Reflexión: Salud, ciudades y cambio climático.

Salud, ciudades y cambio climático.

Federico Velázquez de Castro González.

Son cuatro los factores que influyen sobre la salud humana: la genética, el estilo de vida, el ambiente y los servicios sanitarios de la zona donde se resida. El clima está directamente relacionado con el ambiente, y su alteración repercute sobre múltiples aspectos, desde la salud a la economía.

Hoy nos dirigimos hacia escenarios inciertos; piénsese en la última glaciación que cubrió de hielo el Hemisferio Norte y cuya diferencia de temperatura con la actual fue sólo de 4-5ºC. La subida de la temperatura media del planeta se sitúa hoy en 1,2ºC, con áreas, como España, donde este valor es superior (1,7ºC). Si añadimos que las Cumbres Internacionales no logran alcanzar acuerdos vinculantes sobre la descarbonización y el abandono de los combustibles fósiles, la tendencia creciente de la temperatura puede entrar en una espiral peligrosa.

¿Cómo puede afectar el cambio climático a la salud en función de los datos actuales y de los esperados? Citaremos cuatro aspectos que son preocupantes.

  1. El calor mata: se ha comprobado en numerosos estudios, en los que se observa una relación estrecha entre temperatura elevada, ingresos hospitalarios y mortalidad, lo que ocurre especialmente entre la población vulnerable. Además, mayor temperatura supone más reactividad en la atmósfera, con lo que la contaminación aumenta, en especial la fotoquímica (dependiente de la luz), de la que el ozono es el producto más representativo, afectando a los ojos y al sistema respiratorio. Las olas de calor serán cada vez más frecuentes. Y una de las más fuertes, la del año 2003, ocasionó 15.000 muertes en España.

Más: igual de peligrosas son las olas de frío. Pudieran parecer contradictorias en un mundo globalmente más cálido; sin embargo, la mayor temperatura de la zona ártica (hasta 5ºC superior a la media) lleva a que el vórtice, o círculo de vientos que lo aísla, se “rompa” y que por sus grietas escapen masas de aire frío que bajen las temperaturas de las zonas templadas.

E igualmente desaconsejables son los cambios bruscos de temperatura, que someten a los organismos a una rápida adaptación no siempre fácil de conseguir.

2. Los fenómenos extremos, precipitaciones torrenciales, vientos fuertes, huracanes, tornados, sequías…, afectan a las poblaciones más desfavorecidas, aquellas que viven en los peores barrios y cuyas condiciones sociales son desfavorables. Muchos de estos procesos, cuando son intensos y repetidos, generarán migraciones, con las dificultades conocidas de acogida e integración.

3. Propagación de enfermedades tropicales. Como consecuencia de un clima más benigno, los mosquitos portadores (como el que trasmite la fiebre del Nilo, con varios casos confirmados en Andalucía en los últimos veranos), se extienden por zonas templadas pudiendo generar nuevas enfermedades en estas regiones. Algo similar ocurre con algunos arácnidos, como las garrapatas.

4. Si el cambio climático continúa, el permafrost –el suelo helado de la parte más septentrional del Hemisferio Norte, ocupando una cuarta parte de su superficie- puede fundirse, como ya está empezando a ocurrir, provocando el hundimiento del terreno, liberando grandes cantidades de dióxido de carbono y metano (que retroalimentan el efecto invernadero), y liberando virus y bacterias (algunos de enfermedades ya erradicadas) capaces de generar nuevas y peligrosas epidemias.

Todo lo anterior se agrava en las ciudades por su configuración de “islas de calor”, con temperaturas hasta 5ºC superiores a las del medio circundante. Por tanto, es en ellas donde se tienen que implantar medidas de mitigación y adaptación. Porque en las estrategias globales frente al cambio climático todas las administraciones tienen su parte de responsabilidad. Y la municipal no es menor: para mediados de siglo, el 67% de la población mundial vivirá en ciudades, incluidas grandes megalópolis (con poblaciones superiores a los 10 millones de habitantes).

Actuar desde las ciudades supone reducir las fuentes de emisión a través de planes valientes de movilidad sostenible, además de fomentar la eficiencia energética en los edificios y trabajar por la gestión selectiva de los residuos, cuyo volumen debe ir reduciéndose. La educación ambiental también cumple un importante papel, sensibilizando a niños, jóvenes y adultos sobre nuevos hábitos en relación con la alimentación (ecológica, de cercanía, temporada y reduciendo la ingesta de carne) o el consumo en general, pues detrás de cada producto se encuentran importantes cantidades de energía invertida. Y en cuanto a la adaptación, deben protegerse los barrios vulnerables, aumentando las zonas verdes (5 m2 por habitante) y el arbolado, y aplicando una fiscalidad que promueva las buenas prácticas y penalice las inapropiadas.

Proteger la salud debe prevalecer sobre cualquier otra consideración en el momento de diseñar estrategias, desde el corto al largo plazo, integrando a todos los actores, los responsables políticos y la sociedad civil. La unidad frente a un fenómeno tan preocupante es esencial, pues sabemos que tendremos enfrente a los partidarios del crecimiento sin límites. Sin olvidar que, tras las medidas inmediatas, debe vislumbrarse un cambio de modelo con más justicia y sostenibilidad, única esperanza para la necesaria armonía entre la humanidad y la naturaleza.

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