Juan Luis Herrero.
Compromiso político y religión sin magia. Por Rosalía Aznárez.
Juan Luis Herrero es una de esas personas cuya vida es, al mismo tiempo, larga y densa. De niño, su madre lo llevó al seminario. Luego, entró en una congregación religiosa que desarrolla su labor especialmente en África, donde él, una vez ordenado sacerdote, fue profesor de filosofía y teología. Convencido de que la vocación sacerdotal había sido más de su madre que suya, se secularizó a los treinta y ocho años, se casó, formó una familia, trabajó en lo que pudo para sobrevivir y comenzó una larga etapa de compromiso teológico y político que tuvo uno de sus momentos más destacados en las cuatro huelgas de hambre (una de veintiocho días, con acampada en el Paseo de la Castellana, de Madrid) que realizó en los pasados años noventa para luchar por el 0,7 % a favor de los países empobrecidos. Hoy, totalmente ciego, vive acompañado por su esposa Reyes, activista también del 0,7, en un piso humilde de Logroño, ciudad donde nació. Su último escrito, antes de perder definitivamente la vista, fue La religión sin magia, libro publicado en español y en francés.
Juan Luis: Cuando hiciste las huelgas de hambre, eras consciente de que una secuela muy probable era que terminaras perdiendo la vista. ¿Crees que, a pesar de todo, mereció la pena aquel testimonio tan fuerte, aunque los gobiernos no tengan la menor intención de dedicar el 0,7 % de su presupuesto a la cooperación con los países empobrecidos?
Sí, era consciente; sabía que el debilitamiento de mi salud a causa de aquellas huelgas, sobre todo de la más larga, podría tener esa consecuencia, pero no podía callarme, era imposible que me callara. Ahora estoy ciego desde hace ya algún tiempo, pero es que el hambre de la gente y la miseria claman al cielo. La experiencia del 0,7 % me llevó a analizar con más profundidad este sistema económico generador de injusticias y desigualdades.
Todo compromiso serio por algo utópico suele implicar la aceptación de que los obstáculos van a multiplicarse y de que el fracaso es probable. La lucha contra la pobreza en un mundo neoliberal, ¿está condenada al fracaso?
Bueno, no sé, no sabemos. A mí siempre me queda la esperanza de que por las buenas… o, aunque sea por las malas, se va a reaccionar, porque, si no, tenemos un futuro muy oscuro. Las utopías no pueden fracasar; rotundamente, no. Puede fracasar la formulación, la manera de enfocarlas; pero lo que es el fondo, el meollo de la utopía cristiana o simplemente humana, no puede fracasar.
Has pasado parte de tu vida en África; llevas ese continente en tu corazón. La pobreza y el sufrimiento de los africanos, ¿no son, acaso, un daño colateral intencionado para que los países ricos podamos ejercer el paternalismo y, al mismo tiempo, la xenofobia?
Sin duda. Por un lado, les quitamos lo que tienen; por otro, no queremos que, supuestamente, nos invadan; y por otro, tratamos de tranquilizar nuestra conciencia dándoles lo que no queremos o no necesitamos para nosotros. La mejor experiencia que tengo de África es haber palpado la realidad muy de cerca. Creo que eso no puede quitármelo nadie; evolucione la cosa como evolucione, no me lo puede quitar nadie. Es un derecho el que tienen los africanos a salir de ese agujero negro en que están; agujero negro en muchos conceptos, aunque en otros nos dan ciento y raya.
Tú has sido miembro de un partido político de izquierda, tanto en la clandestinidad como en la democracia. ¿Han perdido el norte social los partidos que hoy siguen considerándose de izquierda?
En gran parte, sí; en gran parte, han perdido el norte social y el sur, y el este y el oeste. Cuando entran en una dinámica de apetecer el poder y jugar con las personas, cualquier cosa es posible. Y eso ha ocurrido en los partidos españoles y sigue ocurriendo. Y no parece que tenga visos de cambiar. Tal vez soy un poco negativo, pero con eso nos encontramos ahora. Esos partidos, tal como se comportan actualmente, no son de izquierda.
Si hoy volvieses a pertenecer a un partido político, como en otro tiempo, y pudieras poner condiciones sobre su programa, ¿qué condiciones pondrías?
Pues pondría como condición básica la verdad, que debe llevar a la coherencia. Si se proclama un ideal, hay que vivirlo primero. Sigo creyendo en el socialismo, porque el capitalismo no es la solución de nada. El neoliberalismo es una farsa macabra.
¿Puede reconstruirse la democracia? ¿Con qué piezas habría que trabajar?
Sí, claro que puede reconstruirse la democracia. ¿Con qué piezas? La principal, desde luego, es la verdad; tener los ojos claros, ver la realidad como es, no hacerse vanas ilusiones, pensar que es un trabajo de largo alcance y que es un proceso que va a exigir mucho. Pero, sobre todo, la verdad. Hay que recordar la afirmación de Jesús en el Evangelio: “La verdad os hará libres”. Lo cierto, sin embargo, es que cuando se toca poder es muy difícil servir a la verdad.
Donde parece muy difícil la democracia es en la Iglesia. ¿Qué tendría que cambiar para que la institución se diera cuenta de que su régimen absolutista ya está trasnochado?
Pues caer en la cuenta de que ese régimen absolutista es la negación del Evangelio. El Evangelio representa verdad y liberación, y todo lo que en la Iglesia suponga sometimiento tenemos obligación de no admitirlo.
La Iglesia tiene que resolver la crisis en la que se encuentra. Ha de dejar de lado la preocupación por los dogmas, reconocer de una vez la igualdad de la mujer con el varón en todos los ámbitos y niveles eclesiales, controlar la obsesión por las beatificaciones y canonizaciones, levantar la censura que existe sobre cientos de teólogos progresistas, nombrar otro tipo de obispos para las diócesis, devolver la voz a la gente, olvidarse de cierta moral enfermiza que no ha causado otra cosa que sufrimiento y problemas psicológicos en las personas, no posicionarse casi por principio al lado de posturas políticas conservadoras aunque sean injustas, dejar de identificar la misma Iglesia con la curia romana…
En relación con lo mismo, ¿qué tiene que ver la fe de los seguidores de Jesús de Nazaret con el Derecho Canónico, los dogmas, la moral y los ritos tal como históricamente se han desarrollado?
Poco; realmente, poco. Sin embargo, ha sido en ese ámbito de creencia y de pensamiento donde muchos hemos encontrado la verdad, es decir, al Jesús que es la Verdad y la Vida. En Él no podemos dejar de creer. Otra cosa es cómo las estructuras canónicas, las formulaciones dogmáticas, la moral rígida, hipócrita a veces y no siempre evangélica, y también unos ritos sin contenido o con un contenido que no ha evolucionado, han ido apoderándose del mensaje de Jesús hasta el punto de eliminar o de tapar en gran modo la fuerza, la vida y el sentido original de ese mensaje.
Pero eso está relacionado, sobre todo, con el hecho de que el núcleo real del mensaje de Jesús, que es la centralidad del Reino, ha sido desplazado hacia la divinización de ese Jesús. Él dio la prioridad a los seres humanos más excluidos; ¿por qué la Iglesia no ha continuado ese camino? Del antropocentrismo del Reino se ha pasado al cristocentrismo y luego al eclesiocentrismo. Esto ha hecho perder la radicalidad evangélica y ha conducido al control institucional, a la sobrevaloración de la ortodoxia y a la inflación dogmática.
No sé si tu libro Religión sin magia, que terminaste cuando ya tus ojos estaban a punto de quedarse en la oscuridad, es tu testamento teológico; pero tu lucha contra la magia en la religión es una de las claves de tu pensamiento filosófico y teológico. ¿Dónde se manifiesta especialmente la magia en el cristianismo que hemos aprendido?
La magia es la antítesis de la verdad. La magia es una de las primeras etapas del pensamiento creyente y del pensamiento humano en general. La magia es un error en la interpretación de la realidad que nos rodea, es lo más opuesto a la religión; es la perversión de ésta. La religión cristiana, básicamente, es creer en la utopía de la lucha por la verdad y por la vida; y la magia es creer que eso lo podemos conseguir con ritos y con farsitas de pensamiento.
El poder absoluto es la base de todo el mal. Y los medios para conseguir apropiarse de la realidad por medio del poder y rehacerla conforme a nuestra voluntad es lo más opuesto a la religión. La magia ayuda a ello.
En el modo de entender la revelación cristiana, en la liturgia y en muchas formas de realizar la oración se percibe a menudo un pensamiento mágico. Pero lo tenemos tan interiorizado que hasta los que nos creemos más lúcidos nos equivocamos, porque creemos que conocemos las cosas y que tenemos la solución para todo, y no es así. Tendemos a deformar la realidad para poder someterla a nuestro antojo; para eso utilizamos el pensamiento mágico. Frecuentemente, nuestra oración es mágica; queremos manipular a Dios, que Él resuelva problemas, aunque sea contradiciendo las leyes de la naturaleza o sin respetarlas. Eso es oración mágica.
La vieja cosmovisión, gangrenada por la magia, no sirve y es necesario reducirla a cenizas, tanto en su contenido teórico como en sus consecuencias prácticas.
Entonces, ¿tendríamos que cambiar el concepto que tenemos de Dios para cambiar todo lo que se ha montado en torno a Él?
El concepto de Dios es básico, pero cuanto más se habla de Dios es peor, porque queremos acabar sometiéndolo a nuestra voluntad y utilizarlo. Y utilizamos la religión en la misma línea. Hay que aceptar las cosas como son; para cambiarlas, por supuesto, pero primero hay que aceptarlas.
Cambié mi modo de pensar la teología por pura coherencia, siendo profesor de teología en Túnez, y, en primer lugar, cambié mi idea de Dios. Mi evolución fue rápida. Sabía que mi nuevo modo de entender a Dios me hacía formalmente hereje, pero no me sentía culpable ni me preocupaba en absoluto. Una teología diferente comienza por una filosofía diferente. El tema de la revelación fue el primero: Dios no nos había revelado nada; nos dio los instrumentos para pensar.
¿Se puede mantener, a pesar de todos los pesares, la fe?
Sí, sí. Yo no he tenido nunca una crisis de fe; nunca, ni por asomo. La fe es una liberación. La revelación es escuchar la voz interior; ésa es la revelación. No hace falta que un profeta nos diga lo que tenemos que hacer; él mismo no es más que un medio. En el fondo, la fe es la percepción correcta de la realidad hasta el fondo; por eso empapa todo y por eso también no la he perdido nunca.