Nacho Segura
Comunidad de jóvenes Ixoyé
Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, Madrid
Hace unos días, llegó a la comunidad de jóvenes laicos de la cual soy miembro, una petición para escribir un artículo acerca de la celebración, sobre nuestra visión de jóvenes de lo celebrativo en todos los aspectos, desde celebración religiosa, misas, cumpleaños y como nos situamos ante la diversión actual de los jóvenes. He estado tiempo dándole vueltas a este tema, tratando de encontrar alguna cuestión que diferencie nuestra visión de la celebración y de la diversión y la visión y la forma de divertirse de algunos jóvenes no creyentes. Y sinceramente, de primeras, no he encontrado muchas diferencias en el fondo… Tal vez en la forma, pero no en el fondo, porque en el fondo creo que buscamos lo mismo: compartir nuestras vidas, nuestro corazón con aquellas personas que tenemos cerca y a las que apreciamos. Este compartir y buscar la cercanía, creo que se traduce en nuestra forma de vivir la celebración y la diversión.
La visión de lo celebrativo tiene mucho que ver con la forma de vivir nuestra fe y con la forma que tenemos de participar e implicarnos en la Iglesia. La experiencia de sentirnos amados y cuidados por el Padre y por Jesús, nos ha llevado a una implicación activa en la Iglesia. Así, buscamos una vivencia de las celebraciones que esté integrada en la vida, que la retome y nos “relance” de nuevo a ella con una nueva mirada, que nos ayude a vivir más profundamente, nos de fuerzas para en-raízarnos de nuevo y que nos acerque e invite a los demás y potencie nuestro compromiso con el Reino. Creemos que esta forma de vivir la celebración ha de estar integrada en la Iglesia y compartida en la Eucaristía, nos ha de reubicar frente a Dios: que nos haga más pequeños, humildes y sencillos, como motor de la vida comunitaria y potenciadora de la fraternidad, con Esperanza y Utopía. Una vivencia de la celebración compartida y acompañada entre todos, vivida con alegría que sanee nuestras heridas y nos cure, desde los Sacramentos y lo cotidiano.
Así, gustamos de celebraciones en las que seamos partícipes y no meros consumidores. Eucaristías alegres, celebradas desde la vida de los que asistimos. Tratamos de celebrar los diferentes pasos que como grupo y comunidad hemos ido dando y compartirlos con la gente que nos rodea. Pero también celebramos cosas más “profanas”, de la vida. Nos gusta “enviar” a la gente que se marcha durante cierto tiempo fuera, a trabajar, estudiar o de cooperantes, para que sientan nuestro apoyo y que no sientan que marchan solos. Tratamos de implicarnos y estar presentes como comunidad en las celebraciones del matrimonio que han tenido lugar. En definitiva, celebrar desde la vida y con la vida.
Pero si nos ponemos a hablar sobre la forma de divertirnos y como vemos la diversión, es en este punto en donde más me cuesta encontrar una diferencia “externa” y clara con el resto de la juventud, si es que es posible clasificar a todos los jóvenes dentro de un mismo saco (que ya de primeras se me antoja imposible y reduccionista). Creo que en esto somos muy parecidos al resto de jóvenes de nuestra edad (entre 27 y 30 años). La forma que entendemos de divertirnos está muy lejos de los estereotipos que transmite la televisión y los periódicos, de los jóvenes que se juntan en plazas y parques a beber hasta perder el uso de sus facultades, aunque podría decir que tiene en común algo que ya he comentado anteriormente: compartir. Compartir nuestro tiempo, nuestras vivencias, risas, llantos o lo que se tercie, con las personas que tenemos cerca.
Disfrutamos con momentos tranquilos en los que poder charlar, contarnos nuestras vidas, reírnos de nuestros problemas y apoyarnos en nuestras dificultades. Nos gusta poder ir juntándonos en las casas (propias o de nuestros padres), para tener ratos de relax; en cuanto podemos hacer un hueco en nuestras agendas, salimos a pasar un fin de semana a la sierra para poder disfrutar del campo y de más tiempos juntos. Pero también disfrutamos juntos yendo al cine, a discotecas y sitios “de moda” de las zonas de marcha de Madrid; descubriendo nuevos locales, donde se coma bien y relativamente barato. En definitiva, nuestra forma de vivir la diversión radica en vivir una fraternidad en la que se comparta, en la que nos dejemos empapar la vida desde la globalidad (afectivamente, económicamente, espiritualmente y en la acción).
Como dije al principio, creo que no nos diferenciamos en mucho de otros jóvenes. Tal vez en la forma, sí. Pero creo que en el fondo, nos mueven a todos los mismas fuerzas. Nos mueve el compartir la vida con el hermano, el sentirnos queridos y poder transmitir a los demás algo del amor que hemos recibido. En el fondo, a lo mejor somos algo más conscientes (algo más, no mucho) de lo que nos mueve y los principios de ese amor, y nos lleva a buscarlo con más ahínco y a tratar de poner los medios necesarios para que esta forma de compartir y de divertirnos tenga un hueco en nuestras vidas. Pero sinceramente no creo que sea patrimonio exclusivo de los jóvenes cristianos. Tal vez sólo tengamos que recordarnos todos porqué nos divertimos juntos, porqué buscamos el salir o quedar en pandillas.