Sobre la operación kilo.
José Ramón González Parada.
Sociólogo, especialista en cooperación y desarrollo,autor del libro Emergencia alimentaria.
La Operación Kilo ha adquirido tanta popularidad que rebasa con mucho el ámbito de sus iniciales promotores; incluso una organización del 15 M de un municipio madrileño replicó a su pequeña escala la idea. Pero en las propias causas de su popularidad está el germen de su crítica.
Es más fácil colaborar con un bote de alubias -producido probablemente a miles de kilómetros- entregado a la vista del público, que dar los 80 céntimos que cuesta, lo que abochornaría a la mayoría de los bienintencionados donantes. Esta vistosidad le da popularidad, a la vez que pone en entredicho su eficacia. Pues así como el chinito del Domund (para los más jóvenes, una hucha en forma de cabeza de chinito con la que se recogían donativos para las misiones católicas) fue, afortunadamente, abandonado, así también el kilo a fecha fija deberá ser proscrito de las prácticas solidarias.
La Operación Kilo necesita de una desarrollada logística, en la que intervienen las grandes superficies, espacios idóneos para las recogidas masivas. Los días de la recogida suben las ventas, dejando el donante el beneficio correspondiente por la compra en el establecimiento elegido; tan solo Carrefour, en sus campañas del kilo duplica las aportaciones de sus clientes, según fuentes fidedignas, de lo que dejamos constancia aquí para no incurrir en maliciosos errores, sin que ello implique el menor ánimo propagandístico.
Las grandes superficies responden a un modelo de producción y consumo que no es ajeno a la evolución del modelo económico que está en la base de la crisis, de manera que las grandes corporaciones mercantiles del negocio agroalimentario se benefician por partida doble: mejoran su imagen pública y recogen beneficios. Y ponen palos en la rueda de la solidaridad popular que se desentiende de la reclamación fundamental y se conforma con un acto ritual de carácter vicario.
Si todo lo gastado por miles de donantes se donara en dinero, se podrían comprar muchos más alimentos a precio mayorista, pero sobre todo se podría organizar mejor el acopio de productos, adaptados a las necesidades y no al albur de miles de microdecisiones. En alguna ocasión, representantes del Banco de Alimentos justificaron el hecho de solicitar bienes en especie en lugar de dinero, porque el dinero facilita la corrupción, sembrando así –sin quererlo- dudas sobre la honorabilidad de su propia organización.
La recogida entre particulares –aún siendo en ocasiones necesaria- no sobrepasa el nivel de precariedad, atomización e inestabilidad, factores con los que no se puede responder a la necesidad. Las campañas de recogida popular tienden a generar cierta conciencia o alarma social, pero su contribución es escasa y muy puntual, y tienden a desfigurar la comprensión del problema.
Estas recogidas masivas de alimentos no suponen más del 4 o el 5% promedio del volumen total de alimentos que se distribuyen entre la población empobrecida, algo de lo que no se da cuenta al público, pero que informaría del limitado alcance de la acción.
Nuestra crítica a la Operación Kilo no se centra por tanto en la parte del Kilo, sino en la parte de Operación, convertida en una metáfora de la solidaridad, pero una metáfora disolvente. Pues sensibiliza, pero no conciencia sobre la naturaleza del problema, ni reclama al poder público que haga efectivo el derecho a la alimentación. Los miles de ciudadanos y ciudadanas que contribuimos con nuestro pequeño gesto solidario un día al año, deberíamos ante todo tomar conciencia de que no está ahí la solución, de que es necesaria una acción colectiva de respuesta para paliar primero, y erradicar después, las colas del hambre.