Luis Pernía Ibáñez (CCP Antequera).
Los años 2016 y 2017 están siendo años de sufrimiento y de miedo para millones de personas. La falta total de respeto a los derechos de refugiados e inmigrantes, la externalización de fronteras de la Unión Europea a cambio de dinero para países que aceptan ser policías protectores de las fronteras europeas, la excusa de la necesidad de militarizar fronteras para ocultar el beneficio del desarrollo de la industria militar, junto con el desprecio de los acuerdos internacionales, el silencio cómplice y la culpabilización de los que vienen… son signos de que la vida de muchas personas es algo sobrante.
Decíamos en el número anterior de Utopía que el paradigma de los tiempos modernos es el escándalo de los ricos, percibido desde una desigualdad creciente que pone en peligro la Naturaleza y la propia vida humana. Sí, la vida humana, la de la población “sobrante”, en términos del papa Francisco, o de los “perdedores”, como decía Eduardo Galeano.
Para millones de personas, 2016 y lo que va de 2017 son años de sufrimiento y miedo, en los que gobiernos y grupos armados cometieron y cometen abusos contra los derechos humanos de múltiples maneras. Grandes zonas de Alepo, la segunda ciudad más populosa de Siria, quedaron reducidas a escombros por los bombardeos aéreos y las batallas en las calles, mientras que en Yemen continúan los crueles ataques contra la población civil. Desde el empeoramiento de la difícil situación del pueblo rohingya, en Myanmar, hasta los homicidios ilegítimos masivos en Sudán del Sur, desde las brutales medidas contra las voces disidentes en Turquía y Bahrein hasta el auge del discurso de odio en buena parte de Europa y Estados Unidos, se crearon situaciones que hicieron del mundo un lugar más sombrío e inestable. Mientras tanto, la distancia entre el deber y la acción es abismal, adquiriendo en ocasiones proporciones pasmosas, como la falta de acuerdo de los Estados que asistieron, en septiembre de 2016, a la cumbre de la ONU sobre personas refugiadas y migrantes a la hora de dar una respuesta a la altura de las circunstancias. Ni una palabra de esas 75.000 personas refugiadas que permanecían atrapadas en tierra de nadie en el desierto entre Siria y Jordania.
Ciñéndonos precisamente a las personas inmigrantes y refugiadas, encontramos que las cifras hablan por sí solas. Pero que no son números, que son personas. 30.000 personas han fallecido en los últimos 15 años en su intento de llegar a Europa. En 2016 se contabilizan más de 5.080 muertes y más de 1.800 en lo que llevamos de 2017. En este terreno, de manera especial, la vida humana es moneda de cambio en función de intereses económicos inconfesables. ¿Dónde podemos verlo?
En la externalización de fronteras
Externalizar las fronteras es pedir que otro país haga de policía para que no pasen inmigrantes a cambio de dinero. Desde hace unos años, la externalización de fronteras hacia países como Marruecos, Libia, Malí, Senegal o Mauritania se ha convertido en piedra angular de las políticas de UE. Se trata de un amplio dispositivo militar y policial, que prioriza frenar los flujos migratorios sobre el respeto a los derechos humanos.
En 2011 las revueltas árabes del Norte de África ejemplificaron esta realidad. Desde el inicio de los conflictos, y paralelamente al reconocimiento público de la valentía de las personas que tomaron la calle para derrocar a sus gobernantes -hasta entonces, grandes aliados de Occidente-, los esfuerzos se centraron en impedir la llegada de las personas que huían en busca de protección internacional. Se intensificó la vigilancia de las fronteras exteriores a través del refuerzo del FRONTEX y, por primera vez, se reformuló el Acuerdo de Schengen, aumentando los controles interiores. Consecuencia: ese año de 2011 más de 1.500 personas perdieron la vida o desaparecieron en el Mediterráneo, el año más mortífero desde que se comenzaran a registrar cifras.
En la militarización de las fronteras en aras de la industria militar
Según revela un nuevo informe publicado el 16 de diciembre de 2016, la inversión de la Unión Europea en medidas de seguridad fronteriza experimentó un gran aumento en 2016, y las principales beneficiarias fueron destacadas empresas de armas y seguridad.
El informe Guerras de frontera II, publicado por la Campaña contra el Comercio de Armas de los Países Bajos (Stop Weaponhandel) y el Transnational Institute, se basa en una investigación que revelaba que la industria que se beneficia de la militarización de la seguridad fronteriza es la misma que alimenta los conflictos y las violaciones de los derechos humanos en Oriente Medio y el Norte de África. Tres de los principales beneficiarios de los contratos de seguridad fronteriza —Airbus, Finmeccanica y Thales— también se encontraban entre los cuatro principales comerciantes de armas europeos que estaban vendiendo activamente a países de Oriente Medio y el Norte de África.
Este último informe desvela que:
– el presupuesto de 2016 de la Agencia Europea de Guardia de Fronteras y Costas, 238,7 millones de euros, registró un aumento del 67,4% con respecto a los 142,6 millones de euros de 2015. El presupuesto de 2016 del Fondo de Seguridad Interior de la UE se incrementó un 22%, hasta un total de 647,5 millones de euros.
-estos aumentos presupuestarios han fomentado el auge del mercado de la seguridad fronteriza, que se prevé que crezca a un ritmo anual aproximado del 8% hasta 2021. Las empresas Airbus, Leonardo, Safran y Thales fueron noticia en 2016 por cuestiones relacionadas con contratos de seguridad fronteriza. Las empresas de tecnología de la información Indra, Advent y ATOS consiguieron importantes contratos para desarrollar proyectos de identificación y seguimiento de refugiados.
-la UE está aumentando de manera notable las operaciones militares en sus fronteras, a veces en colaboración con la OTAN, en el marco de varias misiones: Sofía (Libia), Tritón (Grecia), Poseidón (Italia), Hera, Índalo y Minerva (España).
-los países europeos —en especial el Reino Unido, Francia, Bélgica y España— han seguido exportando armas en 2016 a Oriente Medio y el Norte de África, sobre todo a Arabia Saudí, a pesar de la participación de este país en los conflictos de Siria y Yemen, que han alimentado el flujo de los refugiados.
En la proliferación de vallas y concertinas
Las vallas de seguridad en las fronteras europeas se han expandido notablemente en 2016 — en Austria, Bulgaria, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Macedonia, Turquía y Ucrania—, acompañadas de frecuentes denuncias de violencia contra los refugiados por parte de los guardias de seguridad desplegados en las fronteras, así como de milicias de extrema derecha (en ocasiones, en connivencia con la policía).
Pero las llamadas concertinas, alambres con cuchillas, iniciaron su triste periplo en las vallas de Ceuta y Melilla, convirtiéndose en un cruel ejemplo de hasta qué extremo puede llevar la concepción de una Europa fortaleza, insensible al sufrimiento humano en aras del control de la inmigración.
En la renuncia y menoscabo de los acuerdos internacionales.
Este continuo endurecimiento de las políticas migratorias y de asilo supone un incumplimiento de los convenios y tratados internacionales. Especialmente afectados resultan los artículos 13 y 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, que establecen el derecho de toda persona a la libre circulación y el derecho, en caso de persecución, a solicitar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
Destaca sobremanera el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, que cumple ya un año y que expone a los migrantes al riesgo de ser perseguidos en sus países de origen en caso de ser expulsados. El acuerdo ha funcionado en algunas partes en términos de descenso del número de llegadas – según la UE, éstas se han reducido en un 97%-. Sin embargo, miente, porque no ha disminuido, en realidad, el número de personas fallecidas. No ha disminuido el número de muertos, sino que ha aumentado. Han muerto menos en el Mediterráneo oriental, pero más en el central. Según la Organización Internacional para las Migraciones, en el año 2016 han muerto 5.082 personas (una media de 14 al día) en su intento por llegar a la Unión Europea por alguna de las rutas del Mediterráneo. Recordemos que ya el 2015 murieron 3.777, 2.000 más que en 2014.
En el silencio cómplice
Porque las expulsiones en caliente se han seguido produciendo tras la tragedia del Tarajal, aquel fatídico 6 de febrero de 1914, símbolo de la política migratoria y de fronteras del Gobierno español, con un lamentable menosprecio hacia la vida humana, y porque las víctimas y las familias de los fallecidos siguen esperando una reparación.
Efectivamente, después de la tragedia de la playa del Tarajal, en la que murieron ahogados quince subsaharianos, las ONG denunciamos que todavía no se ha hecho justicia, a pesar de que se haya reabierto el caso en un juzgado de Ceuta.
Los 23 supervivientes que llegaron a la frontera fueron entregados inmediatamente a los agentes marroquíes de manera irregular, a través de la valla, sin tener en cuenta si se trataba de potenciales asilados, lo que popularmente se conoce como devoluciones en caliente.
Un silencio cómplice de lo que pasa en las fronteras es el denominador común de nuestros gobiernos y de los medios de información.
Es el mito bíblico del chivo expiatorio
En la deriva de la desigualad, pues, según Oxfam-Intermon, el 1% de la población tiene el 90% de la riqueza y el 90% de la población tiene el 1% de la riqueza, surgiendo, con una fuerza inaudita, el mito de que son los inmigrantes los causantes de nuestra debacle. Ellos vienen a “robar” nuestro estado de bienestar, a usurpar nuestros puestos de trabajo, a llenar nuestras calles de inseguridad. Este mito sigue activo hasta el extremo de que cada día se invierte más en medios militares y muros, y se promueven más grupos de extrema derecha. Sin embargo, si nos paramos a pensar, esto es solo una maniobra de distracción que convierte a las víctimas en acusados. No son la “marabunta” que nos invade. Fijándonos en la migración africana, lo primero que nos sorprende es que de cada 10 personas que migran, ocho se quedan en países de la zona y dos solo se dirigen a Europa. Además, basta escarbar en el porqué de esas migraciones para entender que muchos ciudadanos africanos tienen que emigrar por el expolio de la riqueza de sus países y por los conflictos inducidos desde Occidente con fines inconfesables. No es más que otra cara del escándalo de los ricos.
Mientras la UE mira hacia otra parte y sus políticas migratorias y de refugio hacen de alfombra roja a la extrema derecha, queremos denunciar no solo la creciente desigualdad entre ricos y pobres, sino que se haya puesto precio a la vida de muchas personas inmigrantes y refugiadas, o dicho de otra manera: eliminar a la población sobrante.