Reflexión: La única alternativa al poder: el servicio.

La única alternativa al poder: el servicio. ¿De dónde partimos?.

Manmen Castellano Paredes.

En este artículo quiero analizar el poder en el Pueblo de Dios y para poder hacerlo, creo que es fundamental sentar unas bases o unas primicias fundamentales, para que al leer el artículo todos y todas entendamos lo mismo. Probablemente al hablar de Pueblo de Dios, para muchos de vosotros y vosotras, deberíamos estar hablando de toda la humanidad, pero como vamos a hablar de Jesús y de las bases que Él nos dejó para nuestras relaciones, creo que deberíamos considerar como tal sólo a los cristianos y cristianas. Esto último, fundamentalmente por respeto a otras personas de otras creencias que no comparten parte de nuestra fe y por lo tanto se merecen todo nuestro respeto. Esto es algo que necesitaría de otro artículo para su reflexión, pero es importante que todos y todas en nuestras palabras lo tengamos en cuenta, ya que cuando decimos a la ligera que un creyente de otra religión es una buena persona y es como cristiano, podemos estar atacando fuertemente sus principios.

Partiendo de que en el Pueblo de Dios nos encontramos todos los cristianos y cristianas, seguidores de Jesús, no debemos olvidar nunca las palabras de Él. En palabras de Jesús, todos y todas somos hermanos y hermanas;  y cualquiera que sea padre o madre o tenga cerca de uno de ellos puede comprobar que no se puede decir cuál es más importante de tus hijos, todos son iguales. Para Dios Padre-Madre todos y cada una de las criaturas somos iguales, no existen diferencias entre nosotros y nosotras, tengamos la edad que tengamos, la ideología, la tendencia sexual o el poder adquisitivo. Todos y todas sin distinción.

Es más, Jesús vino a ponernos a nuestros hermanos y hermanas al mismo nivel que al mismo Padre. Cuando en Mt. 22, 36-40 les dice a los fariseos cual es para él el mandamiento más importante, nos da dos: “Amarás al Seños tu Dios… Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Para Jesús amar a Dios y amar al prójimo (a nuestro hermano y hermana próxima) es lo mismo.

Situación actual del Pueblo de Dios.

Cualquiera que observe desde fuera o desde dentro con un poco de sentido crítico la situación actual, podrá darse cuenta de que anda bastante alejado de lo que anteriormente he dicho y de lo que de las palabras de Jesús se puede extrapolar.

Probablemente sea necesaria una organización del Pueblo de Dios, cuando la cantidad de personas que se aglutinan en el mismo es elevada, pero ¿es necesario que la estructura sea la eclesial que conocemos en estos momentos? Aunque no sea perfecta, ¿no podría ser un poco más democrática? Vemos cómo al igual que en otros contextos unos pocos (intencionadamente puesto en masculino) aglutinan el poder. La estructura es claramente eclesial y en los órganos de poder sólo se pueden encontrar unos cuántos. No es una estructura en la que se fomente la participación de las bases, de todos y todas y cualquier celebración que veamos, nos puede mostrar esa jerarquía claramente (papa, cardenales, arzobispos, obispos, vicarios, consejos parroquiales, padres, hijos; y claramente a algunos de esos estatus muchas ni podemos acceder). 

¿Realmente somos todos y todas iguales en el Pueblo de Dios? La respuesta es obvia, claramente NO. En algo tan primordial e importante como son los sacramentos no todos y todas las cristianas tenemos derechos a acceder. Esto no significa que lo queramos. Es bastante frecuente zanjar este debate diciendo que el sacerdocio debería abrirse a las mujeres, pero ¿nosotras lo queremos tal  cual se entiende ahora? Yo no podría hablar por boca de todas las cristianas de la Iglesia, probablemente las haya que piensen que sí, pero por mi parte, creo que no se soluciona así, sino volviendo a los orígenes y dándole otro sentido a ese sacerdocio. Me gustaría profundizar más en este sentido más adelante recordando las palabras de Jesús.

Pero no todas las diferencias que nos encontramos en la Iglesia son entre clérigos y laicos, donde una parte queda fuera y relegada a funciones muy concretas. Pero cuando tienes hijos, también te das cuenta de que dejamos fuera a otra parte importante, nuestros niños y niñas. Nuestras celebraciones en particular, y nuestra vida en comunidad en general, no suelen estar pensadas para ellos. Son muchos los ejemplos que podemos poner de ellos y muy triste ver cómo nos estamos perdiendo la alegría de los más pequeños y pequeñas en nuestras celebraciones. Todos y todas, unos más y otros menos, nos hemos educado en un modelo de celebraciones, donde el silencio, la reflexión, la oración meditante…  eran protagonistas y ahí es complicado encajar a un pequeño de 2 ó 4 años. No es cuestión de crear unas misas para niños o de acortar las nuestras para que no se aburran o de hacer actividades paralelas para ellos y ellas; creo que todo eso pueden ser soluciones parciales. Es necesario cambiar la mentalidad y pensar en otras maneras (que las hay y son posibles) de hacerlos más partícipes. Sinceramente, creo que los adultos nos estamos perdiendo algo esencial del Evangelio y nos jugamos algo muy importante: el futuro de nuestras comunidades. Y cuando hablamos de nuestros niños y niñas, no sólo me refiero a la edad, también como Jesús podemos extrapolarlo a los más pequeños de nuestra sociedad, ¿están nuestras comunidades abiertas a los presos, discapacitados, pobres, inmigrantes…?

Con todas las exclusiones que se producen hoy en día en el Pueblo de Dios, creo que se está silenciando el Evangelio, se están obviando grandes mensajes que nos dejó Jesús y que me gustaría retomar brevemente a continuación.

¿Qué dijo Jesús?

Durante años nos han enseñado que la Iglesia es cómo es  porque así la instituyó Jesús: eligió a doce hombres, con los que celebró la Última Cena y a los que envió a predicar y se les apareció después de resucitar; nombró a Pedro cabeza de la Iglesia y que por ello el papa es su sucesor… y otra serie de principios que se basan en una parte del Evangelio. Quitando que los evangelios fueron escritos por hombres adultos y para hombres adultos, aún así hay mensajes de Jesús que no les pudieron pasar inadvertidos y que han llegado hasta nuestros días.

En este sentido,  Jesús se acompañó de hombres y mujeres y son múltiples los pasajes del Evangelio donde lo podemos leer: Lc. 8, 1-3 (“Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres… María… Juana… Susana…”) o en Mc. 14, 3-9 (“ entró una mujer… y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús…Jesús dijo:… donde quiera que se proclame el Evangelio, en todo el mundo, se contará también su gesto y será su gloria.”). En ambos pasajes se da importancia a las mujeres, en el primero dando los nombres incluso, con lo importante que es eso en cualquier parte del Evangelio para el caso de los hombres (por ejemplos cuando se nombra a los doce), sin embargo casi nunca se habla de estas mujeres. En el segundo,  el propio Jesús dice que se tendrá que recordar a esa mujer siempre que se lea el Evangelio y sin embargo, el evangelista obvia hasta el nombre. Durante siglos las mujeres de la Iglesia han sido silenciadas y olvidadas, pero leyendo estos fragmentos, ¿realmente es lo que quiso Jesús?

Para saber qué fue lo que dijo Jesús de los más pequeños (no sólo de los niños y niñas, sino de los discapacitados, los pobres, los marginados de la sociedad…), son varios los pasajes que nos pueden dar luz. Nos encontramos en Mt  18, 2-5 (“Jesús llamó a un niño, lo colocó en medio… El que se haga pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos. Y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe”); Mt 19, 14 (“Jesús les dijo: Dejen a esos niños y no les impidan que vengan a mí: el Reino de los Cielos pertenecen a los que son como ellos”) y Lc 9, 46-48 (“A los discípulos se les ocurrió preguntarse cuál de ellos era el más importante. Jesús… tomó a un niño, lo puso en medio y les dijo: El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí;…”). Queda bastante claro dónde ponía Jesús a los niños y a los más pequeños, en el centro mismo de la reunión. Hay que ser como ellos para acercarse al mismo Jesús, tenemos que aprender de ellos, de su sencillez, de su alegría… ¡Cuánto nos queda por aprender! Cuando dejamos que nuestros pequeños participen en nuestras celebraciones, nos dan grandes lecciones de la vida. No nos lo perdamos, recibamos a Jesús poniendo a los más pequeños donde les corresponde.

Pero también Jesús habló del poder, pero no como lo entendemos nosotros, donde quién más poder tiene es más importante o vive mejor. Jesús dejó muy claro que el poder de sus seguidores debía estar en el SERVICIO a los demás y así lo dijo en multitud de ocasiones:

  • Varias veces Jesús descubrió a sus discípulos discutiendo por cuál sería el primero y quién estaría a la derecha ya  a la izquierda del maestro, la propia madre de Santiago y Juan intentó interceder por sus hijos. Las respuestas de Jesús fueron muy tajantes y las encontramos en Mt 20, 20-28 y Mc 10, 35-45, donde les dice: “el que de ustedes quiera ser grande, que se haga el servidor de ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos”.
  • Cuando Jesús es tentado en el desierto con tener poder sobre todas las naciones (Lc  4, 5-8), su respuesta es tajante: “Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás”.
  • Al enviar a los discípulos, a los doce y a los setenta y dos, las condiciones de los envíos eran muy claras y las podemos ver en diferentes ocasiones (Mt 10, 5-16; Lc 9,3 ; 10, 4): “No lleven nada para el camino: ni bolsa colgada del bastón, ni pan, ni plata, ni siquiera vestido de repuesto”. El poder de ser seguidor de Jesús no conlleva ningún tipo de posesión. Cuanto menos nos ate, más al servicio de los demás podremos estar.
  • Vemos como para Jesús siempre el primero de todos debe ser el servidor, palabras que repitió una y mil veces, de manera muy significativa en la Última Cena con sus discípulos, cuando les lavó los pies. Escena que no debemos perder de vista en un auténtico sacerdocio, ya que el servicio a los demás es el auténtico seguimiento de Jesús (Jn 13, 4-16).

¿Qué podemos hacer nosotros y nosotras?

Desde nuestras pequeñas comunidades, estoy segura de que mucho se está haciendo, de que mucho se ha andado, probablemente nos quede mucho por reflexionar; pero son una buena base para poder construir ese otro Pueblo de Dios, en el que realmente todos y todas seamos iguales.

Cuidemos de nuestro futuro, otorguemos a nuestros más pequeños el lugar que se merecen y concedámosles la palabra y la vida. La alegría y la sencillez que transmiten nos acercarán a ese Dios Padre Madre que desde su pequeñez nos pueden mostrar.

Abramos y democraticemos nuestras comunidades, donde todas y todos, tengamos la edad que tengamos y las capacidades que tengamos, podamos estar y participar de nuestras celebraciones y de la vida de la comunidad.

Y lo que probablemente sea muy importante y tenga que acompañar a lo anterior, como nos ha repetido hasta la saciedad el papa Francisco, salgamos, vayamos a los límites, no nos encerremos en nosotros mismos; mostremos al resto que hay otra manera de ser el Pueblo de Dios, donde el poder sea servicio y donde la igualdad sea posible.

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