EL CUIDADO. Obertura parabólica a la vida.
Evaristo Villar.
Como la obertura en la ópera, el cuidado es una introducción parabólica que sintetiza y recapitula, en apretado microcosmos, toda la ética al servicio de la vida. ¡Para proteger la vida, en su pluriforme manifestación, necesitamos “cuidar” mimosamente el cuidado!
De la Covid aprended la lección
Cuando veáis a diario en los medios las alarmantes listas de personas contagiadas y fallecidas; cuando los centros de salud y las UCI’s de los hospitales aparezcan colapsadas y tengáis limitados los aforos en los espacios públicos y en los núcleos familiares; cuando advirtáis que se cierran las fronteras y aeropuertos de entrada y salida entre los países y necesitéis mascarilla para transitar por las calles de la ciudad… entonces, si conserváis aún el sentido común, caeréis en la cuenta de que esto no marcha bien y comprenderéis entonces la urgente necesidad de cambiar de rumbo. Podréis advertir entonces que la pandemia —como araña infinita que se desentraña en una interminable tela de horrores— ha llegado para mostrar al ser humano que está caminando por una ruta equivocada y peligrosa.
La trampa del cuclillo
La prolongación en el tiempo de esta pandemia es otro motivo más que nos obliga a pensar en alguna alternativa. Porque pasar irresponsablemente de este asunto puede estar haciéndonos caer colectivamente en la trampa del cuclillo, ese simpático vigía de la primavera, siempre oculto, que no dispone precisamente del oído absoluto de Mozart para articular una melodía sublime, pero que tiene una prodigiosa habilidad para piratear el nido ajeno y conseguir que otros anfitriones incuben sus huevos y alimenten sus polluelos. La sabiduría popular, admiradora y desdeñosa a la vez de tal conducta, dice que el cuclillo “en un sitio canta y en otro pone los huevos”.
Libertad y vacuna contra el parásito
Puede resultarnos simpática esta habilidad de cuclillo, pero, trasladada a la pandemia, el juego ya no es tan divertido. Porque media mucho dolor y están en juego muchas vidas. Como bien sabemos, hay administraciones públicas que, arrastradas por la ignorancia o la ambición de poder, parecen estar jugando con el virus como si de un simple parásito se tratara. Por molesto y antipolítico que resulte, su presencia —parecen decir— no va a privarnos de la fiesta de la libertad. Bastará una simple vacuna para acabar con esta pesadilla y echarla al baúl de los malos recuerdos.
¿Acabará imponiéndose este relato? Es probable que sí, dada la despreocupación ciudadana y la soterrada labor de los poderosos y serviles medios de (in)comunicación. Pero, lo que no parece discutible es que, como en el engañoso juego del cuclillo, el verdadero reto, más allá de la pandemia, está mayormente en otra parte.
Estamos tocando fondo
Por suerte, no faltan voces autorizadas que, desde hace décadas, vienen advirtiéndonos de la deriva que está poniendo en grave peligro la vida en el planeta. En esta línea, la pandemia es otro episodio más, lo suficientemente grave, para advertirnos que estamos tocando fondo.
El disfrute del actual bienestar (de la parte privilegiada de la humanidad), fruto de un desarrollo científico y tecnológico descomunal, se está manteniendo sobre la superexplotación de los recursos y el agotamiento de las fuentes de la vida. ¡Y de un organismo explotado y agotado puede surgir lo más inesperado e indeseable! No somos suficientemente conscientes de que ese bienestar de un tercio de la población está destruyendo el planeta y poniendo en riesgo de extinción al conjunto de la humanidad. Ni el progreso es indefinido ni el desarrollo ilimitado —la sostenibilidad ya resulta insuficiente y está reclamando alguna alternativa—. ¡La ensoñación nos ha llevado demasiado lejos!
El ángel de la historia
El Angelus Novus del polifacético artista germano-suizo Paul Klee —interpretado por el filósofo Walter Benjamin—, caminando decididamente hacia el futuro con la cabeza vuelta hacia atrás y los ojos desmesuradamente abiertos y horrorizados ante los destrozos que vamos dejando amontonados a la espalda, quiere ser una imagen poderosa de un progreso que, en aspectos muy esenciales, camina en dirección contraria a la vida.
Dejada a su libre albedrío, la inteligencia instrumental, sin el necesario complemento de la emoción y la cordialidad, va camino de repetir en nuestros días la experiencia del aprendiz de brujo. Víctimas de nuestro propio invento, hemos llegado a romper nuestra vinculación material con la tierra de la que somos su parte consciente e inteligente y nuestras raíces antropológico-sociales con la humanidad, nuestra propia familia.
¿Será la Covid una oportunidad para hacernos caer en la cuenta del callejón sin salida en el que entramos al romper las raíces de nuestra dependencia y vinculación eco-antropológica y social?
Aún estamos a tiempo
A pesar de las rupturas, aún nos queda memoria para el reconocimiento y talento para rectificar.
La pandemia debería llevarnos, como el vigía, al reconocimiento de que el mayor mal, simultáneo al olvido de las víctimas, está más al fondo, en la ruptura de las raíces materiales y sociales que nos unen a la tierra y a la humanidad. Ya hace tiempo que lo están demostrando las ciencias cosmológicas y antropológicas. Y nuestros antepasados lo dejaron tempranamente plasmado en la intuición y creatividad de los mitos. En el Génesis, por ejemplo, para expresar la unión con la tierra, se dice que “el Señor Dios modeló al ser humano de arcilla del suelo” (2, 7); y se pone en boca de Dios mismo la vinculación que nos une a toda la humanidad, diciendo: “No es bueno que el ser humano esté solo, voy a hacerle una ayuda adecuada” (2, 18).
El reconocimiento de esta ruptura identitaria con nuestras raíces debería llevarnos a la restauración sólida, ajustada a nuestra ontología eco-social, y, consecuentemente, a articular prácticas éticas que tengan como principio y fin el cuidado de la vida. La ontología del cuidado tiene en el filósofo Martin Heidegger, siguiendo las madrugadoras intuiciones greco-romanas y cristianas, su mejor inspirador.