Itziar Aldamendi
En estos tiempos que vivimos parece que hemos perdido los valores que en otro tiempo nos sirvieron para luchar con todas nuestras fuerzas contra la dictadura. Es como si hoy el valor fundamental fuera el tener, y cuanto más mejor y el sálvese quien pueda, dejando atrás el ser solidario, el compartir con los que tienen menos, el defender los derechos de los más débiles, etc.
Aunque esto es cierto en muchos casos en esta sociedad, también es verdad que hay muchos hombres y mujeres que viven de otro modo y que sus valores son otros, como la solidaridad, la generosidad, la constancia en el compromiso, la fidelidad, que han apostado en favor de los pobres y que hacen suyas sus causas y que, en definitiva, es la causa de Jesús.
Cuando hacemos un proyecto de vida y decidimos seguir humildemente a Jesús, nuestro compromiso debe ser profundo y serio y no podemos abandonarlo simplemente porque no conseguimos que las cosas cambien, porque ya llevamos muchos años trabajando y estando un poco cansados o quizá desilusionados. Tenemos que ser constantes y continuar poniendo nuestro grano de arena en la construcción del Reino y ser fieles en lo posible a nuestra opción por los empobrecidos de la tierra, con la esperanza y la ilusión de que el proyecto de vida en el que creemos, acabará destruyendo el proyecto de muerte que hoy pesa sobre muchos pueblos y gentes inocentes. Tenemos que hacer el camino con los que luchan por defender la vida, la tierra, la dignidad. Ellos tienen una gran esperanza en que terminarán las guerras; los niños serán niños y no soldados, tendrán escuelas, habrá paz, una paz basada en la justicia, y sus hijos tendrán una vida más digna. Sabemos que no podemos solucionar todos los problemas, pero sí podemos denunciar las situaciones de injusticia, la impunidad ante los asesinatos, las masacres, las desapariciones forzadas, la situación de los inmigrantes en nuestro país, la falta de medicamentos en el Tercer Mundo, etc. Esto es lo que ellos nos piden, que contemos la verdad.
Cuando llegué a Madrid, en el año 59, no conocía a nadie y dedicaba todo mi tiempo al trabajo en el hospital; estaba contenta, me gusta mucho mi trabajo, pero necesitaba hacer algo más. Pronto tuve la inmensa suerte de conocer a Ignacio Armada y comencé a trabajar con su grupo en la UVA de Fuencarral, en el dispensario de la Parroquia como enfermera; entonces la Seguridad Social no alcanzaba a todos. Nuestra tarea, además de atender a los enfermos, era conseguir el realojo de las familias que vivían en casas prefabricadas, con humedad, y rodeadas de mogollón de ratas. Otro paso era conseguir la Seguridad Social para todos.
Más tarde, junto con Ignacio, Loreto y M.ª Carmen, formamos la Comunidad de Vanguardia Obrera, poco a poco fuimos creciendo en número. En ella encontré el lugar donde vivir, compartir y celebrar la fe, así como la fuerza y el apoyo para el compromiso. En esta época fueron muy importantes para mí, las reuniones de estudio sobre la lectura materialista del Evangelio. Todos los miembros de la Comunidad teníamos nuestro compromiso y todas las semanas poníamos en común nuestros miedos y nuestras dudas. Hoy, casi treinta años después, sigo con mucha ilusión en la misma comunidad.
En el 74, dos personas de la Comunidad estuvimos trabajando con presos comunes, fueron días muy difíciles; gracias a la comunidad que estaba detrás no conseguíamos, ni para atrás, que nos legalizaran la Asociación. Para el Sr. Rosón, siempre nos faltaba aquel papel, siempre estuvimos en trámite, lo único que conseguimos fue que la policía no nos quitara el ojo de encima, hasta que acabamos en la DGS. La comunidad, los amigos y la familia no fallaron, siempre nos ayudaron y apoyaron en todo.
Cuando asesinaron a Monseñor Romero en 1980, en El Salvador, las Comunidades de Base de allí nos pidieron que nos solidarizáramos con ellos. Estaban en guerra, las CEBS eran perseguidas y acusadas de estar a favor de la guerrilla. Cuando asesinaron a Monseñor quedaron huérfanas las comunidades y decían: si han sido capaces de matar a nuestro Obispo, qué no harán con los catequistas, los campesinos… Necesitaban apoyo internacional. Ese mismo año se celebró en Riobamba la primera Reunión Internacional de Solidaridad con El Salvador, a la que asistió Ignacio Armada. A su vuelta convocamos a las CCP, a grupos que trabajaban en Derechos Humanos, Justicia y Paz, a la Iglesia Evangélica y a todas las personas que quisieran formar parte del Comité de Solidaridad en ayuda a El Salvador, que luego se extendió a toda América Latina. Después se fueron formando Comités por todo el Estado español; hoy somos treinta y formamos una red con grupos de Europa, América Latina, Japón y Australia. Es una gozada vivir la solidaridad con los pueblos empobrecidos y, lo que es cierto, que recibimos de ellos mucho más de lo que damos.
Hemos ido cambiando de actividad, pero siempre intentando seguir una línea liberalizadora y fieles en lo posible a nuestra opción solidaria. Personalmente, lo que me ha dado fuerza y ánimo para seguir con ilusión han sido las personas y grupos con las que he tenido y tengo la suerte de trabajar. Es necesario unirse a todos los que de un modo u otro están empujando para conseguir ese otro mundo, que es posible; y, como dice Jon Sobrino, dispuestos a ayudar a bajar de la cruz a los pueblos crucificados.