Reflexión: Educar para el cuidado es cuidar la vida.

Educar para el cuidado es cuidar la vida.

La ética y la espiritualidad del cuidado se aprenden.

Jesús Bonet Navarro.

            La vida es frágil; sin un cuidado continuo, sufre o muere. Y ese cuidado se educa desde la infancia: en casa, en la escuela y en los medios de comunicación. Pero vivimos en una sociedad del “des-cuidado”, de individualismo y de  ausencia de solidaridad con cualquier tipo de vida. Educar la ética y la espiritualidad del cuidado es una cuestión de justicia y de empatía con la vida, porque cuidar es un estado del espíritu que se puede aprender.

Sin el cuidado es imposible la vida

Somos frágiles, inseguros, limitados, vulnerables; el planeta también lo es. Todos necesitamos cuidados; sin ellos, la vida se escapa, agoniza. Por eso, cuidar es hacer posible la vida, facilitarla y amarla, pues cuidamos lo que amamos y amamos lo que cuidamos. “El tiempo que has dedicado a tu rosa es lo que hace que tu rosa sea tan importante”, le dice el zorro al principito en el libro de Saint-Éxupéry (El principito) después de que el niño le explica qué cuidados dedica a su rosa. Y la rosa más preciosa es la vida: la nuestra, la de los demás seres humanos y la de la naturaleza.

Educar para el cuidado es educar para cuidar la rosa, porque el cuidado se aprende, se desarrolla y se cultiva. Y se educa en la familia, en la escuela y en los medios de comunicación social. Sin el cuidado es imposible la vida.

Una sociedad que educa para el “des-cuidado”

Consumir en exceso, tirar, destruir, convertir en basura lo que todavía es útil, cambiar lo que aún está en buen uso por lo que está de moda en el momento, gastar innecesariamente combustibles fósiles, practicar el ecocidio sistemático de bosques, ríos y mares, no atender a la propia salud… Es la ética del des-cuidado, la economía de la muerte. El ser humano se considera señor de la muerte frente al Misterio del Universo, Señor de la Vida.

La ética del des-cuidado es la que marca la mayor parte de las conductas sociales. Por encima de las crisis políticas, económicas y sociales, o como un resumen de todas ellas, está la crisis de solidaridad con la vida, con la de los demás seres vivos.

Vivimos en un contexto que “educa” para el des-cuidado: falta de respeto o de atención a los mayores, marginación de las personas a las que se considera diferentes o que tienen limitaciones, indiferencia ante lo común, consumismo, ausencia de conciencia de que el planeta tiene recursos limitados… Es la falta de ética del capitalismo presentista, que impulsa el individualismo en contra de la fraternidad y del futuro de la vida.

Educar una actitud ética y una espiritualidad que cuiden la vida

Educar la ética y la espiritualidad del cuidado equivale a educar para la justicia y el derecho, para la compasión y para la empatía con la vida. Pero esta empatía no es sólo intelectual y teórica; es una empatía basada en una “ética cordial”, como la llamaría Adela Cortina; es una ética de com-pasión, y la “compasión –en palabras de Karen Armstrong- requiere que mires dentro de tu propio corazón, descubras tu dolor y luego te niegues bajo cualquier circunstancia a infligir ese dolor a alguien más” (Cartas de la compasión).

Cuidar es un estado del espíritu, no es sólo un deber ético; por el contrario, “des-cuidar” es una falta de espíritu y de ética. Se puede “educar” para lo uno y para lo otro. Si la vida, el sufrimiento o el futuro personal y del planeta me resultan indiferentes, estaré educando, por acción o por omisión, para el “des-cuidado” o incluso para la destrucción; pero si considero que la ética y la espiritualidad me llaman a “no romper la caña quebrada y a no apagar el pabilo que humea” (Is 42,3), educaré para presentar el cuidado como la esencia de la vida.

En definitiva, aprender la ética y la espiritualidad del cuidado es aprender a mirar la vida y a ocuparse de ella en cualquiera de sus formas; y eso se educa desde la infancia, en la familia. Pequeños-grandes gestos ayudan a educar esa espiritualidad: ser cariñosos con los mayores, respetar la igualdad entre mujer y varón, cuidar plantas y flores en casa, evitar el abuso de plásticos y de papel, reducir el consumo de agua, utilizar sobre todo el transporte público, apagar luces innecesarias, plantar árboles, impedir que sobre comida y se tire… (ver: Francisco, Encíclica Laudato si’, 211)

Educar para la responsabilidad y la esperanza

“Es el rostro del otro, la imagen de su fragilidad, lo que me impulsa a ser moral… Es el ser del otro necesitado de ayuda el que me hace ser responsable”, escribe el filósofo lituano-francés E. Lévinas. “Eres responsable de tu rosa”, le decía también el zorro al principito de Saint-Éxupéry.  Esa es la responsabilidad que hay que educar y que se traduce en sensibilidad, contacto, presencia, escucha, dar seguridad, proteger, contagiar cercanía y confianza, favorecer que la vida crezca y no sufra.

Es la responsabilidad de defensa de lo comunitario y del planeta con el que formamos comunidad, una responsabilidad que responde a una ética biocentrada, no antropocentrada, diría L. Boff. Así la formulaba el filósofo alemán H. Jonas en su imperativo categórico respecto al cuidado de la Tierra, al que habría que añadir el cuidado de todo tipo de vida: “Obra de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra” (El principio de responsabilidad).

Sólo la responsabilidad respecto a la vida nos educa en la esperanza de un futuro más dignamente humano y más respetuoso con la naturaleza.

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