Evaristo Villar
El pan y el espíritu constituyen las dos condiciones básicas para el desarrollo de la vida del ser humano y de las sociedades. Son como los dos ojos para ver y los pies para andar. Sin pan la vida es imposible, y sin espíritu carece de sentido
Madrid, una ciudad fantasma
Aunque ya se nota algo de vida en las calles con la presencia a ciertas horas de los/as niños, ancianos/as y deportistas, lo cierto es que Madrid sigue siendo una ciudad fantasma. Estancada en la fase 0 de la desescalada (¡cómo disimular la fiebre privatizadora y la ausencia de grandeza en nuestros políticos autonómicos!), el alma parece haber huido del cuerpo de la ciudad. La mascarilla da a los pocos transeúntes un tono sombrío, silencioso y distante. Sin alma, sin espíritu, sin vida. Salvo los centros de alimentación, farmacias, talleres de reparación de vehículos y los bancos, todo lo demás permanece cerrado y en silencio expectante, muerto. Como esos momentos que siguen a un gran chaparrón… ¿Será esto La Peste, descrita por Camus a mediados del pasado siglo en la ciudad de Oran?, o ¿el Ensayo sobre la ceguera, magistralmente ideado cincuenta años más tarde por Saramago?
Dos fenómenos se enseñorean en la ciudad
Dos cosas emergen por encima de todo lo demás en este sombrío panorama: la falta de pan -ni la mano invisible del mercado ni la mano visible de las administraciones oficiales han conseguido eliminar esa fila del hambre interminable. Esto, por una parte. Y por otra, la presencia pujante del espíritu que ha llegado, como grasa milagrosa sobre ruedas de carro viejo, al rescate de una sociedad inerme y amedrentada. ¿Habrá que recordar aquí y ahora, ante el espantoso ridículo de los políticos autonómicos -antología del disparate- la humana profesionalidad de nuestros cuadros sanitarios, la generosa ternura de un inagotable voluntariado, el sudoroso sacrificio de nuestros productores, el coraje de nuestros transportistas o la firmeza responsable de las fuerzas de seguridad y defensa de la ciudadanía? El permanente aplauso desde los balcones y ventanas certifica la emergencia y fortaleza del espíritu en la ciudad.
Todo estaba ya anunciado y descrito
Nada hay nuevo bajo el sol. Es cierto. Salvo la llegada puntual del Covid-19, todo estaba anunciado y descrito por nuestros videntes y sociólogos. ¡Había suficientes señales para un inminente desastre, pero nos acostumbramos pronto a mirarlas como nube pasajera de verano! Ahora que estamos en el ojo del huracán, sería cuestión de volver -aunque sea solo de reojo- a los alarmantes datos difundidos por la Carta contra el Hambre, apoyados en sólidos informes de FOESSA, INE, de Salud Madrid y otros. Ya antes del coronavirus, con un tercio de la población en dificultades para llegar a fin de mes y medio millón de hogares sin garantía de poder realizar una alimentación adecuada, la pobreza y el hambre en España se estaba cronificando y denunciaba una muy mala articulación estructural de la sociedad. Solo en la Comunidad de Madrid –y antes de la pandemia- el 15% de la población padecía inseguridad alimentaria, severa en el 23% de los casos. Situación que afectaba ya directamente a la juventud y a las familias numerosas y con menores a su cargo, a la población extrajera y a la etnia gitana. ¡Qué decir ahora, a la vista de esas colas de hambre interminables ante los bancos de alimentos en toda España!
Las dos hambres que están devorando al ser humano
Leonardo Boff, líder espiritual indiscutible a nivel mundial, ha dicho desde Brasil que “el ser humano está devorado por dos hambres: de pan y de espiritualidad. El hambre de pan es saciable; el hambre de espiritualidad, sin embargo, es insaciable”. ¡Porque no se puede poner límites, en modo alguno, a la comunión, la solidaridad, el amor, la compasión, la ternura, la donación!
El pan y la espiritualidad, el espíritu, constituyen dos condiciones básicas para el desarrollo de la vida del ser humano y de las sociedades. Son como los dos ojos para ver y los pies para andar. Sin pan la vida es imposible, y sin espíritu, sin valores, la vida carece de sentido. Por ser tierra, materia, necesitamos pan para vivir, y porque somos espíritu, necesitamos valores que den sentido a la vida. En la conjunción de ambas dimensiones nos vamos haciendo, creciendo, equilibrando nuestra vida. Cuando nos falta espíritu y el pan se nos impone en la vida, el pan se nos convierte en ídolo y la vida se nos embrutece. Para volver al equilibrio, necesitamos sacrificar el ídolo porque “no solo de pan vive el hambre”.
Ética y mística del pan
La vinculación entre el pan y el espíritu ha sido cantada por nuestros poetas y justificada por nuestros filósofos y grandes pensadores. Poéticamente la dejó inmortalizada el nobel Juan Ramón en su inagotable Platero y yo: “Te he dicho, Platero, que el alma de Moguer es el vino, ¿verdad? No, el alma de Moguer es el pan.Moguer es igual que un pan de trigo, blanco por dentro, como el migajón, y dorado en torno –¡oh sol moreno! -, como la blanda corteza”.
Pero donde el atrevimiento de la unión ha llegado más lejos ha sido en las religiones. En las tres religiones abrahámicas la unión del pan y el espíritu supone siempre una “liberación” -de la esclavitud, Pascua judía; de la necesidad, Ramadán islámico-, y una “unión” inimaginable -es en el cristianismo, donde, a mi juicio, se ha llegado más lejos-.
El reto del pan supone para el cristiano/a no solo una forma de estar, “ética del pan”, sino, más al fondo, una forma de ser, “mística del pan”.
Rodeado durante varios días por una multitud hambrienta y en lugar inhóspito, lejos del mercado donde poder, según pretendían los discípulos, “comprar” pan, Jesús les exige que “le den” ellos de comer. La ironía entre el “dar” de Jesús y el “comprar” de los discípulos se resuelve en el símbolo de “cinco panes y dos peces” que, cuando se “comparten”, llaga para la multitud y sobra. Es una forma brillante de manifestar la “ética del pan” en cristiano.
Pero donde la unión pan-espíritu llega a lo inimaginable es la identificación que Jesús hace del pan consigo mismo: “este pan es mi cuerpo,” (Mc 14, 22); “tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25, 35). Y esta “mística del pan”, cuando ya las comunidades habían reconocido en Jesús al Hijo de Dios, queda definitivamente plasmada en la fórmula que acuña el evangelista Juan: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 48).