Reflexión: El buen samaritano… y los gatos.

El buen samaritano… y los gatos.

Evaristo Villar.

El Buen Samaritano y los gatos reflexiona sobre el tipo de humanidad que estamos desplegando en Madrid, con una política focalizada en el apoyo descarado a la privatización y una religión a la deriva, más preocupada por la que llaman “ideología de género” que por las prácticas en beneficio de las personas vulnerables.

No va de broma, aunque lo parezca

Gatos y gatas —para ser inclusivos— es el apelativo que se aplica a algunas generaciones de personas nacidas en Madrid. Se creía antes que eran pocas, ahora ya no tanto. La manada ha crecido considerablemente gracias a la fecundidad de dentro y a las prestaciones que han llegado de fuera. En este tema, sin ceder a rigorismos identitarios, vamos a acoger generosamente bajo este apelativo felino a cuantos/as, sapiens y neandertales[1], pululamos habitualmente por la ciudad y Comunidad de Madrid.

¿Qué tipo de humanidad estamos desplegando?

Pongamos, entonces, que vamos a hablar no tanto del espacio geográfico donde habitamos, como podría hacerlo un urbanista,  cuanto de aquellas y aquellos que aparecen a los ojos del sociólogo que observa con curiosidad el comportamiento civil y religioso, privado y público, individual y colectivo de los habitantes de este rincón del planeta. Observación que hacemos, en esta ocasión, desde las gafas del Buen Samaritano que presenta el evangelista Lucas en el capítulo 10 de su evangelio. Es decir, desde la fraternidad que, más al fondo que la misma justicia, nos constituye en humanidad. Desde este punto de mira, el interés del relato se centra mayormente en descubrir la respuesta que estamos dando en Madrid —tomado como símbolo[2]— a la pregunta: ¿qué tipo de humanidad estamos desplegando?

¿Qué has hecho de tu hermano?

Y la imagen que primeramente nos llega a los ojos es decepcionante o, cuando menos, ambivalente. Por más que intentamos recrear la vista en espacios llenos de luz y de humanidad, siguiendo la afirmación de Confucio de que “es hermoso vivir en medio de la humanidad”[3], nos resulta imposible despegar la mirada de esa otra zona oscura donde la humanidad es degradada. Esa zona que el pintor Paul Klee dejó reflejada con trazo grueso en su Angelus novus, y desde la que el escritor del Génesis dirigía a Caín ya in illo tempore la pregunta: “¿qué has hecho de tu hermano?” Ni siquiera el tiempo, con su disolvente memoria, ha llegado a borrar esta inquietante pregunta sobre la raíz que nos vincula a toda la humanidad.

 Como en la cuneta del evangelista Lucas —donde unos bandidos dejan “molido a palos y medio muerto” al hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó—, Madrid tiene también su cuneta donde se amontonan los destrozos humanos que vamos generando: ahí están los/as que no tienen fecha de la atención primaria en la sanidad pública, los que  no encuentran plaza escolar para sus hijos e hijas, las familias arrojadas de sus viviendas por la imposible hipoteca, las filas interminables ante los puntos de recogida de alimentos y comedores públicos y de caridad, las personas dependientes,  las que viven en soledad,  las que tienen que dormir en cualquier banco de la calle o al amparo  de algún cajero de la ciudad…

El ángel de la Historia

El ángel de la Historia con las alas desplegadas quiere alejarse, pero no puede hacerlo sin volver el rostro atrás y descubrir horrorizado los descartes humanos que se van acumulando a sus pies. Bien le gustaría repararlos, pero una tempestad irresistible lo arrastra de espaldas hacia el futuro.

Con permiso de Walter Benjamin[4] —que ve en los destrozos de la historia consecuencias del “progreso” representado por la tempestad—, en Madrid se visibiliza brutalmente la ruptura de la fraternidad humana. Esta ruptura está abriendo una brecha que se ensancha a diario bajo la cínica negación de la política —desde el “tamayazo” hasta el “ayusazo” actual, según dicen, “en Madrid no hay pobres”— y la irreverente deriva de las religiones —desde el invierno posconciliar hasta el pujante rouquismo más preocupadas por la “ideología de género” que por la vida real de las personas—.  

Se olvidan estos políticos y dirigentes religiosos, fascinados por el brillo del poder, de que en el cielo vuelan más pájaros que los que se pueden ver desde el marco de sus ventanas. No se repara la brecha en la fraternidad solo con soflamas sobre la libertad, o con llamadas a la caridad sin arraigo en la igualdad y la justicia. El individualismo, el “sálvese quien pueda”, va justamente en dirección contraria.  “La fraternidad, dirá el Papa Francisco, tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad” (…) Sin la fraternidad “la libertad enflaquece”, y solo “con el respeto o la suma de intereses individuales no se alcanza la igualdad” ni la dignidad[5].

Restaurar… realizar la humanidad

Más al fondo de la misma política y aun de la riqueza que suelen aportar las religiones, los hombres y mujeres de hoy no podemos dejar de lado el legado de conciencia que nuestra única humanidad ha venido generando en su ya larga historia. Ya en el siglo VI-V a.C. el gran pensador y pedagogo Confucio llamaba a sus contemporáneos a “realizar la humanidad”, porque, “difícilmente se puede sabiamente escoger un lugar para vivir desprovisto de humanidad”[6]. Realizar la humanidad —¡qué gran sabiduría!— es, en definitiva, la única razón y finalidad de la existencia de cada ser humano. En este momento preciso de la historia que atravesamos, estamos llamados a una acción previa y necesaria: antes de realizar la humanidad, es urgente “repararla”, “restaurarla”, “rehacerla”. A esto nos invita conscientemente Francisco en la Fratelli Tutti desde todas las claves posibles: la individual y la social, la privada y pública, la ética y la política, la local y la cosmopolita,… sin olvidar la restauración planetaria. 

El camino a Jericó

Para restaurar esta brecha que nos posibilite “realizar la humanidad”, los mininos y mininas que habitamos en Madrid no disponemos de nada mejor que el “camino a Jericó”, propuesto por Jesús de Nazaret desde el Buen Samaritano: hacernos cargo, encargarnos de y cargar con esta humanidad desgarrada.


[1] Según apreciación de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga en La vida contada por un sapiens a un neandertal, Alfaguara 2020.

[2] Emulando al gran maestro James Joyce: “Para mí, siempre escribo sobre Dublín, porque si puedo llegar al corazón de Dublín, puedo llegar al corazón de todas las ciudades del mundo”.

[3] Analectas 4.1. Versión y notas de Simón Leys. Edaf 2019

[4] Concepto de historia, Obras, libro I, Vol.2, Abada Editores, p.310

[5] Fratelli Turri, números 103-105.

[6] Analectas, ibidem. 4,1-4

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