Salvador Santos
Traductor e intérprete evangelio de Marcos
La realidad sobrecoge:
Los mercados manejan la batuta. Los gobiernos, sobrepasados, interpretan la partitura en un escenario global dominado por ideologías de base capitalista. Triunfa el dinero. Los potentados controlan. El sistema se fortalece. Entre la inmensa multitud, los mejor posicionados colaboran, las clases medias consienten y una ingente masa de neutrales se deja llevar. Los insignificantes, en cambio, permanecen arrinconados. Ellos no cuentan. Son los últimos.
¿Qué hacer?
Ante esa misma incógnita estuvieron paralizados los discípulos de Jesús tras su ejecución. Algunas mujeres que habían confiado en él no se resignaron al fracaso y dieron con la respuesta: Seguir los pasos del Galileo. Sus palabras y sus hechos, frescos aún en la memoria, señalaban la ruta. Marcos recoge la gran intuición de las mujeres: “Va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os había dicho” (Mc 16,7).
La andadura significó, así, la continuidad del proyecto del Reino y la alteración de los códigos utilizados para interpretar la realidad. El vivo recuerdo de aquél inolvidable amigo de Galilea rescató, entre otras instrucciones suyas, su valiosa referencia acerca de los primeros y los últimos.
Esa idea relacionando dos realidades extremas se repite en los tres primeros evangelios con múltiples variantes y en diferentes contextos:
1) En formatos compuestos: primeros/últimos y últimos/primeros (Mc 10,31; Mt 19,30; 20,16; Lc 13,30); Grande/servidor y primero/siervo (Mc 10,43-44; Mt 20,26-27). El más grande/el más pequeño, el que dirige/el que sirve (Lc 22,26).
2) Con fórmulas simples: primero/último y servidor (Mc 9,35); el más grande/servidor (Mt 23,11); el más pequeño/grande (Lc 9,48).
En todos los casos es Jesús quien usa estas expresiones. Salvo en Mt 23,11 y Lc 13,30, siempre tienen al grupo de seguidores como único destinatario. Los abundantes testimonios subrayan la relevancia del mensaje contenido en dichos enunciados y confirman que tanto la idea base como la manera de concretarla provienen del mismo Jesús. Es muy probable que la formulación más próxima a él sea la de Mc 10, 31, recogida con exactitud por Mateo (19,30):
“Pero, todos, aunque sean primeros, han de ser últimos, y esos últimos serán primeros” (traducción de Juan Mateos).
La sentencia, de hondo sabor semítico y complicada lectura, suele dejar confundido al lector. Leída superficialmente, parece alejarse como un eco fuera del horizonte histórico. Su traducción literal resulta inviable:
“Ahora bien, muchos serán primeros últimos y los últimos primeros”.
Se impone, pues, una lectura detallada del texto para desentrañar el mensaje contenido en él.
La sentencia pone broche a la declaración anterior de Jesús a los discípulos (Mc 10,29-30). Así pues, va dirigida exclusivamente al grupo de adheridos a la sociedad alternativa donde Dios reina. Afecta, por tanto, a todos y a cada uno de los integrantes de ese colectivo.
El sujeto: muchos no sugiere excepciones. Equivale a todos. El arameo no contaba con un adjetivo para designar a una totalidad. Para expresar este concepto se utilizaba: muchos o los muchos; véase, por ejemplo Mc 10,45: “El Hijo del Hombre ha venido… para dar su vida en rescate por todos” (literalmente: “muchos”).
El futuro: serán tiene valor de imperativo. Este uso es frecuente. Se constata, por ejemplo, en Mt 21,3: “Y si alguien os dice algo, contestaréis (traducido: contestadle) que el Señor lo necesita”; o Mt 21,13: “Mi casa será casa de oración”. Por tanto, la subversión de primeros en últimos y últimos en primeros no es una promesa para un futuro incierto, sino una exigencia destinada a todos los integrantes de la comunidad.
La doble oposición entre primeros y últimos centra la atención del lector en los dos polos de la escala social dejando fuera de su mirada al resto de planos intermedios. Resulta lógico, Jesús apunta a las dos posiciones extremas de ese patrón determinante del sistema para reclamar a los suyos la tarea de invertirlo de forma radical en la sociedad alternativa.
Tras este primer acercamiento a la sentencia surgen algunas preguntas: ¿Cómo realizar esa inversión tan drástica? ¿Cuáles serían sus efectos? ¿Quiénes son los primeros? ¿Y los últimos? ¿Cómo se relacionan entre ellos?
Los primeros aparecen en Marcos como colectivo asociado a un territorio concreto (“los primeros de Galilea”; Mc 6,21) ocupando asientos de honor en el banquete de Herodes. Representan al estamento económico. Comparten mesa y mantel con la fuerza militar y el poder político. Durante el atracón, su silencio cómplice contribuyó al asesinato de El Bautista, la voz de los últimos.
Con ese boceto general de fondo, Marcos traza el perfil de los primeros con el personaje que inicia la escena anterior a la de nuestra sentencia (Mc 10,17-22). De entrada, no lo identifica; tan solo resalta sus prisas: “se le acercó uno corriendo”. El sujeto anda preocupado por el más allá. Al parecer, el más acá no le angustia; tiene la vida resuelta: “¿Qué tengo que hacer para heredar vida definitiva?” (v.17).
Jesús le remite a su código religioso: “Ya sabes los mandamientos” (v.19). No obstante, le aporta una visión tan nueva como atrevida. Omite las exigencias referidas a Dios y le menciona exclusivamente las de carácter social: “no mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, sustenta a tu padre y a tu madre”. La lección emerge inesperada, sencilla y obvia: no hace falta ser religioso; sí, en cambio, haber optado por la justicia. La vida definitiva no depende de creencias, sino de comportamientos.
Pero el Galileo no se conformó con el tijeretazo a la ley sagrada. Manipuló el último de los preceptos (Ex 20,17) y se las ingenió para sustituirlo por otro (“no defraudes”; Dt 24,14) más acorde a la condición del sujeto adinerado que tenía delante. Marcos revelará más tarde que era muy rico.
La lectura del texto completo de la ley citada resulta esclarecedora:
“No defraudarás [o no explotarás] al jornalero pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario” (Dt 24,14)
La vía que Jesús ofrece al hombre rico para que analice la procedencia de su riqueza nos permite captar con detalle qué pensaba él sobre los primeros, los últimos y la estrecha relación entre ellos.
Se sitúa en el plano económico. El rico es figura representativa de los primeros. Ha alcanzado una posición de preeminencia social y económica a costa de la explotación de pobres y necesitados. Ellos son los últimos. Viven al día en un estado de permanente necesidad. La praxis de acaparar genera primeros y últimos; privilegios y necesidad.
Entre primeros (ricos) y últimos (pobres) se da una perversa relación de mutua dependencia que Jesús denuncia como ilegal e inhumana. La vida de los últimos depende de los primeros a pesar de ser generadores de la riqueza de éstos. Los primeros se alimentan de la miseria de los últimos para alcanzar y mantener sus posiciones de privilegio.
El injusto sistema del que el rico constituye parte esencial le impide leer el planteamiento radical que Jesús le pone ante los ojos. Él analiza la justicia desde una posición que camufla la injusticia. No contempla, pues, su riqueza como producto del fraude a los pobres, ni observa la miseria como resultado de su riqueza. De ahí su contestación: “Todo eso lo he cumplido desde joven” (10,20).
El rico quisiera comprender, pero no puede. El sistema incapacita el entendimiento. Queda la praxis como medio ideal para vencer el muro que le aísla y encontrar la lucidez que le falta. Jesús le invita a abandonar el sistema de injusticia (“vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres”) e integrarse en la sociedad donde se vive la justicia (“ven y sígueme”) (v.21). La posición de último le permitiría valorar la injusticia de ser primero.
La oferta de Jesús al rico expone de forma práctica y diáfana el procedimiento para cambiar de ser primeros a ser últimos. Pasa por devolver el fruto de la injusticia. Se completa con la adhesión al proyecto del Reino, el espacio anhelado por los últimos. Porque la sociedad alternativa se distingue por la abundancia: “No hay ninguno que deje casa, hermanos o hermanas…, que no reciba cien veces más: ahora en este tiempo…” (Mc 10,29-30).
Los discípulos se resisten a entenderlo. Ellos no pertenecen al grupo de los primeros, pero aspiran a entrar en él. Siguen a Jesús, aunque ambicionan conquistar posiciones de privilegio: “en el camino habían discutido entre ellos quién era el más grande” (Mc 9,34). Jesús responde con una sentencia dirigida a los Doce cuyo contenido habla otra vez de primeros y últimos: “Si uno quiere ser primero, ha de ser último de todos y servidor de todos”. La comunidad de los seguidores de Jesús llega a ser sociedad alternativa cuando invierte el organigrama del sistema y se convierte en el espacio donde los pobres ocupan los lugares de privilegio.
El movimiento práctico que a continuación realiza Jesús no deja lugar a dudas: “Y cogiendo a un criadito, lo puso en medio de ellos, lo abrazó…” (10,36). Se trata de un aprendiz, el último en el escalafón de los servidores. Jesús lo coloca en el lugar preeminente: en el centro. Atrae toda la atención sobre el chiquillo-criado y se identifica con él, abrazándolo. Lo ha ascendido al puesto principal.
En la sociedad alternativa no se reconoce el poder o el dinero. La categoría de primeros corresponde a quienes prestan el servicio menos cualificado o de menor consideración. Solo asumiendo la condición y la función de últimos se consigue el reconocimiento de primeros. Esta es la única ambición admitida en la sociedad del Reino. El servicio menos distinguido se presenta como destino al que aspirar. Y, al tratarse de un encargo general, ese servicio iguala a todos: “todos, aunque sean primeros serán últimos, y esos últimos serán primeros”.
Mateo sigue a Marcos en su literalidad en 19,30 y repite la sentencia de Jesús en 20,16 invirtiendo el orden de la antítesis: primeros/últimos: “Así es como los últimos serán primeros y los primeros últimos”. El cambio responde al desarrollo de la parábola que antecede: los jornaleros contratados para trabajar en la viña (Mt 20,1-15). El ejemplo recalca que todos, empezando por los llegados a última hora, recibieron igual salario.
La lección es clara. La parábola hace referencia a la sociedad alternativa: “porque el reinado de Dios se parece…” (Mt 20,1) y descubre los códigos por los que debe guiarse la praxis de la comunidad.
Mateo ha añadido otro detalle práctico al sentido de la sentencia: Todos los integrantes de la sociedad alternativa serán iguales, ¡pero esa igualdad deberá comenzar por los últimos!
La sentencia de Jesús sobre los primeros y los últimos no es una promesa, sino un encargo que marca camino a la andadura de la comunidad. Esa hoja de ruta apunta:
Hacia dentro: exigiendo la eliminación de las grandes desigualdades económicas.
Hacia fuera: reclamando una praxis comprometida con los últimos como demostración de que, más que posible, otro mundo es ya real.
El Galileo propuso la igualdad como quehacer básico de la comunidad. Ella representa el triunfo de los últimos.