La Economía, lo mismo que la Política, está pensada por el hombre, dirigida por el hombre y para beneficio del hombre. Ahora resulta que la Economía está en crisis porque la Política está en crisis y hasta la propia vida y equilibrio del planeta están amenazados. El hombre se ha vuelto engreído, vanidoso, insensible, egoísta, violento, irresponsable, corrupto, se ha creído Dios y quiere imponer su ley y su dominio por la fuerza. A las personas que se rebelan o cuestionan su poder o sus decisiones (sus leyes) las machacan por la razón de la fuerza con todos los instrumentos institucionales a su alcance, hasta aniquilarlas o encarcelarlas. Se han inventado el término “terrorista”, con lo cual privan a las personas de todos sus derechos y pueden hacer con ellas lo que quieran sin ni siquiera escucharlas y menos juzgarlas. Así, los ciudadanos pierden su condición de humanos y todos los derechos inherentes.
El mundo así no tiene futuro y mucho menos la Economía. Por eso ha entrado en una crisis profunda, fruto de la avaricia, la corrupción y la irresponsabilidad de los hombres. Las mujeres han sido las grandes perdedoras a lo largo de muchos años: se han visto obligadas a realizar las tareas más duras sin ningún tipo de remuneración ni reconocimiento, han engendrado la vida, han cuidado de la vida y de la familia para sufrir a cambio la marginación del sistema económico: ni siquiera se les ha reconocido el derecho a una pensión propia y muchas abuelas sobreviven con la mísera pensión que les queda de su marido.
La crisis es una oportunidad para salir de esta situación irracional en la que sólo interesa el consumo desmedido de todos para aumentar las ganancias de unos pocos. La mujer debe imaginar primero una alternativa a este sistema económico machista e injusto y liderar después una solución en armonía con las personas y con la naturaleza. La mujer debe gestionar la soberanía alimentaria y sacar del mercado del negocio y la especulación todos los bienes y productos que sirven para alimentar y mejorar la calidad de vida y la salud de las personas, de la misma manera que en su día se declararon como bienes sociales irrenunciables la Sanidad y la Educación.
Gregorio Ubierna Güemes