VALORES NUEVOS

Desde el Consejo de Redacción de la Revista «Utopía» queremos alzar nuestra voz para condenar enérgicamente los brutales atentados del 11-M en Madrid y manifestamos nuestro apoyo y solidaridad con todas las víctimas y sus familiares y amigos.

 A muchos les resultará extraño leer que podemos encontrar religiones sin Dios. En la mentalidad tradicional Dios y la religión estaban íntimamente unidos. Precisamente la religión era el campo de lo que se relacionaba con Dios. El que quería servir y agradar a un Dios debía practicar su religión.

Pero modernamente el concepto de religión ha caído bajo la mirada atenta de la sociología, y ésta nos ha hecho ver la existencia de sistemas de creencias que poseen todas las notas características de lo religioso, aunque no exista la fe en un ser supremo o en una transcendencia.

Lo que no encontraremos es una religión, o un sistema de creencias con carácter religioso, que no tenga un valor o un conjunto de valores supremos que guíen el pensamiento y la acción de sus fieles. Son esos valores los que realmente orientan y condicionan su vida. Para los seguidores de esa religión, esos valores supremos desempeñan el papel de «palabra de Dios» que ilumina y rige sus vidas.

Lo que sí nos encontramos con frecuencia son personas que mezclan el Dios de una religión con los valores de otra. Por tradición, por temperamento, por necesidad de acogerse a una protección sobrenatural frente al misterio de un más allá desconocido, movidos por el deseo de buscar un refugio a nuestra radical debilidad e inconsistencia, o por cualquier otra causa, muchos nos proclamamos creyentes  en un Dios que nos pueda salvar. Concretamente en nuestra sociedad española, creyentes en el Dios Padre de Jesús de Nazaret. Pero los valores que orientan nuestra vida son los propios de otra religión muy distinta.

Lo vemos continuamente a nuestro alrededor, y quiera Dios que no lo vivamos también nosotros mismos: una fe formalmente cristiana que envuelve unos valores rabiosamente materialistas. A lo mejor podemos tener la impresión de que esto es una enfermedad propia del actual sistema capitalista con su culto al dinero. Pero la realidad es que el problema viene de mucho más lejos. Ya Jesús nos tuvo que decir eso de que «No se puede servir a Dios y a la riqueza». La riqueza es un dios muy viejo, lo que puede ser más actual es la extensión, el fanatismo y la aceptación social de su culto.

En el número anterior hablábamos de los dioses de nuestra sociedad. Es sumamente importante reflexionar también sobre los valores asociados al culto de esos dioses. Es lo que intentamos hacer en este número, pues no es la fe que se confiesa de palabra, sino los valores que orientan la vida de una persona, lo que realmente sitúan a esa persona en una religión u otra. Vivir una existencia realmente cristiana (en la medida de nuestras flacas posibilidades), no consiste en llamar a Jesús, Señor, sino en hacer la voluntad del Padre, es decir, guiarse por unos valores evangélicos.

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