Michael Löwy
Sociólogo y filósofo marxista franco-brasileño
Algunos años atrás, cuando se hablaba de los peligros de catástrofes ecológicas, los autores hacían referencia al futuro de nuestros nietos o bisnietos, como a algo que ocurriría en un futuro lejano, dentro de cien años. Ahora sin embargo, el proceso de devastación de la naturaleza, de deterioro del medio ambiente y del cambio climático se ha acelerado hasta tal punto que se ha dejado de hablar de un futuro a largo plazo. Ahora estamos discutiendo de procesos que ya están en curso. La catástrofe ya ha comenzado, esta es la realidad. Estamos realmente en una carrera contra el tiempo para intentar impedir y contener ese proceso desastroso.
¿Cuáles son las señales que muestran el carácter cada vez más destructivo del proceso de la acumulación capitalista en la escala global? Lo más obvio y peligroso es el proceso del cambio climático. Un proceso que resulta de los gases del efecto invernadero emitidos por la industria, por el agro-negocio y el sistema de transporte, existente en las sociedades capitalistas modernas.
Este cambio, que ya ha comenzado, tendrá como resultado, no solo el aumento de la temperatura en todo el planeta, sino también la desertización de sectores enteros de varios continentes, la elevación del nivel del mar y la desaparición debajo del océano de ciudades marítimas, como Venecia, Amsterdam, Hong-Kong y Río de Janeiro. Una serie de catástrofes que están en nuestro horizonte dentro de –no se sabe– veinte, treinta, cuarenta años, esto es, en un futuro próximo.
Todo esto no es el resultado de un exceso de población, como dicen algunos, ni consecuencia de la tecnología en sí, abstractamente. Se trata de algo muy concreto: de las consecuencias del proceso de acumulación del capital, en particular en su forma actual, de la globalización neoliberal bajo la hegemonía del imperio norteamericano. Este es el elemento esencial, motor de ese proceso y de esa lógica destructiva que corresponde a la necesidad de expansión ilimitada –aquello a lo que Hegel llamaba “mal infinito”-, un proceso infinito de acumulación de mercancías, de acumulación de capital, de acumulación de lucro, que es inherente a la lógica del capital. Y que es necesariamente destructor del medio ambiente y responsable del cambio catastrófico del clima.
Necesitamos, por tanto, pensar en alternativas que nos presenten otro horizonte histórico más allá del capitalismo. Esa alternativa es el eco-socialismo, una propuesta estratégica que resulta de la convergencia entre la reflexión ecológica y la reflexión socialista, la reflexión marxista.
El eco-socialismo es una reflexión crítica. En primer lugar crítica con la reflexión no socialista, la ecología capitalista o reformista, que considera posible reformar el capitalismo, conseguir un capitalismo más verde, más respetuoso con el medio ambiente.
Se trata de la crítica y de la búsqueda de la superación de esa ecología reformista, limitada, que no acepta la perspectiva socialista, que no se relaciona con el proceso de la lucha de clases, que ignora la cuestión de la prioridad de los medios de producción. El eco-socialismo es también una crítica al socialismo no ecológico, por ejemplo, de la ex Unión Soviética, donde la perspectiva socialista se perdió rápidamente con el proceso de burocratización. El resultado fue un proceso de industrialización tremendamente destructor del medio ambiente.
Sin embargo hay otras experiencias socialistas más interesantes desde el punto de vista ecológico: la experiencia cubana por ejemplo.
El eco-socialismo exige también una reflexión crítica sobre la herencia marxista, en relación con el medio ambiente. Muchos ecologistas critican a Marx, porque lo consideran tan “productivista” como los capitalistas. Esta crítica me parece completamente equivocada, pues es justamente Marx quien hace la crítica más radial al fetichismo del mercado, a la lógica productivista del capitalismo y a la idea de que la mayor producción de mercancías es el objetivo fundamental de la economía y de la sociedad.
El objetivo del socialismo, explica Marx, no es producir una cantidad infinita de bienes, sino más bien reducir la jornada de trabajo, facilitar al trabajador tiempo libre para que pueda participar en la vida política, estudiar, divertirse, amar. Lo que hace Marx, por tanto, es proporcionar las armas para hacer una crítica radical al “productivismo” y especialmente al “productivismo capitalista”.
En el primer volumen de El Capital, Marx explica cómo agota el capitalismo, no sólo las energías del trabajador, sino también las propias fuerzas de la Tierra, agotando las riquezas naturales, destruyendo el propio planeta. Igualmente, esa perspectiva, esa sensibilidad está presente en los escritos de Marx, aunque no haya sido suficientemente desarrollada.
El problema es que la afirmación de Marx –y más todavía, de Engels– de que “el socialismo es la solución de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción”, fue interpretado por muchos marxistas de forma mecánica: el crecimiento de las fuerzas productivas del capitalismo choca con los límites que tienen las relaciones burguesas de producción –la propiedad privada de los medios de producción– y, por tanto, la tarea de la revolución socialista sería simplemente destruir las relaciones de producción existentes, la propiedad privada, y permitir así el libre desarrollo de las fuerzas productivas.
Me parece que esa interpretación de Marx y de Engels debe ser criticada, porque ella presupone que las fuerzas productivas son algo neutro; el capitalismo las habría desarrollado hasta un cierto punto y no puede ir más lejos, porque se lo impidió aquella barrera, aquel obstáculo que debe ser removido para permitir una expansión ilimitada.
Esa visión olvida el hecho de que las fuerzas productivas existentes no son neutras: son capitalistas en su dinámica y su funcionamiento y por tanto son destructoras tanto de la salud del trabajador como del medio ambiente. La propia estructura del proceso productivo, de la tecnología y de la reflexión científica al servicio de esa tecnología y de ese aparato productivo, está enteramente impregnada por la lógica del capitalismo y conduce inevitablemente a la destrucción de los equilibrios ecológicos del planeta.
Lo que se necesita, por consiguiente, es una visión mucho más radical y profunda de lo que pueda ser una revolución socialista. Se trata de transformar no sólo las relaciones de producción, las relaciones de propiedad, sino la propia estructura del aparato productivo. Esto es en mi opinión, una de las ideas fundamentales del eco-socialismo.
Hay que aplicar al aparato productivo la misma lógica que Marx aplicaba al aparato del Estado, a partir de la experiencia de la Comuna de París, cuando dice lo siguiente: “los trabajadores no pueden apropiarse del aparato del Estado burgués y usarlo al servicio del proletariado. Esto no es posible, porque el aparato del Estado burgués nunca va a estar al servicio de los trabajadores”.
Se trata más bien de destruir este aparato del Estado y crear otro tipo de poder. Esta lógica debe ser aplicada también al aparato productivo: tiene que ser, si no destruido, por lo menos, radicalmente transformado.
No puede ser simplemente adueñado por los trabajadores, por el proletariado, y puesto a producir a su servicio, sino que es necesario transformarlo estructuralmente. Por ejemplo, el sistema productivo capitalista funciona en base a las fuentes de energía fósiles responsables del calentamiento global -el carbón y el petróleo-, de modo que un proceso de transición al socialismo solo sería posible cuando se diera la sustitución de esas formas de energía por las energías renovables, que son el agua, el viento y, sobre todo, la energía solar. Por eso el eco-socialismo implica una revolución del proceso de producción de las fuentes energéticas.
Es imposible separar la idea de socialismo, de una nueva sociedad, de la idea de las nuevas fuentes de energía, en particular, del sol –algunos eco-socialistas hablan de comunismo solar–, pues entre el calor, la energía del Sol, y el socialismo y el comunismo tendría que haber una especie de afinidad electiva.
Pero no basta tampoco transformar el aparato productivo, es necesario cambiar también el estilo, el patrón de consumo, todo el modo de vida en torno al consumo, que es el modelo del capitalismo basado en la producción masiva de objetos artificiales, inútiles e incluso peligrosos. Es inmensa la lista de productos, mercancías y actividades empresariales que son inútiles e incluso peligrosas para las personas.
El eco-socialismo propone un modo nuevo de vida y de consumo, basado en la satisfacción de las verdaderas necesidades sociales, que es completamente diferente de las pretendidas y falsas necesidades producidas artificialmente por la publicidad capitalista.
Es necesaria una reorganización del conjunto del modo de producción y de consumo, basada en criterios externos al mercado capitalista: las necesidades reales de la población y la defensa del equilibrio ecológico. Esto supone una economía de transición al socialismo, en la que la propia población –y no las “leyes del mercado” o un Buró Político autoritario– decide las prioridades y las inversiones en un proceso de planificación democrática.
Esta transición no solo conduciría a un nuevo modo de producción y a una sociedad más igualitaria, más solidaria y más democrática, sino también a un modo de vida alternativo, una nueva civilización eco-socialista, más allá del reino del dinero, de los hábitos de consumo introducidos artificialmente por la publicidad y de la producción hasta el infinito de mercancías inútiles.
Pero si nos quedamos sólo en esto, seremos criticados como utópicos. Los utópicos son los que presentan una bella perspectiva del futuro y la imagen de otra sociedad, lo que es obviamente necesario, pero no suficiente. El eco-socialismo no es sólo la perspectiva de una nueva civilización; una civilización de la solidaridad –en el sentido profundo de la palabra, solidaridad entre los humanos y también con la naturaleza–, sino también una estrategia de lucha, desde ya, aquí y ahora. No vamos a esperar a que el mundo se transforme, no. Nosotros vamos a comenzar ya, y desde ahora, a luchar por esos objetivos.
Igualmente el eco-socialismo es una estrategia de convergencia de las luchas sociales y ambientales, de las luchas de clase y de las luchas ecológicas, contra el enemigo común que son las políticas neoliberales, la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el imperialismo americano, el capitalismo global. Este es el enemigo común de los dos movimientos: el movimiento ambiental y el movimiento social.
En muchos países de América Latina y en el mundo entero, cada vez se da más esa convergencia. Pero no aparece espontáneamente. Tiene que ser organizada conscientemente por los militantes y por las organizaciones. Es necesario organizar una estrategia eco-socialista, una estrategia de lucha en la que vayan convergiendo las luchas sociales y las ecológicas.
Creo que esta es la respuesta al desafío, la perspectiva radical de una transformación revolucionaria de la sociedad más allá del capitalismo. Sabiendo que el capitalismo no va a desaparecer como víctima de sus contradicciones, como dicen algunos supuestos marxistas. Ya decía Walter Benjamin, gran pensador marxista de comienzos del siglo XX, que si nos queda alguna lección por aprender es que el capitalismo no va a morir de muerte natural, será necesario acabar con él… Necesitamos una perspectiva de lucha contra el capitalismo, de un paradigma alternativo de civilización, y de una estrategia de convergencia de las luchas sociales y ambientales, plantando desde ahora las simientes de esa nueva sociedad, de ese futuro. Plantando las simientes del eco-socialismo.
La alternativa del eco-socialismo implica un último análisis, una transformación revolucionaria de la sociedad. Pero ¿qué significa revolución? Walter Benjamin escribía lo siguiente en 1940: “Las revoluciones no son las locomotoras de la historia, como pensábamos. Ellas son la acción de la humanidad, que viaja en este tren para quitar los frenos de urgencia”.
El tren de la civilización capitalista, del que todos somos pasajeros, está avanzando cada día a mayor velocidad en dirección a un abismo, a la catástrofe ecológica, al cambio climático.
Necesitamos coger los frenos de urgencia de la revolución, antes que sea demasiado tarde.
1 Tradujo del portugués Salvador Mendoza