Los pobres: Vivir sin ser escuchados. Las dimensiones de la pobreza.
José Luis Guinot Rodríguez.
La pobreza no es solo carencia de bienes sino de esperanza, de salud, de sentido, de compañía. Pobre es una etiqueta que ponemos a esa persona con carencias, con su historia, un ser humano que necesita ser escuchado y atendido en todas las dimensiones. Nosotros decidimos la actitud con la que nos acercamos a cada persona.
Pensamos en la pobreza como carencia de medios materiales para vivir o sobrevivir. Y es la visión que mejor la define, pero en absoluto la única. La pobreza supone que algo falta, que la persona se ve privada de algo esencial. Esa carencia se refiere a la dimensión social de las personas, genera un sufrimiento de causa social, motivado por las desigualdades, mala distribución de la riqueza y muchas veces por situaciones de injusticia (300 personas en el mundo poseen tanto dinero como 3000 millones). La pobreza es una realidad que amenaza la convivencia en este planeta abocado a compartir para sobrevivir.
Perder las ganas de vivir
Comprenderemos mejor al ser humano si descubrimos las dimensiones que nos configuran. La carencia de medios supone la pobreza, pero cuántas veces se acompaña de carencia de salud con enfermedades crónicas, mala nutrición, que añaden un sufrimiento físico. Hay falta de iniciativa, de creatividad para salir de esa situación convirtiéndose en dependientes de las ayudas de otros, lo que se puede interpretar como una carencia en la dimensión intelectual. Hay una carencia de relaciones humanas, desarraigo, ruptura de un hogar, soledad, un sufrimiento emocional. Y todo ello conduce a una pérdida de ganas de vivir, de motivos para seguir adelante, de esperanza, una carencia de sentido, lo que caracteriza la dimensión espiritual del ser humano. Por tanto, la pobreza no es solo falta de dinero o bienes sino carencias en muchas dimensiones; es necesario abrir nuestra mente para comprender lo que significa.
La etiqueta “pobre”
Desde la comodidad en que vivimos quienes leemos estas páginas es difícil ponerse en el lugar de quien no tiene donde dormir o qué comer. No sólo es de la pobreza de lo que hablamos, sino de los pobres, de las personas que sufren pobreza. Y es que con el término “los pobres”, estamos añadiendo una etiqueta a las personas que hay debajo de esas ropas sucias o raídas, a los sintecho. Ponemos una barrera con el pobre que mendiga unas monedas o un bocadillo, echando una mano al bolsillo para acallar la conciencia (cuando no pasamos de largo). Sin embargo, la persona que llamamos pobre tiene una historia, ha vivido momentos felices, ha luchado, ha amado, es única e irrepetible, como cada uno de nosotros. ¿Qué nos diferencia? ¿A partir de qué momento uno es considerado pobre?
La soledad
Un inmigrante que duerme bajo un puente contaba que el frío se puede soportar, el hambre se aguanta, pero lo más duro es la soledad, sentirse solo, como si no existiera para nadie. Esa persona que se esconde detrás de la etiqueta de “pobre”, necesita algo más que asistencia social, que es prioritaria. Necesita alguien, otra persona, que le llame por su nombre, a quien pueda contar de dónde viene, cómo ha llegado a esa situación, que conozca que hay una biografía que ha conducido a ese pozo. Necesita que se le escuche, para reconocerse a sí mismo, para recuperar un mínimo de autoestima y dignidad, para comenzar a creer que puede seguir adelante y existe esperanza. Necesita tanto a otro ser humano como el comer o cobijarse. Todas las carencias causan sufrimiento, pero no hay mayor pobreza que la soledad, decía la Madre Teresa.
Es fácil lamentarse
Hemos de preguntarnos cómo nos acercamos a cada persona que tiene algún tipo de necesidad, pérdida o carencia. Podemos ignorarlas, invisibles, marginados, fuera de la sociedad, y mirar a otro lado con una actitud de huída de la realidad; pero ¿quién nos asegura que un día un familiar o yo mismo no pueda encontrarme en esa situación? No somos inmunes a la pobreza.
Podemos lamentarnos, echar la culpa a otros, al sistema, a los políticos, a la sociedad, participar en debates e incluso deprimirnos por el mundo injusto en que vivimos… y todo seguirá igual. Podemos acercarnos y dar algo de lo que nos sobra, aliviando puntualmente una necesidad, colaborar en ONGs, apoyar lo que otros valientes hacen manchándose las manos para cambiar el modelo social que permite la pobreza, aunque manteniendo la distancia. Y eso es valioso, pero insuficiente.
Compartir lo que somos
O podemos, además, descubrir a las personas con sus historias que sufren carencias en todas las dimensiones. Y abordar lo que está a nuestro alcance, que comienza por conocer a esa persona que se ha cruzado en mi camino, llamarla por su nombre ofreciendo el nuestro de igual a igual, preguntando sin miedo, y escuchando lo que realmente necesita, no lo que yo imagino que le falta. La escucha supone una relación, estar dispuesto a que forme parte de nuestra vida, no sólo unos minutos, sino compartiendo quiénes somos y apoyándole en lo que está en nuestra mano. No será fácil sacarlo de su situación de pobreza social, pero quizás sí de su soledad, quizás sí orientándola para que tome decisiones e iniciativas, quizás sí dándole ánimo y esperanza para salir de ella.
Lo que vale el escuchar
Hace años entablé una relación con una pareja que dormía en un cajero de un banco. Él la acompañaba para ayudarla a salir de la drogadicción, sin trabajo y dejándolo todo hasta quedar sin techo. Durante unos días escuché sus historias mientras les invitaba a comer y les ayudé para alquilar una habitación. Dejé de verlos, aunque alguna llamada me decía que iban saliendo adelante. El día de Nochebuena recibí una llamada para felicitarme y era él, que me decía que encontró trabajo poco después de cruzarse conmigo y rehicieron toda su vida. Luego se puso ella y no paraba de darme las gracias porque les escuché, les di esperanza y ánimo para seguir, les cambié la vida.
Las riquezas que podemos compartir
Cuántas personas tienen bienes y dinero, pero son pobres de esperanza, de salud, de sentido, de compañía. Cambiemos la mirada al cruzarnos con cada persona para descubrir la pobreza que a todos nos afecta en alguna medida, en alguna dimensión y ofrezcamos lo mejor de nosotros mismos por medio de la escucha y el amor. Y descubramos qué riquezas podemos compartir para hacer un mundo mejor y más lleno de sentido.