ELENA CANO Y ÁNGEL LÓPEZ
Pb (PIB.: PROYECTO INTERCOMUNITARIO DE BASE) Murcia
No estuvimos pero sabemos que algo tiene que ver con nuestra forma de ser cristianos, pues pertenecemos a un grupo de comunidad juvenil de Murcia que crece al amparo de las Comunidades de Base, nacidas a partir de aquel momento de la Iglesia en que había ganas de redefinir las cosas.
Conocemos la intención renovadora de algunos de los que participaron en el Concilio que consiguió cambios importantes en las formas de vivir y transmitir la fe, pero existen otros que se encargan de no permitir que demasiado aire fresco resfríe antiguas ideas más propias de un libro de protocolo que de una guía espiritual liberadora.
De una simple declaración de principios no surge una verdadera Iglesia-madre que dé luz a esta sociedad para enseñarle la riqueza de una vida de valores auténticos, así que en la práctica vemos unos contrastes en su seno que hacen una institución no tanto plural sino paradójica: el clamor de los pobres frente a tanta opulencia, la desigualdad de oportunidades entre mujer y hombre se hace sangrante, un “siempre ha sido así” frente a la evolución social en cualquier ámbito, una moralidad desfasada más encaminada a la búsqueda de represión que de felicidad, una sociedad actual en la que hay una relajación en las formas frente a la excesiva importancia de los ritualismos, la defensa de una unidad familiar como escuela de valores frente a la terca exclusión de lo novedoso, un ejemplo en Jesús de vida comunitaria frente a su estructura jerárquica, el miedo innecesario a perder el misterio a causa de los avances científicos… Esto es, que realmente el cambio le cuesta tanto que cuando vaya a vivir el presente ya será más que pasado.
Aún así, del Concilio nos quedamos con que favoreció el nacimiento de movimientos cristianos que han tomado su talante y que hacen mucho bien al mundo y a los creyentes que apostamos por ello, pero está claro que la Institución no recoge este espíritu. Las consecuencias no nos alejan de nuestra opción, ni nos da miedo que se vacíen los templos ni las clases de religión, pero sí nos da el que esto provoque una pérdida de la dimensión espiritual que es una estupenda alternativa al modelo de vida individual y materialista que hoy tan fácil y tentador se nos propone.
Aún no pedimos obispos con sotanas de comercio justo pero lo que no entendemos es por qué hemos de luchar dentro de la Iglesia por unos valores que creemos que ella sería quien debería enseñarnos. Así que 40 años después se podría replantear aquel espíritu renovador del Concilio y retomar los buenos propósitos, pero haciendo el esfuerzo inicial por parte de todos de mirar hacia delante y definir la manera cristiana de construir ese otro mundo posible, que se parece mucho a aquel Reino de Dios que Jesús nos sigue animando a construir cada día.