Coordinadora de Comunidades de Base de Logroño
La zona nordeste de Logroño, en la margen derecha del Ebro, es la zona de mayor densidad de población emigrante en la ciudad. Dos barrios con nombres típicamente cristianos, San José y Madre de Dios, acogen gentes que vienen, fundamentalmente, desde Marruecos, Bulgaria, Pakistán, Rumanía, Congo e India. Todos nos cruzamos a diario por las calles de estos barrios en las que hay carnicerías musulmanas, locutorios pakistaníes, bares marroquíes, una iglesia evangélica a la que van muchos de los subsaharianos, locales de encuentro de europeos del Este, una sala de oración (no puede llamarse mezquita) musulmana, dos parroquias católicas, una parroquia ortodoxa, dos asociaciones de vecinos y, sobre todo, gentes de variado color de piel, de lenguas y de más variado estilo aún de vestimenta. Bastantes miembros de Comunidades Cristianas vivimos en estos dos barrios.
Es imposible que tanta variedad cultural y religiosa te deje indiferente; y es, desde luego, muy difícil que alguien se imagine un futuro en el que unas personas podamos vivir en estos barrios como si las otras no existieran.
En este contexto, al que hay que añadir el de las asociaciones que trabajan en la acogida de inmigrantes, nació la idea de que podía intentarse hacer algo juntos. Nada mejor para unirnos que orar juntos por una paz que todos deseamos; pero una paz que admita la riqueza de las diferencias y, sobre todo, la justicia de la igualdad de derechos. El aniversario de la muerte de Gandhi, a finales de enero, era un buen momento. Y todo el mundo se volcó en ello, desde las asociaciones de vecinos hasta las culturales y religiosas.
Se programó una oración que constaba de diferentes partes, según los credos religiosos y las lenguas. La comenzó el imán pakistaní, al que acompañaban unos ciento cincuenta compatriotas, con el saludo «La paz y misericordia de Al-lah sea con vosotros», al que siguió la lectura de varias suras del Corán y una exhortación religiosa, casi todo ello en lengua urdú. Los marroquíes leyeron a continuación otras suras coránicas a las que precedió el canto de una oración en árabe. La comunidad católica, presidida por una mujer, leyó varios fragmentos breves del evangelio en los que se habla de la paz, de la reconciliación y del amor; le siguió una oración por la paz y un texto de Gandhi, para terminar con la canción de Víctor Manuel y Ana Belén «Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente…, que lo injusto no me sea indiferente…, que la guerra no me sea indiferente…, que el futuro no me sea indiferente…». La comunidad ortodoxa se unió a esta oración católica. Finalmente, la comunidad evangélica, mayoritariamente compuesta por subsaharianos, leyó nuevos textos evangélicos y de las cartas de Pablo; su pastor hizo una exhortación sobre el amor, y, para terminar, cantaron un precioso espiritual negro, a voces, acompañadas de guitarra eléctrica, en lengua lingala. Antes de terminar, cada comunidad presentó un símbolo religioso: el Corán, la Biblia, un cirio encendido… Concluyó la oración con el recitado común, en todas las lenguas a la vez, de la plegaria de S. Francisco de Asís «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz». Todos pedimos lo mismo en árabe, urdú, rumano, lingala y castellano. Casi seiscientas voces se unieron en esa oración final. Luego compartimos todos una merienda, con los alimentos típicos de cada sitio.
En resumen: una experiencia muy profunda que tenemos ganas de repetir, porque de lo que se trata es de buscar lo que une a los seres humanos y no lo que los divide, pues «no hay distinción entre judío y griego [entre musulmán y cristiano, entre ortodoxo y católico], porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan» (Rom 10,12).