Reflexión: La ética, ¿patrimonio de la religión?

Jesús Bonet

El ser humano descubrió la ética antes de que nacieran las religiones. Éstas, precedidas por los mitos, vinieron después. Durante miles de años, la ética ha sido patrimonio de la religión. Ahora cada vez lo es menos. Una ética postreligiosa, laica y esencialmente racional se abre camino con rapidez, pero el que sea postreligiosa no significa que sea antirreligiosa; muchas pautas aportadas por las religiones son asumidas por la ética laica.

El ser humano, ser ético ya en sus orígenes

            No ha existido nunca un ser humano que viviera solo en el mundo; siempre hemos convivido. Pero la convivencia exige el acuerdo y la norma respetados por todos, con el fin de no destruirnos unos a otros y de que los fuertes no se aprovechen de los débiles. El acuerdo y la norma se convierten, en principio, en pautas heterónomas, en leyes impuestas a los sujetos; pero las leyes sociales no se mantendrían a largo plazo si no hubiera una formación de la conciencia ética de cada persona que le hiciera distinguir, con rapidez y desde su interior, qué está bien y qué está mal, y luego actuar en consecuencia. Sin esa formación del sujeto ético, la vida social sin violencia es imposible.

            Las raíces más antiguas de la ética están en los mitos: la necesidad de dar respuestas a los grandes interrogantes humanos (el origen y la explicación de la realidad y de la vida, la fertilidad, el problema del mal y de la muerte, el sentido de la vida, el final de todo…) llevó a los seres humanos del paleolítico tardío y del neolítico a expresar, en sus relatos y ritos, modos de conducta para relacionarse entre ellos y con lo sagrado que tenían ya un componente ético.

Las religiones vinieron después

            Aunque las raíces de las religiones se hallan en el paleolítico, es en el neolítico cuando surgen las religiones como tales, con muchos rasgos que han llegado hasta nosotros. Las religiones monoteístas son mucho más tardías.

            Las normas éticas propuestas o impuestas por las religiones tienen un supuesto carácter sagrado: se presentan como reveladas por la divinidad, garantizadas por ella y con un cumplimiento exigido también por ella, so pena de castigos y maldiciones. Así, muchas normas que procedían de la propia búsqueda humana de criterios morales para vivir se reforzaron al ser convertidas en religiosas.

            Pero también es cierto que las mismas religiones aportaron principios éticos que quizá no eran tan fáciles de descubrir o de valorar: el amor desinteresado, la compasión, la conciencia moral, la dignidad humana, el perdón, la libertad, el servicio, la renuncia a la violencia, la gratuidad, la sencillez, la preocupación por los demás…, aunque, frecuentemente, las religiones fueron incoherentes con esos principios y asimilaron o defendieron lo contrario: el machismo, el patriarcalismo, el poder, la violencia; incluso practicaron aberraciones éticas, como las de la Inquisición o del fanatismo en nombre de Dios.

            Es verdad que muchas de las conquistas éticas que hoy se consideran irrenunciables son herencia de una larga tradición religiosa. No obstante, no es menos cierto que en los dos siglos y medio últimos las religiones se han resistido con fuerza a la evolución laica y democrática de la ética, sin resignarse a perder el poder de dictar normas para todos en el ámbito moral, que luego se traducían en poder cultural, político, económico, etc.

Buscando caminos éticos no religiosos

            Ya los filósofos griegos clásicos intentaron desarrollar una ética basada en la razón y al margen de los mitos, aunque ellos mismos no consiguieron despegarse del todo del mito ni de la religión. Pero, poco a poco, ha ido abriéndose el camino hacia una ética racional que, sin renunciar a su patrimonio de origen religioso, puede servir para todos -los creyentes religiosos, los agnósticos, los ateos y los indiferentes-, porque tenemos que convivir aceptando una ética común, aunque luego haya una ética de máximos que puede seguirse según las creencias de cada uno.

            Distintos pensadores, a lo largo del tiempo, han sugerido criterios diversos para fundamentar esa ética racional: la utilidad, el bien común, el placer, el dominio de las pasiones, el deber, los sentimientos, la libertad-igualdad-fraternidad, la independencia respecto a toda autoridad extramundana, la necesidad de la muerte de un Dios justiciero, el compromiso con los derechos humanos, la responsabilidad por los demás y por la tierra… o una mezcla de varios de ellos.

            Muchas personas no aceptan hoy la ética religiosa por varias razones: su rigidez, su limitación de la libertad, su falta de universalidad, su percepción del ser humano como alguien incapaz de decidir por sí mismo, sus prejuicios, su referencia a un mundo que no existe o que da igual que exista, sus criterios cerrados ante los nuevos descubrimientos sociales, científicos o antropológicos. Por eso, por más que se resistan muchos sectores religiosos a la evolución libre y constructiva de una ética trabajada entre todos, el horizonte, no demasiado lejano, es una ética laica postreligiosa.

Ética laica postreligiosa no significa ética antirreligiosa

            Significa sólo ética construida entre todos y para todos, sin referencias a ningún origen sagrado ni a una supuesta ley natural que filosóficamente no se sabe exactamente qué es. Por supuesto, aprovechando todo lo que vale de lo que las religiones han aportado, pero no como patrimonio de éstas.

Desde luego, se cometerán errores de rumbo; incluso habrá quienes quieran sustituir a los dioses antiguos por dioses de hoy: el mercado, la técnica, el desarrollo indefinido a costa del planeta. Pero ha de quedar claro: la ética no es patrimonio de la religión, aunque alguna vez ésta se apropió de aquélla.

No es tiempo ya de absolutismos morales, de éticas estáticas, de pretensiones de que una determinada ética religiosa se traduzca en leyes civiles para todos, de particularismos morales exigibles universalmente, de autosuficiencia en la posesión de la verdad moral… La ética postreligiosa no va contra las religiones ni elimina su papel; simplemente les dice que una moral universal tiene que ser laica. Las religiones podrán seguir formando sujetos morales, creando estilos de vida, cultivando la espiritualidad, aportando modelos de persona, fomentando el tejido comunitario y creando identidad colectiva en una sociedad marcada por el individualismo, y, sobre todo, dando respuestas a las preguntas sobre el sentido de la vida

1 comentario

  1. De acuerdo con el articulo de Jesús Bonet, indica J.M. de Barandiarán que el numen vasco prehistórico Mari conlleva una serie de postulados: “condena la mentira, el robo, el orgullo, la jactancia, el incumplimiento de la palabra dada y la falta de respeto a las personas y a la asistencia mutua” (Mitología vasca, 2001) y prescribe “la participación y la solidaridad respondiendo a la implicación en un mundo común o comunitario del que se forma parte”.
    “Mari” representa la madre tierra: fertilidad, alimentos, cuidado, cosechas, los cambios climáticos: lluvias, nubes, tormentas, y también los valores de justicia, severidad, generosidad, bondad, belleza, respeto, valores y actitudes que corresponden a la figura femenina”, subraya M.C. Basterretxea, indicando que Mari no es propiamente diosa, sino ‘gorentasuna’, andere (señora); pero no está por encima de la naturaleza, como otros mitos muestran, sino en ella y para ella. No pide sacrificios, ni guerras, sino respeto y cuidado.

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