Reflexión: El cuidado de las personas mayores

Reflexión: El cuidado de las personas mayores.

Jesús Bonet Navarro.

            La edad que la autoconciencia de cada uno piensa y siente es la que permite no sentirse viejo, aunque se sea mayor. El edadismo social no tiene derecho a separar lo útil de lo inútil según la edad; pero lo peor es que uno mismo se sienta inservible. Es imprescindible el autocuidado y que el corazón nunca deje de cuidar y amar con alegría. La persona mayor es un patrimonio de la humanidad que requiere un exquisito cuidado.

Ser mayor, sentirse viejo

El tiempo y la edad no existen como absolutos; son relativos. Hay una edad cronológica (los años que hace que nací), otra biológica (el estado de las células de mi cuerpo), otra social (la que la sociedad marca mediante el edadismo) y otra psicológica (la que mi autoconciencia piensa y siente). Esta última es la decisiva, porque “nuestras células escuchan constantemente a nuestros pensamientos y se ven cambiadas por ellos” (Deepak Chopra, Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo). Ser mayor no es lo mismo que sentirse viejo.

            Nuestro cuerpo, nuestra vida, se deterioran con el tiempo; es la ley de la entropía: perdemos continuamente energía hasta que el calor de la vida llega a su punto cero. Pero, sin ignorar la falta de salud física o mental, hay factores que aceleran el deterioro: la soledad, la falta de cariño, la cerrazón en uno mismo, la tristeza, el miedo a envejecer, los sentimientos de culpa, la desesperanza, la autocrítica excesiva, la amargura hacia otros o la dificultad para expresar emociones.      

Pero la edad vital (que no tiene por qué coincidir con la cronológica) es la que figura en la información que me doy sobre mí mismo: la tierra donde nadie es viejo no está en ningún lugar, sino en nosotros. Si estamos muy pendientes del pasado o del futuro, estamos produciendo envejecimiento.

Edadismo: la exclusión de lo inútil

“Edadismo” es un neologismo que indica la separación de lo servible y lo inservible, lo útil y lo inútil según la edad. ¿A partir de qué edad somos inútiles?, ¿por qué una persona mayor o enferma ha de echarse al cubo de lo inservible?, ¿quién lo decide? Es sólo cuestión del relato social que se hace. Si la eterna juventud no es más que un mito para autoengañarnos, seamos lúcidos: débil, limitado, enfermo, mayor… no son sinónimos de “inútil”; son la denuncia del mito.

Siempre, hasta cuando somos dependientes, somos personas, somos un valor, porque somos un “patrimonio de la humanidad”; mucho más que las piedras de un monumento antiguo cuyo valor sólo se reconoce, frecuentemente, mucho tiempo después. La experiencia y sabiduría acumuladas, el ser una memoria histórica viva, la filosofía sobre lo que importa o no importa en la vida, la capacidad de aprender y dar… son, en todo caso, sinónimos de “útil”, de imprescindible; o sea, de un patrimonio de la humanidad al que no se debe renunciar. Por lo tanto, cuidar a la persona mayor es cuidar la vida, cuidar el patrimonio.

Una sociedad organizada desde las máquinas (ordenadores, cajeros, internet…), sólo para jóvenes, donde no caben ni los mayores ni las personas de otra cultura, produce una cultura de exclusión que renuncia a cuidar.

Ser mayor con alegría

Lo peor es pensarse a sí mismo como inútil, como inservible o como víctima de los jóvenes. La sabiduría de unos y las nuevas aportaciones de otros hacen a la sociedad sólida y dinámica. Por eso es tan decisivo el autocuidado y el relato que cada uno hace de sí mismo. “La peor vejez –dice un experto en cuidados como José Carlos Bermejo en Mi ser querido tiene alzhéimer– no es la del cuerpo ni la de la mente, sino la del corazón que deja de amar y cuidar”. Cuando uno cree que su persona no vale o no tiene sentido, o vive sin alegría porque no puede prestar servicios (que no es lo mismo que hacer cosas), es cuando empieza a morir.

No se puede estar pendiente de las limitaciones que han de venir, de nuestro declive. Eso no es vivir. Cito de nuevo a D. Chopra: “La vida es conciencia y la conciencia es vida”. La experiencia de cada uno es la que es, pero lo que hacemos con ella, la interpretación de la realidad, es lo que marca la alegría o la desesperanza en el vivir.

La autoconciencia de conducir la propia vida, la organización del tiempo, la afectividad satisfactoria, el cultivo de la mente, las relaciones sociales, la dedicación de tiempo a otros, el interés por lo nuevo, el deseo de vivir, el sentido del humor, la sonrisa, la comunicación, la creatividad, el saber disfrutar, el cultivo del espíritu… son formas de autocuidado.

Cuidar a las personas mayores

            Si las personas mayores son un gran patrimonio, no pueden ser vistas por la sociedad como una simple carga económica y social. “Es de bien nacidos ser agradecidos”, y muchas personas mayores, a costa de grandes renuncias y sacrificios, a veces con mucho sufrimiento y precariedad, han hecho posible una gran parte de nuestro bienestar, incluso de nuestra democracia y libertad. Durante la pandemia de la Covid-19 han sido a menudo descuidadas hasta la muerte y han sido las primeras en las que se han experimentado las vacunas de las que nos hemos beneficiado todos.

Las personas mayores son ciudadanos de pleno derecho. Hay que hacerlas visibles y eliminar la estigmatización por la edad. Las residencias de mayores no pueden ser almacenes de desechados e inservibles entre garras de buitres. Además, todo cuidado no es institucionalizable; siempre será preferible la familia. En todo caso, envejecer no debe equivaler a quedarse solo.

Es preciso favorecer el envejecimiento activo, la solidaridad intergeneracional, otras políticas más comprometidas, la inclusión de los mayores en la toma de decisiones, el acceso a las nuevas tecnologías… y todo lo que la sensibilidad para el cuidado pueda organizar.          

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