, por supuesto, el sacramento del matrimonio); no es buena nueva la ausencia de democracia interna en la Iglesia, ni la marginación que sufre la mujer en la misma, ni la falta de aceptación del celibato opcional (que fue –por cierto– en el s. xi cuando se impuso y no antes); no es buena nueva la miope, puritana y represiva concepción de la sexualidad que predican, ni las celebraciones tristes y trasnochadas que pretenden (no sé si será un síntoma, pero la pasada Navidad en un templo de los capuchinos de Viena pude escuchar una misa en latín y de espaldas a los fieles). Una vez más, esta forma de religión, que sólo reclama privilegios y poder para sí misma, es el verdadero“opio del pueblo”, además de presentarse como la cara más rancia de un cristianismo de la triste figura, que, como nos recuerda J. Perea en Iglesia Viva, desfila hacia el gheto (ese gheto al que aludía K. Rahner en 1972) en lugar de hacia la ciudad futura (LG 9) del Vaticano II.
Restauracionismo doctrinal es como Cristianos por el Socialismo (CpS) define esta situación en su último documento de trabajo para el 2006. Una restauración de la Iglesia que comenzó con el pontificado de Juan Pablo II para corregir la apertura que podía generar el concilio Vaticano II y que se caracteriza por la condena de la teología de la liberación, el silenciamiento de sus creadores y de cuantos teólogos mostraron simpatías, el cierre de editoriales, el cese de profesores, el traslado de obispos, el ataque a las comunidades de base, la intransigencia doctrinal, la negación de la colegialidad episcopal y la imposición del nuevo código de derecho canónico o del nuevo catecismo de la Iglesia católica. “No podíamos sospechar –señalan en CpS– el nivel de degradación evangélica, política y moral a que ha llegado en su conjunto la jerarquía en España. Nunca sospechamos que pudieran presidir una manifestación contra la extensión de los derechos civiles de unos colectivos, que pagaran a una emisora para insultar y sembrar odio y que mantuvieran un cómplice silencio ante el drama de los inmigrantes que morían a tiros en las vallas de Melilla o ante el crecimiento de la pobreza en España”.
Finalmente no creemos que sea una buena nueva ese gran apoyo de la jerarquía al Opus, ni el aliento a los nuevos movimientos eclesiales integristas, como neocatecumenales, focolares, kikos, carismáticos, legionarios de Cristo, comunión y liberación, etc. Tampoco vamos a recuperar la alegría con esa colaboración eclesial en todo lo que sea control del pensamiento de la opinión pública, lucha contra toda iniciativa gubernamental, so pretexto de una defensa evangélica que en realidad oculta el mantenimiento de los trasnochados privilegios que les concedía un no menos rancio concordato; no es buena nueva esa defensa de la religión en la escuela, ni menos aún ese descarado alineamiento con las políticas e iniciativas del partido popular que sólo está generando más desconcierto y división entre la ya bastante desengañada feligresía.
3. Los miedos tampoco sirven para recuperar la alegría.
En el ámbito de la psicología individual y social no vamos a ser tan extensos como en los otros dos, aunque somos las personas las que los influimos. No obstante, citaré los miedos en general y otros prejuiciosos miedos modernos: a que nos invadan, nos cambien nuestras costumbres, nos asalten por la calle, nos quiten nuestros bienes… El miedo, unas veces explícito y otras subliminal, es frecuentemente utilizado por los diversos poderes –sobre todo entre las clases medias– para que éstas vean como peligrosos a los pobres y, por consiguiente, se identifiquen con ese poder que les pide el voto. El miedo así utilizado es un mecanismo psicológico que resulta muy eficaz para doblegar voluntades y para crear ceguera o poner vendas que nos impidan ver lo que realmente está sucediendo. Se trata de la tercera forma de “opio del pueblo” de la que se deriva un constructo imaginario falso (recordemos cómo en la última encuesta del CIS el 65% de los españoles afirmaba que en España había muchos inmigrantes, cuando aún estamos por debajo de la media europea), a la vez que una brutal marginación del pobre, al que se le acusa de intruso, violento o culpable de todos los males. Qué triste que haya políticos, medios o instituciones que siembren pánico y confusión a costa de ellos (y para muestra el último botón: Armando de Miguel, auspiciado por la FAES del señor Aznar, vaticinando que la violencia de género aumentaría en nuestro país dado el elevado número de inmigrantes…).
Pese a todo este negro panorama, quiero terminar parafraseando a mi admirado J. L. Sampedro, que decía textualmente: “…cuantas más razones tengo para el pesimismo, más motivos tengo para la esperanza”; pues siempre se ha dicho que los grandes avances en la historia han venido precedidos por las grandes revoluciones o crisis. Además, como recuerda P. Casaldáliga en su última circular fraterna “La crisis es la fiebre del espíritu, y dónde hay fiebre, hay vida…” Esta gran crisis que estamos viviendo, tanto en lo personal, como en lo eclesial y en lo social, estoy seguro que será la mejor oportunidad para hacer nacer una nueva historia. Que otro mundo más justo es posible ya no nos cabe la menor duda porque lo estamos haciendo. De eso, de lo que sí es la Buena Noticia y de lo que podemos seguir haciendo para recuperar la alegría, es de lo que van las dos reflexiones siguientes. La realidad una vez analizada hay que asumirla y después transformarla. ¡Ánimo que esta es nuestra oportunidad!