Javier Martínez
Decía mi abuelo que eso de que “los últimos serán los primeros” será en el Cielo, porque aquí eso no se ve. Esas palabras aparecen en Mt 20, 16, pero según algún exegeta no iban por ahí los tiros. Lo malo ha sido que la frase de mi abuelo ha sido argumento para que los últimos fueran y sigan siendo los últimos siempre, y argumento de la Iglesia Jerárquica.
A mi me resulta difícil creer que en el mensaje revolucionario de Jesús pueda tener cabida este argumento para que nada cambie.
No se puede leer esa frase de Jesús en clave conformista; las cosas son así, no se pueden cambiar, pero algún día en el más allá se transformarán para otorgar un merecido premio a quien tanto aguantó en este mundo. Esta postura sería un auténtico “opio del pueblo”, como Carlos Marx interpretaba la religión, un nocivo alucinógeno que nos evade de la realidad actual, que evita la acción transformadora, para dejar que todo continúe tal cual está y proyectemos nuestras esperanzas sólo en un más allá lejano.
Los últimos serán los primeros no en el cielo como una realidad instalada sólo en el futuro ultraterreno sino en el Reino de los cielos, pero el Reino de los cielos se está incubando aquí, se crea germinalmente en este mundo, comienza en la realidad que vemos porque de alguna forma, aunque no sea plena, se hace presente en el ahora.
Una auténtica interpretación de esta expresión evangélica es que los que son últimos para nuestro mundo deben ser los primeros para los que nos consideramos cristianos porque tenemos la misión en la medida de lo posible, no, más todavía, en empeñar nuestra vida en construir el Reino de Dios, de ser sus testigos y hacedores.
Nadie puede discutir que muchos cristianos y la Iglesia oficial han gastado muchos esfuerzos en atender a los pobres, o sea a los últimos de los que nos habla el Evangelio, pero hay que dar un paso más. Hay una frase de Paul Klee que creo que está en el espíritu del mensaje de Jesús y es que “No se está realmente con los pobres sino luchando contra la pobreza”.
No basta con que “algunos” últimos sean los primeros, hay que instalarlos a todos entre los primeros. Dicho de otra forma no cabe un Reino de Dios en el que haya primeros y últimos sino un Reino de Dios en el que todos estén en la misma posición, sin privilegios, sin discriminaciones, sin diferencias escandalosas de las que dice la Biblia que “claman al cielo”.
Recuerdo unas palabras de Helder Camara, contaba él que cuando daba pan a los pobres le llamaban santo pero cuando preguntaba por qué los pobres no tienen pan le acusaban de ser comunista. Preguntar por qué los pobres no tienen pan y luchar contra las causas estructurales de esta situación es una exigencia ineludible del anuncio evangélico.
Esté es el gran reto que hoy seguimos teniendo los que creemos en el mensaje liberador y revolucionario de Jesús: luchar contra las causas estructurales de la pobreza, denunciar la marginación y la esclavitud de millones de hombre y mujeres, porque nada humano nos es ajeno. Como dice el gran teólogo gallego Torres Queiruga “No haya nada humano que no sea divino, ni nada divino que no sea humano”.
Jesús nos hizo tomar conciencia de que todos somos hermanos, llamados a sentarnos juntos alrededor de la única mesa, esta mesa es el MUNDO, un mundo del que unos pocos se han apropiado mientras la inmensa mayoría vive con las migajas de los primeros. Me recuerda esta mesa a la de los caballeros de la Tabla Redonda, esa leyenda medieval tan conocida. Era una mesa redonda en la que tanto el rey como el resto de los caballeros ocupaban sillas iguales, no había presidencia, ni puestos honoríficos. La mesa a la que Jesús nos invita seguro que es también redonda, las que nosotros creamos no lo son, unas están sobre un alto estrado bien separadas de las demás, la mayoría están abajo, lejos, y sólo reciben las migajas de la mesa principal.
¿Cómo hacer presente el deseo de Jesús? ¿Cómo podemos cambiar las causas que generan la pobreza? Hoy se hace más necesario que nunca atajar las causas de una situación de desigualdad que nos acaba de estallar entre las manos dando lugar a una crisis que ha puesto en evidencia las deficiencias del sistema económico neoliberal, el sistema económico socialista hace más de 20 años que desapareció y tampoco demostró ser el adecuado. Ahora nos hablan de economía sostenible, del decrecimiento etc y los últimos se van cada vez más al fondo.
¿Puede ser que no tengamos nada que decir? me niego a creerlo. ¿Dónde está nuestra dimensión profética? ¿Dónde están los cristianos de la revolución sandinista? ¿Del Salvador de los 80? ¿No estaremos necesitando de una relectura de la Teología de la Liberación, o simplemente hacerla extensible a todo el mundo y no sólo en América Latina, los pobres son los mismos, los tiranos son los mismos, los oligarcas son los mismos,… ¿Estamos haciendo presente el Reino aquí y ahora o esperamos a que se resuelva todo en el cielo?.
No creo que ninguno de mis queridos amigos esperaseis que en esta sencilla reflexión os diese la receta de que hacer para que los últimos dejen de serlo. Sólo me atrevo a compartir con vosotros un texto de un proverbio italiano que dice así:
“Si cada pequeño hombre,
en su pequeño mundo
hace una pequeña cosa,
el mundo cambia”.