Reflexión: Recrear la política.  

Recrear la política.  

Luis Pernía Ibáñez. (CCP Antequera).

Hemos viajado muy rápidamente de la dictadura a la democracia, sin tiempo suficiente para asentar las cosas; tan de prisa que, como un mal sueño, nos encontramos con que no hemos salido de la transición y no hemos llegado a la democracia. Los que tenemos cierta edad sabemos que las cosas no se han arreglado con sólo la desaparición de Franco y que hay un déficit democrático en muchos terrenos de la vida social. Los grupos de poder se han perpetuado como el día sigue a la noche. Ello puede verse en el rifirrafe contra los grupos emergentes nacidos de los movimientos sociales.

Hay grupos de poder que alientan y alimentan eso de lo que el Papa Francisco dice “esta economía mata” y cuya incidencia puede observarse no sólo en este país sino en otros países del sur de Europa, como es el caso de Grecia. Precisamente, los mensajes que llegaron desde Europa durante la semana previa al referéndum griego (últimos días de junio y primeros de julio) reforzaron la sensación que tienen los griegos de que la UE desprecia su voz: “Si, digamos lo que digamos, nuestras políticas las deciden otros gobiernos en Bruselas, entonces ¿de qué sirve la Democracia?, ¿de qué sirve votar?”

Es como si sobraran las personas y contaran sólo los mercados. Porque la realidad machaconamente está diciendo que cada día somos más pobres, más desiguales, menos libres. Ya hemos alcanzado en España el triste honor de ser el país más desigual de la Unión Europea; hemos conseguido el segundo lugar en pobreza infantil; y, por su parte, el Big Brother acrecienta el control sobre nuestras vidas y libertades.

Recientemente, la gran mentira del PP fue atribuir la responsabilidad de la crisis y del paro exclusivamente al Gobierno de Zapatero. Crisis en la que, al principio, para  combatirla, se empleó la teoría keynesiana, como ya hizo EEUU, inyectando dinero a la banca para que diese créditos a las empresas, etc. Pero la realidad es que, al no poder emitir y devaluar una moneda propia, el Estado se endeudó con el exterior. Ante la desconfianza creada, los mercados incrementaron los intereses a unos límites inasumibles y obligaron al Gobierno a un ajuste duro que incluye la reducción de financiación a la educación, la sanidad o los servicios sociales. Esto ha llevado a un empobrecimiento de las grandes mayorías de la población y a un darwinismo usurero, en el que un pequeño grupo se enriquece desmesuradamente y la mayoría cae en un empobrecimiento galopante.

“Los grupos más vulnerables, como los jóvenes, las familias inmigrantes, las familias con miembros que podrían estar trabajando y que ahora todos se encuentran en paro, tienen más posibilidades de caer en la pobreza”, cuenta Gabriela Jorquera, coordinadora de European Anti Poverty Network (EAPN), a Público.es.

Si la profundización en la ciudadanía es el mejor medio de organizarnos razonable y justamente, es innegable que estamos en las antípodas de lo que podría y debería ser la política. Y más, sabiendo que las élites del capitalismo han optado por salvar el capitalismo y acabar como la democracia (ahí están las tenebrosas propuestas del TTIP). De hecho, se habla de la revolución insólita por la que los ricos arrinconan hasta el extremo a los pobres, a los de abajo.  Desde los años 80 hasta ahora,  los poderosos más ricos del planeta han pasado a la ofensiva y han emprendido su revolución. Efectivamente, ahora los revolucionarios son ellos y están dispuestos a acabar con todas las instituciones que sostienen la vida humana dentro de unos cauces normales de decencia y dignidad. Un coletazo de ello llegó a nuestro país cuando en aquel mes de agosto de 2012, el más bello edificio de la Transición, la Constitución, fue cuestionado, y el PP y PSOE pactaron el cambio del artículo 35, por el que se blindó el pago de la deuda frente a cualquier decisión soberana de la democracia.  Un detalle más de eso que la Teología de la Liberación llama “pecado estructural”, porque, a fin de cuentas, vivimos en un mundo en el que las estructuras matan con mayor eficacia y crueldad que las personas. Por su parte, un reciente informe de Intermón-Oxfam afirmaba que las élites económicas tienen secuestrados a los gobiernos y a los parlamentos.

 En nuestro país, precisamente porque somos rehenes de los mismos poderes previos a la Transición, es necesaria una nueva transición para, al menos, poner en cuestión a los poderes fácticos que se han perpetuado. Para lo cual es necesario reinventar y recrear una nueva política. Los tiempos que corren son una gran oportunidad para lograrlo, sabiendo que el camino no es fácil, pero posible. Posibilidad que parte del clamor y la rebeldía del pueblo que pide convergencias, sumar voluntades, aceptar la riqueza de la pluralidad y abandonar las posiciones excluyentes y prepotentes. Es el sueño de la unidad popular, que parte de la idea de que sólo obteniendo una mayoría suficiente en las instituciones  se puede  dar un salto hacia adelante que permita pasar de la defensa al ataque.

 Kaarl Polanyi, filósofo y economista austríaco, decía a mediados del siglo pasado: “El capitalismo y la democracia han llegado a ser incompatibles. Hay dos soluciones: la extensión del principio democrático de la política a la economía o la completa abolición de la esfera política democrática”. En este dilema está claro que sin el protagonismo  ciudadano no hay nada que hacer. No se puede crear una nueva política sin recrear la ciudadanía. El concepto de patria está supeditado al de ciudadanía o de fraternidad, hablando con lenguaje cristiano.

Las nuevas propuestas de los movimientos sociales, de las marchas de la dignidad, del Tren de la libertad, de las mareas, parten del principio ético del bien común y la necesidad de poner fin a un sistema económico homicida y ecocida,  como indica el Papa Francisco. Estos movimientos sociales han puesto el ojo en el sistema que nos excluye y ponen en evidencia el fundamentalismo cruel del capitalismo.  Merece la pena conservar la escuela pública, la sanidad pública, el derecho a una pensión, a una vivienda, a un trabajo. Y hay una cosa que hay que conservar a cualquier precio, la dignidad. Frente a la utopía suicida del capitalismo, lo que hay que reclamar es un poco de sensatez, como poner la Declaración de Derechos Humanos sobre la mesa y preguntarse con suficiente energía sobre las condiciones materiales que serían precisas  para que se cumplan. En mayo del 68 se decía  que “no hay que pedir lo imposible”, y en ese sentido se dice algo tan elemental como que no desahucien familias de sus casas, al mismo tiempo que se mantienen millones de casas vacías.

La unidad popular es el primer paso para poner en primer lugar al ser humano frente al mercado. Nuestro problema, como ya lo fuera en los años setenta, es el de cómo componer ese frente amplio y caótico de luchas en un proyecto político coherente y alternativo. Todos los partidos de izquierda y los movimientos sociales están imbricados en esta tarea, incluido el socialismo, y en concreto el PSOE, que  debe volver a la matriz cultural política de la que surgió y que fue el sufrimiento de las víctimas. Otro elemento a tener en cuenta es cubrir la escuálida desnudez de la obra constitucional, resultado de un pacto forzado entre el reformismo franquista y la izquierda política. Y no habrá segunda transición sin una regeneración que integre la búsqueda de un reparto más equitativo de las riquezas y una mayor cohesión social. Esa segunda transición tendría que ayudarnos a convivir en condiciones de igualdad e ir anulando la estremecedora división entre pobres y ricos.

La ciudadanía tenemos el reto de apostar o por el bien social o por el “sistema de muerte” del neoliberalismo (Papa Francisco), concretando un horizonte común de protestas y demandas:  opciones en el campo económico, como preservar   los derechos  de los trabajadores; opciones como exigir a los partidos en sus programas que los parlamentos aborden el escándalo de los paraísos fiscales; la ruptura con el régimen  austericida de la troika, mediante la reivindicación de una democratización radical de la política; el rechazo del pago de la deuda ilegítima; y el blindaje constitucional de bienes público-comunes y derechos sociales. Este conjunto de ideas fuerza, gestionadas desde nuevos procesos constituyentes, está cuestionando el sentido común dominante, pugnando por ofrecer un imaginario colectivo alternativo.

 Hay que recrear la política, que, en su sentido etimológico, es volver a crear la política,  lo cual supone ir poniendo en activo y en cada momento eso que Pablo Freire llama “lo inédito viable”. Ante una  crisis que ha venido para quedarse, es urgente, por necesario, otra forma de hacer  política. ¿Te imaginas todos juntos?

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