Emma Álvarez Alba
Emma Álvarez Alba, activista ecofeminista de la Red EQUO Muyeres Asturies, de Alternativa Verde por Asturies – EQUO.
Candidata a las municipales en Oviedo, en la coalición PSOE–Verdes, convencida de que la cooperación política es necesaria para cambiar y mejorar la vida.
Desde los 90 conocía y seguía a los Verdes de Asturias. Nunca había estado afiliada a un partido político. Hace unos seis años me reencontré con amigos que me hablaron de EQUO, y quise conocerlo. Tras afiliarme, estoy trabajando por la ecología política en este partido. Como siempre, en este partido y creo que en la sociedad, a la hora de dar un paso más, a la hora de acceder a los cargos de responsabilidad, a las mujeres nos cuesta el doble; las mujeres tenemos que estar; si queremos cambiar las cosas hay que dar un paso adelante aunque nos cueste mucho más. Y por eso aquí estoy.
Una comunidad que vive el presente y piensa en futuro, que trabaja en lo local con mirada universal, es este pueblo donde todo consumo se hace con responsabilidad, donde casi no hace falta reciclar porque casi todo se reutiliza.
Un pueblo llamado UTOPIA
En la escuela apenas se utiliza papel, todo es en digital. Una buena cobertura de Internet les permite estudiar sin gastos de libros y respetando los árboles. La educación, más preocupada por saber buscar, encontrar la información, separar el trigo de la paja, es una educación que se basa más en razonar, en pensar, que en los conocimientos, que están todos al alcance de ellos en la red. También tienen la suerte de aprender de la naturaleza, en las clases al aire libre: clases de botánica, de costumbres, del territorio, son importantes en la formación de estos alumnos del pueblo llamado Utopía.
Los niños no utilizan plásticos de un solo uso, ni papel de aluminio. La merienda la llevan en recipientes, casi siempre en fiambreras de metal, y el agua, siempre en botellas de vidrio, metal o silicona. A nadie se le ocurre llevar plásticos que luego terminarán en el mar. La comida que se consume en el colegio es la producida por sus familiares en las huertas y las granjas del mismo lugar, así aprenden a comer sano y a no contaminar con transportes de largo recorrido.
Una familia cultiva patatas, otra trigo, otra lechuga, tomates, árboles frutales…
Comunidad autosuficiente
Hay una cooperativa formada por todos los vecinos que venden sus sobrantes a los comercios próximos. Todos trabajan en comunidad. Tienen animales que comen los restos, los residuos orgánicos, y lo que no se aprovecha como comida se transforma en abonos para la huerta.
Así, una corteza de patata, si se cuece, es aprovechada como comida para los cerdos, y los residuos de la fruta, para abono de la huerta.
En ese pueblo no hay nada que no se reutilice, hacen eso que los libros llaman «economía circular».
La desaparición de los dinosaurios
Un día a la semana limpian los caminos, los lavaderos, los espacios públicos porque saben que su casa también necesita esos cuidados, al igual que la casa particular.
Los mayores cuentan a los niños que hubo un tiempo en que no cuidaban la Tierra y que estuvo al borde de la destrucción. Los niños preguntan si fue cuando desaparecieron los dinosaurios y los adultos les contestan que no, que fue en el siglo XXI, cuando la población alcanzó un número superior a lo soportado por el planeta y el consumo era tan devastador que la Tierra no podía generar tanta producción. Además, los humanos entonces usaban y tiraban, nada se arreglaba, nada se reutilizaba. Les explican que a esa manera de producir y consumir se le llamó economía lineal, que es lo contrario de consumir con responsabilidad, es decir, la economía circular.
Los niños no entienden cómo sus antepasados pudieron hacer eso, cómo es que no pensaban en las generaciones futuras. Los más mayores del lugar les explican lo que fue el capitalismo y el coste ambiental que supuso para el planeta. En aquella época era más rico y tenía mayor poder el que más bienes materiales acumulaba. Los niños abren los ojos como platos, sí, como platos de porcelana que hacían en la fábrica de loza a la entrada de la ciudad más próxima y que ellos conocían tan bien.
La ciudad de la UTOPIA
Las ciudades después se transformaron en lugares con más gente que en los pueblos, pero con zonas naturales, rodeadas de huertos donde los habitantes podían cultivar su comida.
Las energías eran solares, el transporte público, los coches comunales…
Todas las ciudades tenían bosques con árboles y plantas autóctonas.
En estos pueblos y ciudades no había ricos ni pobres, porque todos tenían lo suficiente para vivir sin agotar los recursos del planeta.
Aquel pueblo llamado Utopía fue ejemplo a seguir en esta comunidad y en muchas otras.
Producir, consumir y reutilizar era la forma de vida que más riqueza proporcionaba a toda la comunidad.
Consumo responsable
Reflexión sobre la manera que nos enseña “un lugar llamado utopía” a consumir con responsabilidad.
Hay poderosas razones medioambientales, económicas y sociales que nos deben conducir hacía un cambio de concepción y asumir la responsabilidad que tenemos como consumidores y consumidoras
Hay que saber comprar y consumir, si no queremos seguir contribuyendo al continuo deterioro del medio ambiente. Si lo hacemos a este ritmo, para el 2050 necesitaremos el equivalente a tres planetas para proporcionarnos los recursos naturales necesarios para mantener este estilo de vida insostenible que llevamos. ¡Tenemos un solo planeta!
Por eso tenemos que aplicar la regla de las tres “R” ( reciclar, reducir, reutilizar) lo antes posible a nivel individual y colectivo.
El comercio justo
El desarrollo de consumo responsable y transformador tenemos que abarcarlo desde dos caminos: la sostenibilidad de la vida, en su dimensión ambiental y de cuidados, y la justicia social, con sus aspectos de equidad, solidaridad, democratización y retribución.
Al elegir los productos del comercio justo, estamos contribuyendo a construir entornos más equitativos para quienes habitamos el planeta. El comercio justo apuesta por una vida digna, por la igualdad de género, por la ausencia de trabajo infantil, salarios decentes, acceso a agua potable; es una iniciativa de economía social.
Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos consumiendo; en nuestras manos está el cambiar el modo de hacerlo y exigir el modelo de producción que queremos.
De nada sirve que nos preocupemos por el calentamiento global o por el cambio climático si a nivel individual no cambiamos la manera de comprar y consumir.
Hay que adquirir los productos que realmente necesitamos y, cuando dejen de ser útiles, repararlos o reutilizarlos.
La ansiada felicidad no está en la acumulación de bienes materiales, que sólo nos lleva a querer más, a la destrucción del planeta y a una mayor desigualdad entre las personas. La felicidad está en satisfacer las necesidades básicas, y en el respeto y cuidado de todo ser vivo y del planeta.