Evaristo Villar
Una visión de la economía desde un evangelio desencantado
La atracción del pan ha sido desde siempre el mayor acicate para el ser humano. Cuando la ciencia y la técnica parecen haber desplazado en nuestros días el misterio, es el pan, ampliamente entendido, el que sigue acrecentando su magia y encantamiento.
Tener pan es tener vida
Desde el maná que reclamaron en el desierto las tribus exiliadas de Egipto hasta la conquista de los paraísos prometidos, la búsqueda de pan se ha convertido en el mayor paradigma de la movilidad y la creatividad humanas. Tener pan es tener vida, acrecentarlo multiplica la vida… Cuando se carece de pan, la vida desaparece.
Pero también el pan es causa de tentación. Las guerras y mayores crueldades humanas se asocian fácilmente con la disputa por la hegemonía del pan.
Conscientes de esta su doble magia, los cristianos pedimos a diario pan al cielo: “danos hoy nuestro pan de cada día”. Y a su vez, sabiendo que “no solo de pan vive el hombre”, oramos para que “no nos deje caer en la tentación (del pan)”. Porque la pulsión, no controlada, del pan acaba convirtiendo la vida en una obsesión que impide el despliegue de sus muchas otras potencialidades.
La brecha social del pan
La obsesión por el pan es hoy tan brutal que está abriendo una brecha enorme en la especie humana. Ni siquiera la racionalidad, esa fuerza misteriosa que nos vincula más radicalmente que la misma sangre, es suficiente para mantener la cordura.
Los datos son escalofriantes. Durante el pasado año, asegura el Informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo, presentado recientemente en Roma, 821 millones de personas sufrieron insuficiencia alimentaria[1]. Informes anteriores del PNUD venían apuntando a las raíces de esta tragedia: mientras el 1% de la población rica posea el 45% de la riqueza mundial y el 99% restantes el 54%, no podemos seguir esperando milagros.
En su VIII Informe Foessa, Cáritas cifra en 8,5 millones las personas sometidas a la precariedad del pan en España, de las que 4,1 millones están en una situación severa y 1,8 millones ya no cuentan para nada; son las “descartadas”, en terminología del papa Francisco[2].
Por otra parte, siendo Madrid la comunidad más rica de España, con un PIB per cápita de 135,1% sobre la media nacional de 100%, resulta que la exclusión alcanza al 16,1%, lo que supone que unas 352.000 personas, en la capital, están sufriendo algún tipo de insuficiencia alimentaria[3].
Propuesta alternativa y laica del evangelio
En un escenario como este, no es difícil advertir, desde la economía política, la representación de dos libretos difícilmente conciliables: el que mira el pan como un absoluto y el que lo considera medio para vivir. El primero —del que no puedo ocuparme en esta reflexión—está suficientemente representando por el capitalismo neoliberal; el segundo, por el humanismo utópico.
El libreto humanista, presente también en diferentes contextos laicos, emerge con inusitada fuerza en dos tradiciones neotestamentarias: la crítico-hermenéutica que representa Lucas y la propuesta alternativa de Marcos. Vale la pena detenernos unos instantes.
No se puede servir a Dios y al dinero.
Lucas sitúa las parábolas sobre el pan en su larga sección sobre “El camino de Jesús hacia Jerusalén”, capítulos 9,15 y 19,28. Particularmente ilustrativo resulta el capítulo 16 con dos parábolas muy populares: la del “administrador ¿infiel?“ y la del “hombre rico y el pobre Lázaro”. Lucas desliza hábilmente la idea de que el dinero (pan) se convierte fácilmente en un fetiche que acaba esclavizando a las personas. Su conclusión es lapidaria: “No se puede servir a Dios y al dinero”.
Elogio del administrador sensato.
En este contexto, cobra especial relevancia el administrador atípico. Representante de los bienes del dueño, el administrador hace préstamos con interés y recibe, a su vez, una comisión que acrecienta la deuda de los receptores. Interés y “mordida administrativa” revelan la injusticia de un sistema que, con el préstamo, agranda la brecha entre pobres y ricos. Los profetas denunciaron siempre este sistema condenado por la Ley (Éx 22,24; Dt 23,20 y Lv 25, 35 y ss.)… Al enterarse el dueño del proceder atípico de su administrador, “lo alabó”, no por haber sisado los derechos de su amo, sino por renunciar honestamente a su propia “mordida”. En definitiva, Lucas condena el sistema de prestación que pone el interés por encima de las personas.
El reparto, una propuesta alternativa. Por su parte, Mc 6,33-8,2 hace una atrevida propuesta en sus dos escenas del reparto: el reparto a los judíos (6,35 y ss.) y el reparto a los paganos (8,1 y ss.). Marcos no habla de “multiplicar” sino de “dividir”; frente a la intención de “comprar” de los discípulos, Jesús propone “dar”. Dar, repartir, comenzando por los alimentos que ellos mismos llevan y con los que tiene la multitud.
La propuesta es agresiva y nada tiene de milagrosa. Curiosamente, ante los judíos que en el segundo reparto exigían a Jesús un milagro, los discípulos, que ya tenían experiencia del primero, se callaron porque no habían visto en el primero ningún gesto mágico, sino algo tan “humano” como compartir lo que llevaban con toda la multitud.
Dividir, dar,
compartir. Exigir
lo extraordinario para remediar algo que es consecuencia del sistema es
irracional. Esta magia la denunciaron siempre los profetas… La solución está en
la alternativa del humanismo utópico: dividir, repartir, compartir.
[1]Informe elaborado por la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Fondo para la Infancia (UNICEF), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
[2]Cfr. www.foessa.es/viii-informe.
[3] Cfr. Carlos Berzosa, El hambre en el mundo desarrollado: el caso de la Comunidad de Madrid, en Éxodo 149 (2019) 24-31.