J. María Fernández Prado. Ingeniero técnico industrial. Empleado en el sector de las telecomunicaciones. Admirador de Francisco de Asís. Ecofeminista
Mi abuela paterna nació en el año 1906 en un pueblo de la montaña de Asturias. Tardó varios años en ver un coche por primera vez. Tardó mucho en utilizar un teléfono. No había segadoras, ni tractores. Era casi una anciana cuando vio la televisión por primera vez.
Cuando ya era muy mayor, estaba con ella y me llamaron al móvil. Cuando colgué me dijo “Paez cosa del diañe, tas ende falando solu con esi aparatín, nun se cree“. El avance tecnológico a lo largo de la vida de mi abuela había sido brutal.
La capacidad de la tecnología
Una niña que tenga ahora 10 años no es diferente a la niña que fue mi abuela. Pero los retos vitales a los que se tiene que enfrentar son completamente diferentes.
Por eso es necesario repensar casi todo. Vivimos en el antropoceno y eso significa que ya no tenemos que comprender un mundo hostil, donde las plagas divinas nos pueden asolar, sino que los humanos somos la plaga que asolamos el planeta.
La capacidad de la tecnología para generar sufrimiento y destrucción es enorme. La capacidad de la tecnología para hacer la vida mejor supera cualquier novela de ciencia ficción de mediados del siglo XX. Es el uso que hagamos de la misma como sociedad planetaria, lo que nos llevará a una distopía apocalíptica o hacia un mundo mejor.
Tecnología para qué…pero a qué coste
Es imprescindible que entendamos que la tecnología tiene que estar al servicio de las personas y no al revés. La pregunta no es si podemos conseguir una red 5G que vaya rapidísimo. La pregunta es para qué y a qué coste. Para que alguien se descargue una película porno en 4K en el móvil, ¿debemos cargarnos el planeta con unas inversiones enormes en la instalación de antenas y un enorme consumo energético? Pues a lo mejor, para ver la película en el móvil la podemos ver en full HD y va que chuta, y cuando lleguemos a casa ya la veremos en calidad 4K.
Por tanto, una parte de la ética ya está escrita, es que no seamos niñatos caprichosos, que entendamos que lo que hacemos y lo que vivimos está dentro de un contexto y que nuestras acciones tienen consecuencias.
Otra cuestión fundamental está escrita también, el respeto a la declaración universal de los derechos humanos de 1948. Es un hito histórico que deberíamos estar recordando cada día, que todos los colegios, todas las televisiones deberían dedicar tiempo a ello. No puede haber ninguna razón para tomar atajos con los derechos humanos y quien no respete los derechos humanos enunciados en esa declaración es contra quien debemos luchar.
Por tanto, mi ética para la tecnología la resumiría en tres mandamientos básicos.
Primer mandamiento. Subordinar el avance tecnológico a las necesidades sociales. No crear las necesidades sino crear la tecnología para cubrir las necesidades vitales realmente existentes.
Segundo mandamiento. Entender que todo desarrollo tecnológico tiene unas consecuencias y establecer siempre un estricto criterio de prevención. No avanzar con el desarrollo si no tenemos garantías claras de que no va estropear algo más importante que aquello que pretende arreglar.
Tercer mandamiento. El desarrollo tecnológico y su utilización deben estar supeditados a la salvaguarda y protección de los derechos humanos como un conjunto único de soberanía compartida.
Y esto último es muy importante, porque la tecnología suprime las fronteras. Si soy un país que tengo armas nucleares y hago estallar esas armas en mi propio territorio estaré matando también a la gente de los países vecinos. Si experimento con la guerra biológica y, como en las películas de zombis, se me escapa un virus del laboratorio, puede matar a un continente entero. No hay fronteras para nuestro poder destructor.
Por eso el avance tecnológico nos lleva defender como único camino de uso seguro de la tecnología la soberanía planetaria. Al mismo tiempo, mantener la diversidad de lenguas, de culturas, de formas de vivir es también un mecanismo defensivo frente a las distopías tipo 1984 o Un mundo feliz.
Por eso, para garantizar un uso ético de la tecnología que no suponga un mundo opresivo y terrible se tiene que superar la lógica nacionalista. Debemos superar esa lógica por la aceptación de la soberanía planetaria construida sobre la diversidad de los pueblos, las lenguas y las culturas del planeta.
Una pregunta necesariaFinalmente, hay un plano de trabajo individual para la consecución de un uso ético de la tecnología. Debemos preguntarnos si realmente necesitamos todos los avances tecnológicos que están a nuestro alcance. ¿Nos hacen más débiles o más fuertes, más libres o menos libres? Si valoramos nuestra libertad y la defendemos aunque esa defensa tenga un precio, entonces estaremos ayudando a que exista una ética social sobre la tecnología.