Reflexión ¿Adiós al campesinado?

 

Jerónimo Aguado Martínez, campesino

Todavía somos muchos y muchas. Más del 50% de la población mundial tenemos rostro campesino. Vivimos en pequeñas aldeas y pueblos, y nuestra razón de ser se determina por nuestro vínculo a la tierra que amamos y no agredimos, y por nuestro respeto hacia el entorno que nos acoge donde se produce lo esencial para la supervivencia humana.

Pero hemos de reconocer que las sociedades rurales tal y como las hemos conocido están en declive, muy especialmente en los países “desarrollados”, donde muchas de sus regiones se encuentran en procesos irreversibles de abandono, con tasas de población que anuncian un desierto demográfico, donde los agricultores y agricultoras responsables de la producción agrícola y ganadera prácticamente han desaparecido, dejando la gestión de los territorios agrícolas en manos de grandes empresas, que, aplicando modernas tecnologías, sustituyen la presencia humana en los diferentes procesos productivos.

La pregunta que ronda por la cabeza de muchas personas preocupadas por este fenómeno es el porqué de este despropósito y qué se esconde tras este acontecimiento global de querer desmantelar las comunidades campesinas en cualquier región del mundo.

Desde la lógica del sistema capitalista, la respuesta es simple y sencilla: las campesinas y los campesinos sobramos (un colectivo más para incluir en las listas de los sobrantes de la sociedad de la opulencia), no somos productivos ni competitivos en una economía globalizada, nos falta espíritu empresarial, formamos parte de un conglomerado de culturas trasnochadas que tienen que ver más con la prehistoria que con la realidad actual.

Cierta progresía de izquierdas, amantes también del progreso sin límites, contempló al campesinado como un lastre de la sociedad actual, un colectivo residual e inoperante en la era de la modernidad, definiéndonos como pobres, feos, tontos y de derechas; augurando con demasiada anticipación (década de los 60 del siglo XX) la desaparición del campesinado..

Cierto es que el campesinado no encaja dentro de las lógicas del capital; es un estorbo…  Las comunidades campesinas en cualquier parte del mundo tenían la capacidad de SABER VIVIR (y aún la tienen en muchas regiones donde su aniquilación está siendo más difícil por la resistencia de sus poblaciones) en el territorio al que pertenecían sin esquilmarlo y porque sus conocimientos sobre el manejo de los recursos locales (tierra, bosques, agua, semillas, alimentos,…) para generar bienes para la sobrevivencia de la comunidad local rayaban la perfección, lo que les permitía ( sin estar exentos de muchas dificultades…) ser soberanos energética y alimentariamente, principios básicos para mantener la autonomía y el autogobierno de sus pueblos, a la vez de ser creadores de diversidad de modelos comunitarios sustentables, sin ser conocedores del principio teórico de tan manido concepto.

Pero al modelo de desarrollo vigente (a pesar de incluir en sus propósitos la sostenibilidad como valor) no le interesan personas y pueblos con capacidad de autogestionar su vida. Al modelo le interesó proletarizar al campesinado, sacarle de su entorno natural para utilizarlo como mano de obra barata para construir las diferentes fases del capitalismo, bajo el engaño y el espejismo creado de que era mucho mejor vivir en la gran urbe, trabajando en una fábrica donde vender tu fuerza de trabajo a cambio de un salario (monetización de la economía) que te permitía incorporarte al delirio de la sociedad de consumo.

Este es el inicio del proceso de desaparición del campesinado en la era pre y post industrial, continuando con esta sin razón en la era de la globalización. Millones de campesinos y campesinas cambiaron de rumbo en sus opciones de vida, creyeron más en el oro prometido que en sus formas de vida creadas a golpe de experimentación y de construcción colectiva, abandonaron el principio del trabajo como forma y medio para vivir por el trabajo para ganar dinero y consumir.

La lógica del modelo sigue imponiéndose, las nuevas tecnologías en la agricultura y la ganadería (modificación y control de la genética, la informática y la robótica, la expansión de la agricultura química), el acaparamiento y la privatización de los recursos naturales (tierra, agua, semillas) y el control de los mercados globales por las corporaciones multinacionales que cuentan con el beneplácito de la mayoría de los Gobiernos del mundo, agudizan los procesos de abandono del campo y ponen en riesgo la vida de millones de comunidades campesinas en todo el mundo.

Pero en un Planeta que se enfrenta a grandes problemas (cambio climático, desertización, falta de agua potable, dificultad para acceder a los alimentos a 1000 millones de personas,…) como fruto del modelo productivo y de consumo impuesto por la lógica del capital (productivismo y crecimiento sin límites,) el hecho de desmantelar las culturas campesinas supone destruir un legado imprescindible para abordar el futuro del ser humano en su estancia en la casa común.

Hacer desaparecer el campesinado supone quedarnos sin referentes de las personas que a lo largo de miles de años fueron capaces de vivir con poco, con lo que les aportaba el territorio donde se ubicaban, gestionándolo con criterios de sustentabilidad, produciendo minimizando los costes energéticos, manteniendo la biodiversidad agronómica y paisajística a la vez que se producían alimentos, cuidando los suelos, gestionando minuciosamente el agua y toda una serie de prácticas que permitían la autosuficiencia energética y alimentaria.

La sociedad actual, ¿podrá prescindir de este valor inmaterial con olor a tierra y sabor campesino?

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