De qué hablamos en este país cuando hablamos de los pobres, de la pobreza.
Antonio Zugasti.
Hablamos de algo de lo que se habla muy poco. Desde luego, no se habla de ello en los titulares de los periódicos ni en un programa de cotilleo de la televisión. Es un tema que no interesa. Es un tema que muestra el fracaso de nuestra sociedad, una sociedad que llaman democrática y libre. No se habla, pero existe.
La pobreza existe
La pobreza ya existía en España antes de la pandemia –es un mal endémico- pero con la pandemia se ha agudizado. Según el informe Análisis y Perspectivas 2021, presentado por Cáritas y la Fundación FOESSA, son ya 11 millones las personas que se encuentran en situación de exclusión social en España. Esto revela un ensanchamiento del espacio de la exclusión, donde viven ahora 2,5 millones de personas nuevas respecto a 2018, fecha de la anterior encuesta.
El aumento de la exclusión
Otra de las alertas del informe es que, por primera vez desde 2007, el colectivo de las personas en exclusión severa supera los 6 millones de personas, convirtiéndose en uno de los grandes damnificados por la COVID-19, con un incremento de casi dos millones de personas respecto al año 2018. Estos datos de FOESSA vienen a constatar lo que a lo largo de los últimos meses se ha venido comprobando a través de la acción social de Cáritas: que la pandemia está golpeando con más fuerza a los que ya eran los perdedores, a los más frágiles, los que ya tenían dificultades para mantenerse a flote, a los que no ha llegado el escudo social ni tenían ya el soporte de los mecanismos de protección propios, desgastados en la crisis anterior de 2008.
Los trabajos esenciales
Eso ocurre cuando el confinamiento por la pandemia demostró cuáles son los trabajos esenciales en la sociedad, los que no pueden parar porque sería un caos. Y ahí están, sobre todo, trabajos de nivel bajo, como basureros, repartidores, limpiadoras…, otros de nivel un poco más alto, todos los relacionados con la seguridad, policías, bomberos, encargados de las comunicaciones y, sobre todo, sanitarios. En cambio, no echamos de menos para nada a los directivos de los bancos.
Pues los efectos de la pandemia no afectaron sólo a las clases más vulnerables de la sociedad. La remuneración del conjunto de los trabajadores retrocedió en 2021, mientras que la rentabilidad de las empresas se disparó un 20%. Según el informe FOESSA, se registra, asimismo, un empeoramiento generalizado de los niveles de integración para el conjunto de la población: la integración plena en 2021 —es decir, hogares que disfrutan de una situación en la que no sufren ningún rasgo indicativo de la exclusión— es disfrutada por solo 4 de cada 10 hogares de España (el 42%). Esto marca un descenso de más de 7 puntos respecto del año 2018 (donde el porcentaje era del 49%).
Y se trata de justificar
Esta situación no se puede ocultar totalmente. Se procurará hablar de ella lo menos posible, pero inevitablemente acaba saliendo, y hay que intentar justificarla. Claro que también está la postura del político del PP que no encuentra a los pobres por ningún lado. Es algo tan absurdo y ridículo que muestra hasta dónde puede llegar el cinismo de la derecha. Pero entre gente más o menos normalita hay que intentar justificarlo. Desigualdades e injusticias brutales han existido a lo largo de toda la historia y los dirigentes siempre han buscado una justificación. Con mucho más motivo tienen que hacerlo hoy, que presumimos de demócratas y de derechos humanos.
Ha sido muy común la apelación a un poder superior: ¡era voluntad de los dioses!, y no había más que hablar. En el cristianismo también se ha recurrido a esa voluntad inapelable: Dios quiere que unos nazcan pobres y otros ricos, que a unos les vaya bien en la vida y a otros mal. ¡Cúmplase su santa voluntad!
La meritocracia
A partir de la Ilustración, eso de apelar a la voluntad de Dios no convencía a mucha gente, así es que era necesario buscar otro poder superior que justificara el desigual reparto de la riqueza. Y lo encontraron: ¡El mercado! El mercado premia a los que tienen más méritos por su trabajo, su dedicación y su inteligencia; en cambio, deja en la miseria a los que no tienen esos méritos. Surge la meritocracia: la riqueza y el poder para los que hacen méritos con su capacidad y su esfuerzo. Y los que no tienen esos méritos, que se aguanten con su pobreza. Por supuesto, que no hay ningún tribunal que examine si sus méritos o deméritos son reales. El mercado, un ente ciego y mudo, es el que decide.
El poder dominante
Hace tiempo alguien –no recuerdo quien- dijo que el poder domina más con la mentira que con la opresión. Esto es especialmente cierto en las sociedades que presumen de demócratas. El poder supremo de hoy, el poder económico, recurre abundantemente a la mentira –lo cual no quiere decir que, si las circunstancias lo exigen, no dé un golpe de estado–; pero normalmente prefiere la mentira.
Lo de la meritocracia es una de sus mentiras, pero eso, sobre todo en los grupos sociales más desfavorecidos, puede no ser suficiente. Entonces recurre a buscar un chivo expiatorio al que culpa de todos los males. Todos los nacionalismos, más o menos, cuentan esta historia del enemigo externo. En nuestro caso, la extrema derecha tiene un discurso muy claro: la culpa de la pobreza de unos la tienen los que son más pobres que ellos: los emigrantes.
Cada vez nos hace más falta acudir a las palabras del Evangelio: “La verdad os hará libres”.