Reflexión: Culturas y religiones en una sociedad violenta

Emiliano de Tapia

Estamos en la mejor de las sociedades y de los mundos para involucrarnos desde las culturas y las religiones en la consecución y apoyo de pequeñas realidades en red, en la búsqueda de horizontes de esperanza frente a la violencia.

Ni personas por ser más cultas, ni por ser más religiosas; ni colectivos  por haber accedido a una mayor cultura, ni a tener un mayor sentimiento religioso; ni pueblos con más recursos culturales, ni por haber llegado a una mayor tolerancia religiosa; nada de todo esto es signo de no violencia o que nos asegure que ésta, en sus diversas formas, no se haya llevado lejos para que otras personas la sufran y la protagonicen (hambre, guerras, explotación, etc.).

Culturas y religiones de la mano en la violencia

La cultura de las organizaciones y grupos más poderosos de la sociedad de hoy, está dominada por la cultura de la violencia. Violenta, porque sostiene y alimenta una sociedad escandalosamente desigual. Violenta, porque sirve y apoya sin escrúpulos los mecanismos de una sociedad mercantilizada y sin rostro humano. Violenta, porque genera grupos y colectivos que apuestan por la injusticia de leyes que condenan a miles de personas a la pobreza y a la precariedad. Violenta, porque la uniformidad cultural ha consagrado la superioridad de unas culturas sobre otras. Violenta, por el desprecio y falta de respeto que se ejerce sobre culturas diferentes. Violenta, porque la uniformidad cultural ha triunfado con evidentes signos de opresión sobre la diversidad. Violenta, porque se ha dotado de herramientas poderosas de control sobre las personas y las conciencias.

Las religiones, en muchos momentos de la historia, se han instalado en el dominio y el poder; han sido, y son, un pilar más de quien ejerce el poder social, económico y político; y la consecuencia ha sido el enfrentamiento entre ellas mismas, el apoyo y sostenimiento, o la justificación de la violencia entre los pueblos.

Las religiones y las distintas culturas han ido y continúan yendo, en muchos momentos, de la mano, a la hora de generar y provocar situaciones de todo tipo de violencia. En otras muchas situaciones, podemos ver con esperanza cuánto de diferente y alternativo podemos aportar si apostamos por apoyar y alumbrar nuevos caminos culturales y religiosos.

Cuando la cultura y la religión se justifican

Parece que Europa siempre ha querido aparecer formando parte de una cultura superior, creada y desarrollada como consecuencia de estar confesando mayoritariamente en su población las religiones cristianas. Como si hubiera estado empeñada en ser la guía y maestra del sentido de la humanidad de otros y otras. Así hemos leído, por ejemplo, el acontecimiento que conocemos como el “descubrimiento de América”, contradicción escandalosa y desconcertante si hacemos nuestras las cifras de nativos y nativas exterminados en nombre de la “nueva” religión y cultura.

Y esta historia continúa repitiéndose hoy cuando miramos en distintos países de América del Sur cómo los fondos económicos que se utilizan para la instalación, la extorsión, el robo y la muerte con la expropiación de tierras e instalación de negocios de las eléctricas o de la agroindustria; forman parte del capital gestionado por empresas de nuestro entorno cultural y religioso europeo más cercano. O cuando miramos a África y vemos cómo casi países enteros de este continente se utilizan como basureros de nuestro inhumano desarrollo.

Esta “superior” Europa cristiana, junto a Norteamérica (cristiana mayoritaria también), continúan queriendo ser, con enorme escándalo, “maestras” de desarrollo y “defensoras” de los derechos humanos, a la vez que sostén y aliento de las tres grandes violencias que sustentan y existen porque el sistema financiero y sus grandes organizaciones (BM, FMI,…), las necesitan para aumentar su crecimiento, su existencia y ambición sin límites: las armas, las drogas y las barreras entre los pueblos y las personas.

El sufrimiento de millones de personas

Cada una de estas tres violencias  se sostienen con entramados estructurales que provocan el dolor y la muerte que obligan a salir de sus territorios y países, con enorme sufrimiento, a millones de personas, a infinidad de grupos sociales y a deambular sin lograr encontrar sentido a sus vidas.

Estas tres herramientas de negocio y violencia sostienen muchas de las economías de nuestros países, visibles o sumergidas.

La economía española participa del protagonismo del negocio armamentístico mundial; del visible y del sumergido. Se apoya, de igual manera, en el negocio de las drogas como uno de los países finalistas en el eslabón de la cadena del narcotráfico. Se nutre, de la misma manera, de cantidades económicas preocupantes, consecuencia del tráfico de personas, trata, barreras o explotación de las mismas.

Y si la economía armamentística se apoya y se defiende como necesaria incluso socialmente; y si la economía del narcotráfico se blanquea contemplándola y consintiéndola con pasividad; y si la economía de la explotación de personas se mira como irremediable; ¿no son todas estas situaciones y realidades las que justifican y confirman que hemos admitido en nuestra convivencia una cultura y manera de ser asesina, y una religión ausente y fría de compromiso ante el dolor de muchas vidas?

Las armas se experimentan y utilizan, en muchos casos, en conflictos con un fuerte componente religioso. Las drogas se utilizan como herramientas de control en colectivos y personas las más de las veces siendo las más inquietas o las más empobrecidas; y se blanquean los negocios en  empresas  cuidadoras y defensoras de la propiedad privada frente a lo público y lo común siguiendo planteamientos de la más exigente y pura tradición religiosa.

Las barreras entre pueblos, las consecuencias de emigrar o buscar refugio, la violencia de género consecuencia del patriarcado o de una falsa interpretación y mirada al hombre y a la mujer, se han creado ante la injusticia de los conflictos sociales y políticos con un fuerte contenido de costumbres, ritos y falsas tradiciones religiosas.

Culturas y religiones por una sociedad distinta

Estamos en la mejor de las sociedades y de los mundos para involucrarnos en la consecución y apoyo de pequeñas realidades en red y en la búsqueda de horizontes de esperanza. Si la historia la hemos visto y vivido así, el cambio de época que nos envuelve,  nos invita a poner las religiones y las diversas culturas en un papel muy distinto.

Sabemos cómo nuestros gobiernos determinan las fábricas, producciones y ventas de armas; ¡no les defendamos ni les apoyemos! Exijamos desde los movimientos otras inversiones sociales. Propiciemos en barrios y pueblos la cultura del diálogo, de la acogida y del encuentro.

Sabemos qué bancos apoyan la inversión en armas; ¡no los utilicemos! La banca y cooperativas éticas financieras están siendo apuestas, todavía débiles, pero útiles y posibles.

Sabemos cómo se han utilizado las drogas y el narcotráfico para negocio y control de grupos sociales sobre todo de jóvenes; y la historia se repite como en los años 70 y 80. Sabemos cómo se han diseñado barrios y colectivos sociales para la estrategia del trapicheo y del consumo; denunciar estos mecanismos donde participan gobiernos e instituciones, esta debe ser  y puede ser nuestra tarea.

Sabemos cómo se controla a los pueblos más empobrecidos por la alimentación, por la salud y el expolio de sus riquezas; ¡pongámonos en primera fila de defensa de los campesinos y campesinas, de sus derechos, de la soberanía alimentaria frente a la agroindustria, el mercado y el negocio!

Otra cultura, la de las personas diferentes, la de la solidaridad, la de la acogida, la del diálogo, la de los pueblos, la comunitaria y el bien común. Otra religión, la que se sitúa en el rostro de las personas y de todas las personas; la que hace de la defensa de sus vidas algo sagrado; la que acompaña, cuida y defiende a los empobrecidos; aquí radicará la construcción de una nueva esperanza.

 

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