MUJERES TRABAJANDO CON ADOLESCENTES

Cuando me propusieron escribir este artículo mi primera reacción fue de perplejidad… “Trabajo de mujeres con adolescentes”. En principio, y por aquello de la educación recibida, una se resiste a creer que haya diferencias entre hombres y mujeres por el simple hecho de su género. Después de unos días reflexionando sobre esta cuestión es evidente que sí existen diferencias aunque de manera objetiva no tendría por qué haberlas, y menos en los tiempos que corren.

Mi trabajo diario consiste en acompañar a niñ@s, adolescentes y jóvenes en su crecimiento personal. El hecho de vivir en un barrio periférico así como las especiales características del que hablamos (zona aislada, conflictos interétnicos, tráfico y consumo de drogas) hacen que el trabajo se vea tremendamente determinado y que las consecuencias las paguen, como siempre, los más débiles, en este caso l@s menores. Convivir cotidianamente con sus problemas, expectativas, dificultades a pie de calle, no en vano llevamos a cabo un programa de Educación de Calle, hace que la visión de la realidad que poseemos sea por supuesto parcial (no pretendemos otra cosa) y definitivamente del lado de l@s chavales-as.

Lo cierto, volviendo al tema que nos ocupa, es que sí encontramos diferentes maneras de hacer y posicionarse ante la realidad de l@s chavales y que innegablemente tienen relación con el género, aunque hay que tener presente que toda generalización es injusta y deja fuera aspectos de la realidad.

En el trabajo diario todos los temas relacionados con los sentimientos, las relaciones sociales y/o personales están reservados aún a la mujer. Las relaciones de cuidado y aquellas en las que se ejerce una responsabilidad sobre otros siguen siendo considerados “cosas de mujeres”. De hecho estoy segura de que a todas aquellas que trabajamos con adolescentes, y más aún cuanto más pequeños sean éstos, se nos ha llamado en alguna ocasión y por accidente “mamá” (cosas del subconsciente). No recuerdo esta escena en versión masculina. Por ello es relativamente fácil, dentro de su complejidad, establecer relaciones de vinculación con l@s adolescentes y éstas definitivamente conllevan un grado extra de implicación. Esto se ve exponencialmente incrementado en los casos en los que se trabaja con culturas que siguen manteniendo valores familiares tradicionales.

El que una mujer trabaje indistintamente con chicos y chicas no origina ningún problema y hasta es entendido como “lo normal” (caso aparte sería analizar qué es eso de “lo normal”). Sin embargo que un hombre, independientemente de su valía profesional, se haga presente en los lugares en los que se mueven los chavales se ve con recelo y desconfianza. Y no digo nada en cuanto ese trabajo se profundiza y llega a las familias… Un hombre lo tiene aún muy difícil para que le abran las puertas de una casa.

Encontramos además diferencias evidentes entre las actividades en las que ejercen su trabajo hombres y mujeres (al igual que la tan traída y llevada canción de las mujeres de letras y los hombres de ciencias). En el trabajo de la educación como proceso encontramos a un montón de mujeres implicadas (las carreras de “lo social”, sin ir más lejos, son un claro ejemplo) mientras que parece que aquellas actividades semideportivas, de multiaventura y en general aquellas relacionadas con la fuerza, el valor y otros valores tradicionalmente masculinos, estuvieran reservadas para los hombres.

En el fondo y desde la educación seguimos eternizando valores tradicionales con respecto a las diferencias sin apenas darnos cuenta. Así, es tan normal hablar de educadora, trabajadora social, etcétera, como de monitor de rappel (aunque evidentemente no se puede generalizar y, afortunada aunque lentamente, las cosas están cambiando).

Y así llegamos indiscutiblemente a la pregunta: Entonces, ¿qué es lo más positivo, qué es lo mejor para nuestr@s chavales-as? Evidentemente no voy a descubrir nada nuevo… Lo ideal, que a veces es lo más difícil de encontrar, sería trabajar en equipos mixtos que consigan aunar el lado femenino y masculino del trabajo si es que se puede denominar así. Y mejor aún si pudiéramos romper con esas diferencias. La realidad es que nos arreglamos como podemos y con lo que tenemos, que no es poco.

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