Evaristo Villar
¿Necesitamos a Dios?, nos preguntamos en este número de Utopía. Mi respuesta es afirmativa. Sí, necesitamos a Dios, entre otras razones, para que el mundo no pierda su misterio, su Transcendencia y su transcendencia, su profundidad. También para que el ser humano, en el mundo, no renuncie a sus sueños más audaces ni a la poesía. El filósofo Max Horkheimer, de la escuela de Frankfurt, dejó dicho que el mundo necesita un “momento de teología” para no degenerar en puro negocio.
Lucía, la de los ojos bellos
“Makers” es una obra sobre la luz, el tiempo y el amor. Basada en “El hacedor”, de Jorge Luis Borges, este espectáculo mezcla lo poético y lo filosófico en busca de “lo sensible bajo lo sensible” —bajo las capas de la lasaña siempre hay algo más— y trata de encontrar una solución a una realidad tan fragilizada y de contornos borrosos e inciertos como la nuestra.
Entre la sorpresa y la sospecha, lo épico y lo doméstico, la gran riqueza de Makers te introduce en una realidad provocativa. Un símbolo contracultural es, sin duda, la imagen de Lucía, joven cristiana, en contumaz defensa de su virginidad en el ambiente hostil del siglo IV. Después de arrancarle los ojos (aparecen siempre en una bandeja en sus manos) y torturada en la sordidez de un lupanar, la imagen de Lucía aparece radiante con otros ojos más bellos que se hunden luminosos en la oscuridad originaria.
Esta breve semblanza de la obra que dirige Oscar Gómez Mata, de la compañía L’Alacrán, quiere ser una atrevida aproximación a la crisis de Dios en la cultura actual. ¿Necesitamos a Dios?, nos preguntamos. ¿Qué Dios? ¿Dónde encontrarlo?
Un Dios diferente
Juanjo Sánchez, entrañable compañero y cómplice en tantas lides, murió durante la última pandemia reclamando “un Dios diferente”. Porque el Dios recibido está en crisis y ya no dice casi nada a la mentalidad de hoy. La imagen del Dios monoteísta ha sido frecuentemente fuente de legitimación de soberanía predemocrática, reñida con la división de poderes e inspiradora de brutales totalitarismos políticos que, aun hoy día, siguen violentando a gran parte de la humanidad. También ha sido origen de un patriarcalismo obsoleto que, como las coladas de lava del volcán, rebasa los límites de la Iglesia y se extiende incontenible por todo el cuerpo de la sociedad civil.
Esta utilización premoderna de Dios es rechazable porque choca frontalmente con la legitimación del poder a partir de la modernidad que es puramente mundana —y no necesita recurrir a ningún anclaje directo en la Transcendencia—. Y, del mismo modo, choca con la exigencia, cada día más clamorosa, del principio de igualdad en la Iglesia.
Un Dios que vamos haciendo
En estos mismos días, los defensores del posteísmo están también exigiendo —desde la axiología (filosofía de los valores) y la epistemología (filosofía del conocimiento)— un Dios diferente. Porque el Dios heredado de la tradición bíblico-religiosa no es la realidad originaria en sí misma, incognoscible e inasible, sino un concepto humano susceptible de cambio en cada tiempo, lugar y cultura.
Llevamos, dicen, miles de años con el mismo paradigma de Dios teocéntrico y dualista, que divide la realidad en dos planos asimétricos y jerarquizados, y que coloca en el piso de arriba a Dios en su omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia e infinita bondad; y que, transcendiendo desde arriba y desde fuera toda la realidad, ilumina y dirige el mundo de abajo, el cosmos, con infinita sabiduría y providencia… Genial idea mantenida en la humanidad por miles de años, pero que no ha logrado superar con éxito la gran prueba del mal en el mundo.
La verdad es que este paradigma no es más que una expresión imaginativa y provisoria del Misterio que nos resulta inalcanzable. Cada cultura le ha ido dando un nombre distinto y aun cambiante dentro del mismo espacio cultural. Por poner un ejemplo, durante varias generaciones los católicos hemos ido cambiando de Dios: desde el exclusivismo, cuyo Dios solo salva en la iglesia católica, y el inclusivismo, donde todo lo de fuera humanamente bueno y justo -aunque venga de un ateo- es “anónimamente cristiano y católico”,… hasta el Dios liberador de la Teología de la Liberación y el del pluralismo religioso. Algunos autores han reflejado este cambio evolutivo hablando del “Dios de los muchos nombres”.
Nuestros poetas, en este proceso evolutivo, han sido enormemente clarividentes: “Yo he de hacerte, mi Dios / (reza Antonio Machado) cual tú me hiciste. / Y para darte el alma que me diste / en mi te he de crear”. Y Casaldáliga, siguiendo esta misma estela, se expresa con osado atrevimiento: “Para mudar de vida / hay que mudar de Dios. / Hay que mudar de Dios / para mudar de Iglesia. / Para mudar de mundo / hay que mudar de Dios”.
Los nuevos ojos de Lucía
¡Qué lástima que hayamos perdido en este tema el estremecimiento y verdad de la poesía! El paradigma de Dios que hemos mantenido durante milenios ha engendrado demasiados monstruos. Es una formulación humana y milenaria sobre Algo/Alguien que nos supera. Pero nos preguntamos, ¿agota esta imagen la totalidad de la oferta de Misterio que evoca la Biblia?
Como la joven Lucía, quiero abrir los ojos a otra dimensión del Misterio que también recorre la entraña de la Biblia y que representa teológica y místicamente su aportación más imaginativa y retadora. Me refiero a su “flanco escatológico”, como lo llama Juan Bautista Metz, o su inversión desde la que relativiza y levanta una monumental crítica a toda legitimación divina del poder. Porque el Dios bíblico es mayormente el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, en nuestro mundo, no fuera del cosmos; y, además, vulnerable, débil, sensible al sufrimiento y con los últimos.
La experiencia y la praxis de Jesús de Nazaret demuestran que el Dios que él invoca como Padre no es un Dios que está sobre nadie y que oprime, sino un Dios que libera. Lo original de Jesús, escribe el teólogo Duquoc, no es que invoque a Dios como Padre, sino que lo invoque en una “acción de liberación”.