EDITORIAL
SIEMPRE EN TRANSICIÓN
Lo que más ataca los nervios de quienes mantienen el poder durante largo tiempo es que les digan que las cosas pueden y deben cambiar. Y aún se ponen más nerviosos si son otros los que pueden cambiarlas. Esos otros, por supuesto, son los que no saben, los que quieren llevar a todos al caos, los que no tienen ni idea de lo que es gobernar o hacer política o defender las costumbres intocables; porque los de siempre, eso sí, no tienen ninguno de esos problemas.
Pero la vida, por definición, es una terca transición de lo presente a lo futuro, es cambio continuo. No basta constatar que en el pasado ya hubo cambios y transiciones -frecuentemente muy controladas por los poderes fácticos-, sino que es ineludible aceptar que lo que se estanca termina corrompiéndose, descomponiéndose y oliendo mal. Y estamos en momentos en que son demasiadas las cosas que huelen mal en nuestro ambiente político y social. La inundación de la información con mentiras reiteradas, deformaciones de la realidad obvia, descalificaciones de los que no digerimos las ideas que pretenden que aceptemos, distorsiones de los conceptos, palabras equívocas y falso optimismo… intenta funcionar como mecanismo de defensa de lo indefendible; pero, afortunadamente, cada vez son menos los que no saben descubrir el rostro de los actores detrás de su máscara.
Las pasadas elecciones municipales y autonómicas fueron un jarro de agua fría para quienes creían que tenían todo atado y bien atado. La unidad popular, necesaria siempre, abrió caminos poco imaginables algún tiempo antes. El monstruo inmóvil montó en cólera, pero dejó ver que cuando no se le tiene miedo comienza a perder poder: “El dragón –se lee en El caballero de la armadura oxidada- lanzó gigantescas llamaradas contra el caballero una y otra vez, pero, por más que lo intentaba, no lograba hacerlo arder. A medida que el caballero se iba acercando, el dragón se iba haciendo cada vez más pequeño, hasta que alcanzó el tamaño de una rana.”
Se acercan las elecciones generales. Es imprescindible que la unidad popular se mantenga; que los movimientos sociales no crean que está todo conseguido (la rana puede convertirse de nuevo en dragón si el caballero vuelve a tener miedo); asumir que la indignación y la lucha contra la corrupción son irrenunciables, pero que luego hay que trabajar por cambiar la conciencia personal y un panorama social y político que está sometido a lo económico; aprender del sufrimiento de estos años y no creer que una nueva transición (otro paso adelante más en la vida) es volver a la insostenibilidad de las últimas décadas; no conformarse con sustituir un poder por otro, porque no todo ni siempre es trigo limpio; no reducir la verdadera democracia participativa a una democracia sólo representativa; desarrollar el tejido social reivindicativo; evitar por todos los medios ser ingenuos; programar la vida con otros valores; y, a la hora de actuar y votar, plantearnos en todo momento -quienes intentamos definirnos como cristianos- que “donde hay un cristiano debe haber humanidad nueva; lo viejo ha pasado y una nueva realidad está presente” (2Cor 5,17).