Reflexión: Con permiso de los mercados.

Con permiso de los mercados.

Antonio Zugasti.

Cuando iba a escribir estas líneas, estaba oyendo por la radio al candidato del PP a la Junta de Andalucía. El punto fuerte de su proyecto era bajar los impuestos para atraer la inversión. O sea, hablando en plata, bajar los impuestos al capital. Eso supone aumentar la desigualdad social, que desde el inicio de la crisis está en una fase de aumento acelerado, y pone de manifiesto muy claramente quién manda aquí. Vamos, que si no tenemos contento al capital, aquí no hay nada que hacer.

Grecia hoy es el ejemplo más conocido de ese dominio de “los mercados”. No puedo pronosticar cómo va acabar lo de Grecia, pero está claro que lo que un pueblo decida democráticamente importa muy poco ante el poder económico.

Cuando la humanidad moderna comienza su andadura democrática, se considera fundamental que en el Estado exista una división de poderes para evitar que ese Estado, cuya misión es proteger al ciudadano de las posibles agresiones de otros hombres, se convierta él mismo en el agresor que  aplaste la libertad de los individuos. De aquí nace la clásica división de poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. Lo malo es que hoy el poder económico es el decisivo, está por encima de los poderes políticos y el capital no comparte su poder con nadie.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? A finales del siglo pasado, el presidente de los EE.UU., Ronald Reagan, y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, seguramente los políticos más nefastos que ha padecido la humanidad en los últimos tiempos, entregaron el mundo al poder del capital. Con  la desregulación financiera y la liberalización del movimiento de capitales abrieron la puerta a los paraísos fiscales, la evasión de impuestos de los más ricos y la fuga de capitales. Permitieron el chantaje de  “los mercados” a los países y el desarrollo de ese casino financiero que se hundió en 2007 y provocó la crisis que estamos padeciendo. Crisis envenenada, porque está favoreciendo a los que la provocaron y haciendo sufrir al resto de la sociedad.

En el imperio del capital no se da división de poderes. Puede haber una competencia mortal entre grandes monstruos económicos. Recuerdo una secuencia de la película El hobbit: un viaje inesperado, la primera de la trilogía realizada sobre la famosa novela de Tolkien. En esa secuencia vemos la épica lucha que, entre las cumbres de las montañas, libran dos gigantes rocosos. Es una pelea a muerte, se arrojan grandes peñascos hasta que uno de ellos es destruido. Lo que ocurre es que lo mismo las rocas con que se golpean que los restos del gigante derrotado caen como una mortal lluvia de piedras y cantos sobre el atemorizado grupo de hobbits que, atrapado en la ladera de la montaña, contempla espantado la tremenda pelea. Pues es lo que pasa en el mundo de las finanzas. Puede haber una tremenda lucha entre gigantes económicos, incluso alguno puede acabar hundido. Pero la ruina no afecta a las grandes fortunas, sino que cae sobre los sufridos contribuyentes que tendrán que pechar con los costes de la quiebra. Los grandes defensores de  “la competencia” forman un bloque sin fisuras para competir contra el conjunto de la sociedad y aumentar sus beneficios a base de extraer de los otros grupos sociales la mayor riqueza posible.

Reagan y Thatcher adoptaron estas medidas económicas, que afectan al mundo entero, sin una seria oposición, pues la socialdemocracia europea se había rendido a los encantos de la sociedad de consumo capitalista y confiaba ingenuamente en las bondades del “mercado libre”. A partir de esa imposición de los principios neoliberales la situación social en el mundo ha ido de mal en peor. A pesar de la tremenda crisis del sistema capitalista, la izquierda no levanta cabeza. Y cuando algunos pueblos, hartos de la miseria y la explotación capitalista, logran llevar al poder a gobiernos más progresistas, como ha ocurrido en América Latina, estos gobiernos tienen siempre la espada de Damocles del poder económico con su enorme capacidad de presión.

¿Qué hacer?

¿Cómo podríamos tomar decisiones sin  permiso de “los mercados”? ¿Qué hacer en esta situación? Es la misma pregunta que se hizo Lenin a principios del siglo XX y que nosotros tendríamos que hacernos ahora, a principios del XXI. El hecho de que nos tengamos que repetir la pregunta está indicando muy claramente que las respuestas dadas por Lenin no eran válidas. Pero tampoco han funcionado las otras fórmulas propuestas desde la izquierda, ni el socialismo libertario ni la socialdemocracia han logrado construir un adversario sólido frente al capitalismo.

¿Será verdad, como decía Margaret Thatcher y repiten sus seguidores, que no hay alternativa? Tendríamos muy mal concepto del género humano si pensáramos que no somos capaces de alcanzar una organización social mejor que el irracional, bárbaro e inmoral capitalismo. Pero el fracaso de todos los intentos realizados hasta ahora para superar este sistema nos debe hacer pensar que las bases sobre las que se ha pretendido fundar esta lucha eran erróneas. Es imprescindible, pues, realizar una autocrítica muy profunda de las líneas por las que se han movido los intentos de eliminar el capitalismo.

Lo mismo que el capitalismo no es un simple sistema económico, sino que debajo hay una filosofía y una antropología –las del hombre unidimensional del que hablaba Marcuse−,  también debajo del movimiento anticapitalista hay una filosofía que, para la mentalidad dominante en este ámbito, ha sido una filosofía materialista y atea. Es verdad que, al imaginar la sociedad ideal, Marx está empujado por un impulso ético, pero no es consciente de ello, y piensa que esa sociedad es el resultado de un análisis científico, realizado desde una óptica materialista de la evolución histórica. La consecuencia es que plantea un socialismo científico, que tiene que llegar por la evolución de la base material, económica de la sociedad.

La filosofía capitalista no es oficialmente atea, pero en ella se da culto a la riqueza, mientras que la afirmación de Jesús en el Evangelio es contundente: “No podéis servir a Dios y a la riqueza. Efectivamente, en el capitalismo, por debajo de ruidosas manifestaciones de religiosidad, a lo que se da realmente culto es al dinero, de tal manera que no dudan en sacrificarle todas las vidas humanas que sea necesario. Podemos, pues, definir la filosofía capitalista también como materialista y atea, por más que se trate de disimularlo con pomposas y vacías declaraciones de todo tipo.

Capitalismo y anticapitalismo han partido, pues, de filosofías similares, pero hay que reconocer que la oferta del capitalismo ha resultado más atractiva, incluso para sus víctimas, que sueñan fundamentalmente con integrarse en la seductora sociedad de consumo  capitalista. Si queremos oponernos realmente al capitalismo, tendremos que partir de una filosofía y una antropología que se basen en unos valores humanos radicalmente distintos. Valores que nos tienen que llevar a platearnos la lucha contra el capitalismo desde un socialismo ético y no presentarla como una lucha de clases para ver quién se queda con la mayor parte de la tarta.

Esto supone enfrentarnos al capitalismo desde unas bases radicalmente distintas a las de siempre. Las consecuencias tendremos que ir planteándolas entre todos. Apunto algunas:

Evitar la  “política de mercado”, donde el marketing nos lleva a estudiar lo que quiere la mayoría para ofrecérselo. Una política ética lleva a plantear nuestras propuestas para una sociedad mejor, independientemente de que  le gusten o no a mucha gente.

Plantear la lucha como una lucha por la justicia y no como un conflicto de intereses entre los de arriba y los de abajo. Además, mirando a todo el mundo, nosotros ¿somos de arriba o de abajo?

“En una tiempo de mentira generalizada, decir la verdad ya es un acto revolucionario”. La frase se atribuye a Orwell. Sea de quien sea, es algo a tener muy en cuenta. Hay que decir la verdad aunque no guste: que un crecimiento material indefinido es totalmente imposible, que una cierta austeridad es inevitable y que debemos buscar nuevos modelos de bienestar.

También hay que advertir, como decíamos más arriba, que hoy la democracia está aplastada por el poder económico, pero que eso no es una fatalidad inevitable; es consecuencia de unas decisiones políticas y se pueden tomar otras decisiones políticas que reviertan la situación.

Zygmunt Bauman afirma que la situación actual se debe a que la izquierda ha perdido la batalla cultural e ideológica con la derecha, que el imaginario colectivo de la sociedad es el imaginario burgués. Hoy ese imaginario burgués también está en crisis; eso facilita la lucha, pero no pensemos que va a ser cuestión de un día. Exige un trabajo constante, coherente… y esperanzado.

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