Luis PERNÍA
En el siglo I, en tiempo del imperio romano, el poeta Juvenal escribió, en una de sus obras, la expresión “panem et circenses”: pan y juegos del circo. Frase peyorativa que ironiza la práctica de los emperadores romanos que, para mantener tranquila a la población y ocultar sus canalladas, proporcionaban alimento y diversión gratis: regalaban trigo, panes y entradas para los juegos del circo (circenses), carreras de cuadrigas, luchas de gladiadores y otros. Así mantenían al pueblo distraído y alejado de la política. En tiempos más recientes, para referirse a tal práctica gubernamental, antes se decía “pan y toros” y ahora, “pan y fútbol”.
El negocio de pan y circo es en realidad el negocio de la mentira, o dicho de otra manera, el humo que se proyecta para no ver la realidad. Así los ciudadanos españoles, en más de un 70 %, conforman su opinión a través de la información que ofrece la TV, ya que España es el país de Europa que menos lee el periódico. Y no es que los periódicos proclamen verdades, mas tampoco los libros ocupan su lugar. Pero no es solo la desinformación, sino sobre todo la ceguera ante “el estado de injusticia”. Contaba Saramago, en un artículo, que un campesino, harto de los atropellos del señor feudal, allá por el siglo XVI, se decidió convocar al pueblo tocando las campanas “a muerto” según la costumbre de aquella época. Los campesinos acudieron sorprendidos de que no había ningún difunto preguntando al inesperado campanero el motivo de aquel repique. “He tocado a muerto por la injusticia, porque la justicia ha muerto”. Así pretendía, quizás en un último intento, de despertar a un pueblo de la pasividad ante la injusticia y convocarlo a una acción más contundente. Para Saramago se hacía indispensable la llegada de una justicia “compañera de lo ético, una justicia en la que se manifieste, como ineludible imperativo moral, el respeto por el derecho a ser que asiste a todo ser humano”.
En nuestros días los obstáculos para acercarnos a la realidad con objetividad y con referencias éticas siguen siendo manifiestos. No es, pues, de extrañar que la SEC (sabiduría económica convencional), como dice el profesor Viçent Navarro, condicione las políticas públicas de tal manera que favorezcan sistemáticamente los intereses del capital financiero así como los de las grandes empresas no financieras con las cuales tal capital financiero se alía con el objetivo de optimizar su influencia.
De esta manera, constantemente, se justifican políticas económicas (que dañan el bienestar de la población) presentándolas como necesarias para salvar la economía (o, más frecuentemente, “para salvar el euro”) cuando los datos muestran la falta de credibilidad de tales argumentos. Los neoliberales a ambos lados del Atlántico Norte, es decir, en EEUU y en la Unión Europea, constantemente subrayan que la deuda pública ha alcanzado unos niveles que son insostenibles, concluyendo que hay que recortar y desmantelar el Estado del Bienestar. El Tea Party y el Partido Republicano en EEUU, y las derechas gobernantes en la UE han hecho de la reducción de la deuda pública y del déficit público el centro de sus propuestas.
Los datos, sin embargo, muestran que no hay ningún problema ni con la deuda ni con el déficit público. Recuerden los sacrificios que se estaban imponiendo a la población bajo la excusa de que había que salvar al euro, moneda que nunca ha estado en peligro, y cuya permanencia está favoreciendo a unos a costa de otros. La obvia falsedad del argumento de que el euro estaba en peligro (puesto que nunca lo ha estado debido al poder de los establishments financieros y exportadores alemanes que se han beneficiado de su existencia) ha hecho variar ahora la argumentación a favor de las políticas de austeridad. Pero, de nuevo, veamos los datos, comenzando por EEUU. La deuda pública y el déficit público han aumentado desde que la crisis se inició en 2008, pero ha ido disminuyendo y especialmente, durante la administración Obama. La deuda pública en EEUU es de 17 billones de dólares, que es aproximadamente el 100% del PIB, lo que ha creado la histeria (y no hay otra manera de decirlo) de que la deuda pública de EEUU es excesiva y de que, de no corregirse, colapsará la economía estadounidense. En esta exagerada alarma se olvida que el propio Estado federal tiene un porcentaje muy elevado de tal deuda pública (debido, entre otras razones, a la compra de bonos públicos por parte del Banco Central Americano, el Federal Reserve Board), con lo cual la deuda pública real es de alrededor de un 75% del PIB, una cantidad totalmente asumible. Una situación semejante ocurre, por cierto, en España, donde organismos del Estado, tales como la Seguridad Social, poseen un porcentaje elevado de la deuda pública.
El difícil camino de la objetividad, asistida por criterios éticos, podemos verlo también en la información de la prensa española sobre Venezuela en el entorno de la muerte de Chaves el 5 de marzo. En vez de servir a la verdad, los grandes medios españoles responden a la militancia ideológica de sus dueños, algo que recuerda las campañas contra Salvador Allende en 1973 y que dieron como resultado el golpe de estado de Pinochet. ¿Cómo es posible esta obcecación contra este país, cuando la balanza de pagos, en 2011, es de 906 millones a favor de los intereses españoles? Estos mismos medios pusieron el grito en el cielo cuando el gobierno de Maduro multó a la empresa Zara con el cierre de sus nueve tiendas durante 72 horas y 85.000 euros de multa, debido a la subida desproporcionada de los precios, precisamente cuando se había devaluado el bolívar.
¿Cabe en nuestros días la ética? No cabe duda que sí, aunque la gente, en muchos casos, cree que no, debido a las especiales dificultades de nuestro tiempo derivadas de la concentración de la riqueza y del poder por un lado y la proliferación de la exclusión por otro, y a pesar de que la historia parece decirnos que los problemas éticos de la humanidad son los mismos de siempre. Debido a esas especiales dificultades surge la necesidad y urgencia de unos “mínimos” éticos, reclamados tanto desde instancias religiosas como la fundación “Weltethos” (Ética Mundial), promovida por el teólogo suizo Hans Küng, como desde instancias laicas visibilizadas en los movimientos sociales más vivos, que reclaman preservar al menos el aliento ético de los ciudadanos (capacidad de protesta y denuncia, y a la vez la capacidad de generar utopías), evidenciar los atropellos a la dignidad y derechos humanos, superar la instrumentalización política y económica de los poderes establecidos y poner el acento en la persona humana y la Naturaleza.
Pero si “el pan y circo” sigue impidiendo abrir los ojos, no podemos dejar de seguir preguntándonos ¿Cómo recuperar la ética en un mundo sin referentes? ¿Cómo en un mundo politeísta, del “sálvese quien pueda”, puede caber si quiera la pregunta de posibles fuentes de valores y normas legitimadoras?
A pesar de la que está cayendo hemos de tener claro que no es posible un nuevo orden mundial sin una ética mundial. Por eso aun desde tanta incertidumbre volvemos a preguntarnos ¿Hay salidas desde la ética? Y creemos que sí. José Luis Sampedro, recientemente fallecido, reiteraba que sí hay salidas, mas con una condición: que todo ser humano debe recibir un trato humano. Ya hace veinte siglos un profeta judío, Jesús de Nazaret, propuso la fraternidad universal como un criterio universal y compartible, con un especial énfasis en las personas empobrecidas. Además hay miles de iniciativas en nuestro entorno y en otros rincones del mundo que buscan alumbrar salidas éticas a las necesidades de cada día y que dibujan un cuadro con cuatro líneas maestras: compromiso a favor de una cultura de la no violencia y respeto a toda vida, compromiso a favor de una cultura de la solidaridad y de un orden económico justo, compromiso a favor de una cultura de la tolerancia y un estilo de vida honrada y veraz, compromiso a favor de una cultura de igualdad entre hombre y mujer.
Desde la quema de juguetes bélicos en una pequeña escuela a la objeción fiscal, pasando por las actividades de “stop desahucios”, escraches o las numerosas movilizaciones contra la corrupción política y financiera proclaman la universalidad de los valores éticos, que trascienden los propios valores epocales y convergen en unos principios comunes inherentes a todo ser humano, más allá de su raza, cultura o credo. Más aún, como una flecha disparada en la noche, pero con la seguridad de dar en el blanco, entienden que la opción ética no es una opción más, sino la única capaz de dar a la sociedad una sostenibilidad en la paz y la dignidad humana.