Reflexión: Una Fe subversiva para tiempos políticos revueltos.

Reflexión Una Fe subversiva para tiempos políticos revueltos.

Jesús BonetNavarro.

El profeta echa la vista más lejos

Es difícil entender en tiempos de pobreza, opresión y violencia como los que vivió el profeta Habacuc (s. VII a.C.) unas palabras que parecen más un brindis al sol que el fruto del pensamiento de una persona con sentido común: “Aunque la higuera no echa yemas y las cepas no dan fruto, aunque el olivo se niega a su tarea y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo festejaré al Señor gozando con mi Dios salvador: el Señor es mi fuerza, me da piernas de gacela, me encamina por las alturas” (Hab 3,17-19). Sin embargo, a Habacuc, como a los demás profetas, no le faltaba el sentido común; simplemente, se expresaba con una teología subversiva que no siempre se elabora con la lógica que usa la mayoría de la gente.

Recuperarse de una crisis no es volver a los mismos esquemas que han funcionado en el pasado, que son precisamente los que han causado y causarán una crisis prefabricada y provocada detrás de otra, según vayan los intereses de quienes manejan el poder político y financiero. Reventó la burbuja inmobiliaria y la bancaria cuando ya estaba suficientemente ordeñada la vaca de la construcción y de las hipotecas basura; si siguen privatizándose la sanidad, la educación, los servicios sociales… reventarán las correspondientes burbujas cuando cada uno de esos elementos deje de ser rentable para quienes se adueñen ahora de ellos, y volverán a aparecer cíclicamente el paro, la pobreza, la inhumanidad, la corrupción y la insolidaridad. Otra vez –tomemos las palabras de Habacuc en sentido amplio– faltarán vacas en el establo, se acabarán las ovejas en el redil, no habrá cosechas para todos…  y otra vez pagaremos los ciudadanos normales los disparates e injusticias de los que tienen el poder.

Entonces, ¿cómo es posible decir en esas circunstancias que se puede festejar a Dios y sentir que Él es nuestra fuerza? Pues porque no hay profetismo sin subversión de valores y de estructuras. No es la estructura anterior la que hay que recuperar sino que hemos de ir construyendo otra nueva, aunque seamos tachados de ilusos: “no tenemos prisa porque vamos lejos”, se leía en muchas pancartas del 15-M.

Karl Rahner, un teólogo fundamentalmente especulativo, ya decía hace muchos años, haciendo valer el papel subversivo de una buena teología, que “no hay resurrección sin insurrección”: la fe en un Jesús de Nazaret vivo es hoy la fe subversiva de estructuras injustas que tienden a clonarse ellas solas mientras haya quien acepte el engaño de que lo que algunos de nuestros políticos y todos los banqueros hacen “es lo único que se puede hacer porque no hay alternativas” y, además, porque “es por el bien de todos”. Es una idea cínica, tóxica y falsa; el problema es de quienes se la creen.

Otro profeta –esta vez, Ezequiel (s. VI a.C.)– clama indignado contra los dirigentes de Israel de su época: “¿No os basta pacer el mejor pasto, que holláis con vuestras pezuñas el resto del pastizal? ¿No os basta con beber el agua clara, que enturbiáis la restante con vuestras pezuñas? Y luego nuestras ovejas tienen que pacer lo que hollaron vuestras pezuñas y tienen que beber lo que vuestras pezuñas enturbiaron” (Ez 34,18-19). Ahí estamos también nosotros ahora: en aguas turbias que vienen del moverse las pezuñas de algunos en lo que es el agua de todos. Por tanto, el primer paso de una fe subversiva es mantener siempre los ojos abiertos y no dejar jamás que nuestra razón esté dormida; porque “el sueño de la razón –recordando el título de una obra de Goya- produce monstruos” o acepta los monstruos que otros le fabrican.

El horizonte del profeta: una ética subversiva

Albert Einstein, que, además de sus aportaciones al desarrollo de la física, dejó hondas reflexiones sobre varios temas, ya decía en 1953: “Sin una cultura ética no hay salvación para la humanidad”. No fue el primero que expresó esa idea, pero sí uno de quienes la presentaron con más claridad en los años de reconstrucción de la paz después de la segunda guerra mundial. El problema está en dar contenido a esa “cultura ética”.

Jesús de Nazaret pasó su vida arrojando “espíritus del mal”; hoy no identificamos esos espíritus con demonios sino con formas de vida y estructuras que impedían a las personas vivir felices; a cambio de esos espíritus, ofreció otros contenidos éticos, manifestados con su forma de vivir y con lo que dijo. Pero hoy hay que seguir echando de nuestra vida personal y política muchísimos “espíritus del mal”, porque esa es la base de una nueva ética. Y esos “espíritus” están más que claros en el ámbito político: indiferencia ante el sufrimiento de grandes grupos de población, corrupción, marginación de los diferentes, aumento del poder y de la riqueza de los que ya tienen todo lo que quieren y más, mentira como arma política, cinismo, destrucción de derechos y valores, presentación de la ética como estética, negación de pautas de conducta moral comunes, y muchos más. Hay trabajo para rato echando espíritus del mal.

La situación no es nueva; por desgracia, siempre ha habido injusticias y siempre las habrá, pero serían mucho mayores y quedarían mucho más impunes si no hubiera quien las denunciara y quien se movilizara contra la sumisión cómoda o acomplejada: “¡Ay de los que convierten la justicia en bebida amarga y arrastran por el suelo el derecho, odian a los fiscales del tribunal y detestan a los que testifican con veracidad. […] … estrujáis al inocente, aceptáis sobornos, atropelláis a los pobres en los tribunales” (Am 5,7.10.12). Esta vez es el profeta Amós el que habla, aunque sus palabras suenan a actualidad total en el s. XXI.

El dios dinero corrompe las estructuras que deberían estar al servicio de todos los ciudadanos, y está claro, una vez más, que no se puede servir a dos señores: a Dios, reflejado en el ser humano, y a la riqueza como reflejo del mal: “Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen el agua” (Jer 2,13; ss. VII-VI a.C.). La ética de la acumulación del dinero agrieta los aljibes (la vida) de las personas y las deja sin agua.

Pero hay un problema todavía más profundo: la falta total de ética. Que se nos roben nuestros derechos como personas y ciudadanos es un delito, pero que se pretenda robar nuestros valores es un crimen: el ser humano no es una persona, es una mercancía; la vida no tiene más sentido que el que el gran capital quiera darle; el bien y el servicio de los ciudadanos no deben ser públicos sino privados; la democracia no equivale a la participación de los ciudadanos en la gestión pública sino a la consecución de votos mediante la mentira para convertirlos en poder, y hacer luego lo que al partido más votado le da la gana hacer; la felicidad y el bienestar de las personas no tienen que venir desde dentro de ellas sino que se compran fuera; ocupar un cargo público es un modo de hacer fortuna; no importa que se destruya la naturaleza porque ya se regenerará ella sola; la honradez es cosa de tontos; no es bueno que pensemos, lo bueno es que piensen por nosotros quienes saben cuál es nuestro bien… ¿Seguimos la lista?

La fe en el Dios de Jesús cuestiona y subvierte unos valores, y propone –también en el terreno político– otros: el cuestionamiento de los principios básicos del sistema; el rechazo del modelo economicista de bienestar; la búsqueda de la felicidad y el bienestar en el interior de la persona y en la gratuidad; la referencia continua a una ética del bien común; la solidaridad con los excluidos; la sensibilidad hacia las personas; la lucha colectiva -no violenta pero sin tregua- por los derechos de todos; la movilización social contra las dictaduras ideológicas y financieras; el boicot a los productos y a las actividades de las empresas que se saltan la justicia y las normas de convivencia; el servicio desinteresado a quienes lo están pasando mal; la colocación de nuestro dinero en banca ética; y todo lo que sirva para liberar mental, política, económica y socialmente a cualquier persona que, aunque no se dé cuenta, esté invadida por un “espíritu del mal”. Pero esto teniendo bien claro que la lucha por la liberación excluye la resignación y la desesperanza.

La fuerza del profeta: la esperanza infatigable y terca

Fe es confianza, esperanza, utopía y compromiso. La utopía es un modo de resistencia al poder establecido, especialmente cuando éste no es justo. La utopía no es un sueño sino una toma de conciencia: la de la diferencia entre las potencialidades que tenemos los seres humanos y la situación real en la que vivimos, que resulta insoportable e indignante. Esa toma de conciencia es el motor de la esperanza y de la acción.

Por ello, no podemos hablar de ética si no hablamos al mismo tiempo de esperanza. La economía descontrolada, que ha puesto altares por todas partes para ofrecer sacrificios a sus dioses (Jer 11,13), intenta por todos los medios llevarse por delante la ética y, con ella, la esperanza. Una teología (una fe) subversiva trata de volcar esos altares (Mc 11,15-18) y mantener viva en todas las personas la esperanza que les devuelva la vida. Los profetas y, sobre todo, Jesús de Nazaret fueron infatigables y tercos, porque creían y confiaban en otro Dios, el único que puede dar auténtico sentido a la vida de las personas.

Los ciegos, los sordos, los cojos que curó Jesús son el símbolo de los que no pueden o no quieren ver, oír y moverse ante lo que pasa. La curación consistió, sobre todo, en abrir los ojos para que vieran y los oídos para que oyeran lo que pasaba, y en desentumecer los miembros para ponerlos en movimiento; ése era el signo de que el reino de Dios estaba presente (Lc 7,18-23).

No obstante, en un contexto en el que el poder es tan grande y tan fuerte, es normal que aparezca el miedo: miedo a no estar en lo cierto, a las represalias, a no lograr lo que se pretende, a no ver los resultados de nuestro esfuerzo y de nuestro compromiso. Tomar posturas públicamente, firmar documentos exigentes, manifestarse en minoría, llamar a las cosas por su nombre delante de todos… no es fácil. Ahí es donde actúa la fe que queremos que sea subversiva. ¿O creemos que a Jesús nunca le temblaron las piernas y la voz? Si así hubiera sido, no veríamos en él a un ser humano de verdad, como nosotros. Pero fue la fe en ese Dios que Jesús nos transparentó con tanta claridad en su vida la que le llevó a decir una y otra vez: “No tengáis miedo” (Jn 6,20; 14,27-28; Lc 12,7; Mc 4,40; Mt 10,26; y otros muchos textos).

El evangelio -lo sabemos- no es un manual de economía y política, pero sí es la propuesta de un modo de vida distinto en todo; entre otras cosas, en la política y la economía. No vamos por la vida como salvadores de nadie, pero sí podemos contagiar valores, esperanza e indignación subversiva ante las injusticias. Estamos en los límites del desierto, el desierto del futuro humano; y todo desierto es percibido como misterioso, peligroso, incierto. Tal vez, no tenemos más brújula o más estrella polar que nuestra razón y nuestra fe en Jesús, pero hagamos que sea una fe que libera y nos libera, que nos haga y haga recuperar la vista, el oído o el movimiento de manos y pies: “Tu fe te ha salvado” (Lc 18,40-43; 17,19; 8,50). 

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