Uno de los principales retos en los últimos meses de la docencia universitaria ha sido el giro tecnológico que hemos experimentado. Pasar de las clases presenciales a casi el 100% online ha sido un reto hercúleo para muchos docentes y alumnos. Este artículo reflexiona sobre los retos, beneficios y hándicaps de la virtualidad en la docencia.
Oscar Prieto-Flores
En el último año y medio la educación universitaria se ha impartido, en su mayor parte, online debido a la pandemia. Esta situación ha sido un reto para todos los agentes universitarios, desde el alumnado al profesorado. No ha sido sencillo para muchos jóvenes universitarios estar cuatro horas diarias o más conectados para escuchar e intervenir en clase, además de otras cuantas más haciendo trabajos en grupo online, resolviendo problemas o leyendo artículos o libros. Muchas de estas tareas se han llevado a cabo con la pantalla delante, acompañada de una situación de soledad que muchos han descrito como anestesiante y de fatiga añadida a otras restricciones de interacción social y de vida comunitaria. El profesorado, por su lado, ha intentado dar respuesta de muchas formas, algunas creativas, otras no tanto; pero el esfuerzo ha sido considerable en muchos casos.
La pandemia ha modificado relaciones
Dicha encrucijada, desde mi punto de vista, ha acelerado los procesos de virtualización de la universidad presencial tradicional que ya estaban en marcha, pero también ha evidenciado algunas carencias del modelo online que algunos entusiastas de la tecnología anhelaban.
Por un lado, es verdad que algunos elementos han venido para quedarse como las tutorías online, la hibridez de algunas sesiones o la mejora de los conocimientos tecnológicos de los docentes universitarios; por el otro, las clases online han puesto de manifiesto lo relevante que es para los jóvenes universitarios vivir y convivir en relación con los demás, no sólo con el profesorado, sino también con sus compañeros y compañeras, tomando un café, conversando, estableciendo amistades, trabajando en grupo presencialmente o afianzar una amistad que con el tiempo dará fruto más allá de la carrera. Estas interacciones y relaciones, habituales antes de la pandemia, se han echado mucho de menos recientemente y marcan unos aprendizajes básicos para el desarrollo de la persona en sociedad.
Una cierta instrumentalización
En los debates que tenemos entre los docentes universitarios vemos la fatiga que esta pandemia ha dejado en la comunidad universitaria, pero también la sensación de que la educación universitaria volcada 100% online ha puesto encima de la mesa más que nunca el debate sobre la pérdida de sentido de algunas titulaciones, sobre por qué hacemos unas tareas y lecturas, y cuál es el objetivo de éstas. La sensación es que el aumento de tareas, trabajos, lecturas y clases online ha ido acompañado de la instrumentalización de las carreras universitarias en contra del disfrute de leer, debatir y realizar un trabajo disfrutando y aprendiendo. Es decir, se ha agudizado el qué hay que hacer para aprobar y sacarme el título más que cómo yo aprendo y cómo voy creciendo como persona sobre la base de estas lecturas y debates.
Es verdad que esta situación ya se daba en una parte de nuestro alumnado antes de la pandemia, pero la formalización de su modo online ha agudizado dicha percepción.
Una vez más, repensar el modelo
En fin, parece que vamos saliendo de este largo bache al que todos y todas nos hemos tenido que adaptar aceleradamente. De esta experiencia, podemos sacar provecho y ver qué podemos mantener y qué podemos descartar. Por ejemplo, nos estamos dando cuenta de que algunas clases magistrales (no todas) antes y durante la pandemia producen fatiga y poca digestión del conocimiento. En este sentido, hay que repensar cómo el alumnado viene a clase y qué actividades hacemos en ella, para que sea más provechosa y se produzca mayor placer por aprender y volver a recuperar el sentido de la educación y el porqué y para qué aprendemos.
Creo que cuando vuelva la presencialidad, muy posiblemente este otoño, habrá más necesidad que nunca de volver a vernos, debatir y poder apreciar lo más valioso de los procesos educativos: la interacción con el otro, la interdependencia y el debate tranquilo y sereno estando al 100% puesto en ello, sin micro mutado y sin otras muchas distracciones que lo online propicia.
Tecnología, complemento de lo humano
Para finalizar, me gustaría destacar la relevancia de lo humano en la educación. La tecnología, si deshumaniza los procesos educativos, no ayuda al avance de nuestra sociedad. Y, en parte, hemos sido testimonio de ello en algunos (o muchos) casos en los últimos meses. Por el contrario, si hay una buena base humana y de orientación pedagógica, la tecnología puede ser un buen medio y complemento para dicha mejora y avances sociales. Creo que estaremos en los próximos meses en un proceso de reforma universitaria que puede ir en dicho camino si somos sensibles con lo que piden no solo nuestros alumnos y nuestras alumnas sino también una parte importante de los docentes.