Jesús Bonet Navarro
Parece una pregunta sin respuesta. Da la impresión de que la cultura moderna ha provocado el eclipse de Dios y de todos los antiguos dioses; se diría que hay cosas más importantes que Dios. Sin embargo, el firmamento humano moderno está lleno de nuevos dioses que no dan, precisamente, calidad, dignidad y sentido a la vida de todas las personas
… Me miró y se puso triste…
y nada me respondió”. Así comenzaba Atahualpa Yupanqui su canto en Preguntitas a Dios, en el que un nieto pregunta a su abuelo: “¿dónde está Dios?” ¿Está, no está? Y si está, ¿dónde está?
Suele decirse que desde el Renacimiento y la Ilustración el mundo está des-encantado, no necesita dioses para vivir; con palabras del físico Laplace a Napoleón, “no contempla la hipótesis Dios”. Dios parece expulsado de esa sociedad que nos empeñamos en llamar “desarrollada”: “Dios ha muerto” (Nietzsche). Pero, ¿es así o, más bien, la que está expulsada es una imagen concreta de Dios? ¿O todas sus posibles imágenes? ¿O hay tantos conceptos de Dios, de lo sagrado, de lo misterioso, que unos conceptos expulsan a otros y tenemos que vivir con todos sin absolutizar ninguno porque Dios no es conceptualizable? Dios, ¿es ya una palabra sin significado? ¿Será que –otra vez con Atahualpa- “por mi casa no ha pasado tan importante señor”?
Los eclipses de Dios
Muchos siglos antes de Atahualpa cantaban los salmistas bíblicos: “¿Por qué te quedas lejos, Señor, y te escondes en el momento del aprieto? (Sal 10,1); “Dios mío, de día te grito y no respondes; de noche te grito y no me haces caso” (Sal 22,3). ¿Dónde está Dios? Se diría que Dios está en eclipse total o parcial, según las épocas o los momentos de la vida.
Estamos en una sociedad postsecular y tecnocientífica. Muchísima gente no necesita pertenecer a nada relacionado con lo religioso pero sí creer que algo misterioso existe: creen sin pertenecer; y eso no compromete a nada. Otros ni siquiera necesitan eso.
Las religiones buscaron la profundidad humana, la apertura al Misterio, y un modo de hacerlo fue crear dioses, que supuestamente explicaban todo y nos daban normas a todos; pero los dioses son creación humana y las religiones también. Esos dioses, ese Dios, se han eclipsado; tal vez, para siempre. Y, sin embargo, renunciar a la experiencia del Misterio que muchos llamamos Dios (aunque no es su único nombre, si es que ha de tener nombre) puede llevar a la soledad radical cuando se tiene que dar respuesta al sentido de la vida.
¿Hay cosas más importantes que Dios?
De nuevo el cantautor argentino: “Hay cosas en esta tierra/ más importantes que Dios,/ y es que naide escupa sangre/ pa’ que otro viva mejor”. Si Dios es el ser útil que vive en el cielo, al que se le piden favores y beneficios, el que tranquiliza conciencias, pone normas y exige sacrificios, se contenta con una religión mágica, niega los placeres de la vida, justifica la violencia o la riqueza, le encantan los ritos, discrimina a la mujer o es intolerante con las diferencias étnicas, religiosas, raciales, de género o de orientación sexual,… efectivamente, hay cosas más importantes que Dios: todas las que contradicen a ese Dios.
El abuelo de la canción de Yupanqui no había encontrado a Dios (o creía que no estaba ahí) en el dolor, la miseria, la soledad, la muerte, en cualquier sufrimiento de las personas,… porque Dios “almorzaba en la mesa del patrón”. El Dios que le habían enseñado, el que captaba en su ambiente, era para él menos importante que el sufrimiento de “escupir sangre pa’ que otro viva mejor”.
Pero resulta que el único Dios (por llamarlo de algún modo), el único Misterio en el que se puede creer que está ahí es precisamente el que tiene entrañas y es lo opuesto a lo inhumano, el que “está dentro de todos los seres, pero no incluido, y fuera de todos, pero no excluido” (S. Isidoro de Sevilla, ss. VI-VII).
“Una cultura depende de la calidad de sus dioses,…
… de la configuración que lo divino haya tomado frente al hombre, … de todo lo que permite que se haga en su nombre”. Es la filósofa española María Zambrano quien escribe eso (El hombre y lo divino, 27).
Si se mata o se excluye a Dios, el imaginario paraíso humano se llena de dioses. La calidad de esos dioses dependerá de si conducen o no a la dignidad humana para todas y todos o, por el contrario, al beneficio de quienes manejan los grandes poderes; en este último caso, esos dioses serán siempre falsos, humo. Se puede prescindir de Dios, se puede matar a todos los antiguos dioses e incluso se puede vivir al margen de toda experiencia del Misterio, pero no puede evitarse el vértigo del no saber y el vacío de la ausencia de sentido en la vida.
Dios es para unos una gran incógnita, para otros es nada y para otros es el producto de un deseo derivado de nuestras limitaciones y miedos; pero para muchos es la Realidad vital, la Fuente, el Todo, el Misterio que desborda, y el que da sentido a cuanto existe, porque es la existencia misma. Es el gran ausente para la demostración racional y la comprobación experimental, y el gran presente para la experiencia vital humana. Los seres humanos no nos resignamos a ser meros espectadores o notarios de lo que acontece a nuestro alrededor; somos seres con sensibilidad profunda y con capacidad de experiencia interior, que difícilmente puede reducirse a meras conexiones de neuronas y a un producto de la actividad bioquímica cerebral.
“Abuelo, ¿dónde está Dios?”