Juan San Isidro
Dicen que para dedicarse a la música hay que tener buen oído. Pues bien, os tengo que confesar que, cuando entonaba la lección, en mis primeras clases de solfeo, el desafine era tal que no podía evitar contagiar la risa a mis compañeros. Cualquier parecido entre lo que aparecía escrito y mi entonación eran pura coincidencia. Quizás influido por esta falta de aptitud, me ví obligado a optar por un instrumento que no presentara muchas dificultades de afinación: la flauta travesera. Desde entonces la música ha sido un elemento siempre presente en mi vida.
En todo este tiempo he tenido oportunidad de participar en agrupaciones musicales tan distintas como en una orquesta sinfónica y de cámara, en grupos de música celta y pop-rock, en una charanga del barrio y, cómo no, en el coro de la parroquia. En estas agrupaciones musicales la música me ha permitido:
- Expresar lo que soy: hago algo que me gusta, procuro hacerlo lo mejor posible y el resultado puedo compartirlo.
- Conocer mucha gente, descubrir el resultado de la escucha activa y del trabajo en equipo.
- Participar activamente en la celebración de mi fe.
Ahora bien, si juntara todos estos ingredientes en una única experiencia musical, entonces tendría que hablar de Senderos. Embarcarme en este proyecto ha supuesto fundir muchas de las cosas que son importantes para mí: la amistad, la fe, la denuncia, el compromiso y, cómo no, la música.
Desde hace más de diez años con nuestras canciones nos sumamos a la voz de todos los que lucháis por un mundo más justo. Denunciando en nuestras letras la injusticia y anunciando de una forma implícita los valores del evangelio como una alternativa que puede ayudar a transformar la realidad.
Son muchos los momentos que han marcado nuestra experiencia: ensayos, conciertos, viajes, vacaciones, reuniones, … Pero lo que nos ha hecho crecer y avanzar sobre todas las cosas ha sido las ganas de compartir nuestra experiencia, ofreciendo la música como herramienta de reflexión y transformación. Fruto de esta motivación, nos embarcamos en la aventura de grabar un disco. Elegimos como canal de distribución el precio libre. Esto significa que el precio del disco lo pone la persona que lo compra. Todo lo que se recaude después de cubrir los gastos de producción y fabricación va destinado a subvencionar proyectos solidarios.
No os podéis hacer una idea del impacto que suele causar en la gente ofrecer algo sin un precio predeterminado. Unos lo aceptan estupendamente porque les parece una idea transgresora y antisistema, sin embargo otros se sienten tan desorientados que se bloquean y acaban rechazándolo.
Ahora bien, esta forma de intercambio también es difícil para la persona que lo distribuye, que es mi caso. Reconozco que esta experiencia me ha ayudado a descubrir y a superar la tendencia a valorar las cosas por el precio que tienen. Imaginad que después de pedirte el disco, al margen de su aportación económica, alguien te dice: “Rezaré mucho por vosotros”, ¿acaso existe mejor moneda de cambio?
Por último, no querría dejar de expresar las sensaciones de gratitud que siento hacia todas las personas que con su apoyo contribuyen a mi dedicación musical. No es fácil convivir con una persona que de vez en cuando se encierra en la habitación y toca una y otra vez la misma escala.
Como el papel no me permite cerrar el artículo con un acorde, poned música vosotros a estas dos palabras: Chin, pon.