Enrique Javier Díez Gutiérrez
Rebelión
Lo anunció José Saramago: vendrán por millones.
“El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Europa será conquistada por los hambrientos. Vienen buscando lo que les robamos. No hay retorno para ellos porque proceden de una hambruna de siglos y vienen rastreando el olor de la pitanza. El reparto está cada vez más cerca. Las trompetas han empezado a sonar. El odio está servido y necesitaremos políticos que sepan estar a la altura de las circunstancias.”
Pero no parecemos estar a la altura de las circunstancias. El tratamiento mediático y en las redes sociales de la foto del niño sirio de tres años Aylan Kurdi, muerto sobre la playa de Bodrum de Turquía, simplifica no solo la tragedia de los refugiados que huyen de las guerras del Medio Oriente, sino que oculta sus causas y la responsabilidad en la misma de los países occidentales y de organismos como la OTAN.
La reacción mediática y política que ha acompañado a esa fotografía ha generado una explosiva respuesta emocional, que se ha difundido viralmente en todos los medios occidentales. Mientras apenas suscita ya respuesta los 19.000 niños y niñas que mueren al día por causas evitables, según datos de UNICEF. Casi 6 millones de niños y niñas al año por desnutrición y hambre.
Los especialistas en comunicación y medios afirman que se trata de una práctica, en la actual sociedad del espectáculo, denominada porno-drama (Emily Roenigk, Carmen Duce).
El porno-drama define las tragedias únicamente desde el sufrimiento resultante y circunscrito a una mera situación dramática personal o familiar. Pero a la vez oculta las causas que han provocado esa situación e impide señalar a los responsables que han financiado y vendido las armas que alimentan las guerras y han alentado el estallido de conflictos en esas zonas para perpetuar el saqueo de sus recursos (petróleo, coltán, uranio, gas, etc.).
Según Diana George, en una cultura que está completamente saturada de imágenes, mostrar la desesperación extrema, a través de historias individuales que el público puede pretender reparar fácilmente a través de una solución simple o una donación, convierte una injusticia estructural, que contribuimos a mantener con nuestros votos o con nuestro silencio cómplice, en una situación emocionalmente empatizante, consumible y fácilmente tratable.
Alentar el porno-drama conduce a la caridad hacia la persona que sufre la tragedia, no al activismo para cambiar las razones que han generado la misma.
No obliga a un análisis de las raíces que han generado el drama de los refugiados, ni la responsabilidad de los gobiernos occidentales en ellas y el papel jugado por la OTAN en la desestabilización en Medio Oriente y el Magreb. Ni facilita que pensemos en los cambios estructurales necesarios que deben darse para que no se produzca.
El porno-drama dice que un “acogimiento temporal”, que no nos complique mucho la vida y dure mientras dura la “alarma social” creada, es el problema y la solución; que el desplazamiento forzoso se puede abordar a través de una donación o, en todo caso, cuando la presión de la alarma social aumenta, creando refugios temporales para “algunos”, regulando los “flujos masivos” por supuesto (“recibir” a 120.000 refugiados, cuando solo Turquía ha atendido a más de dos millones o Líbano a más de un millón).
Este tipo de donaciones o acciones “humanitarias”, aunque tiene el potencial de producir un cierto impacto momentáneo y aliviar nuestra conciencia, sin embargo, perpetúan ideologías muy peligrosas.
Transmite a los “donantes” con recursos que son los “salvadores” y a los refugiados que son los beneficiarios indefensos de una solidaridad erizada de concertinas (por las que hemos pagado cien millones de euros), pero no portadores de derechos que les han sido arrebatados. Derechos que incumplimos, según el artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los convenios internacionales que hemos ratificado.
El porno-drama permite olvidar que Aylan y su familia, y los millones de refugiados que iban con ellos, huían de las invasiones, los bombardeos y la barbarie alentada, provocada, cuando no directamente realizada por la OTAN y los gobiernos europeos y norteamericano, para allanar el camino a sus multinacionales y financieras que reconstruirán Oriente Medio con la nueva “pax norteamericana”, reduciendo a países enteros a una nueva Edad Media, poniendo así sus recursos al servicio de quienes los invadieron. Francia formó parte de la coalición que bombardeó Libia para firmar contratos petroleros con las nuevas “autoridades”, que le permitieron quedarse con el 40% de la producción de su “oro negro”.
Los gobiernos occidentales, los lobbies militares y las instituciones financieras e internacionales del norte promueven esta representación porque el porno-drama de los refugiados ha demostrado sobradamente ser eficaz. De hecho, las audiencias son más propensas a hacer una política de acogimiento o a una donación financiera cuando se muestra a un niño que está sufriendo, porque el público quiere saber que están lidiando con los más vulnerables y necesitados, aquellos que son “merecedores” de nuestra solidaridad, en contraposición a posibles refugiados “indignos”. Se trata de mostrar a esos necesitados relevantes y atractivos para los acogedores, generosos y caritativos.
Pero sobre todo, esta forma de enfocar la situación, centrándose en una visión limitada al drama individual, permite ocultar que han sido gobiernos concretos, aplaudidos por mayorías absolutas, quienes han recortado a cero las políticas de cooperación internacional, han promovido la guerra e invasión de Irak, han alentado la guerra en Libia o Siria, a la vez que han financiado a sátrapas y regímenes corruptos. Todo para ahorrar a determinadas multinacionales unos dólares en los barriles de petróleo o el litro de gas. No podemos olvidar que los mismos promotores de las guerras en el norte de África son los que han creado y financian a grupos terroristas como el ISIS.
Por eso no podemos dejar que este “porno-drama”, alentado y sostenido de forma interesada, nos impida entender que para abordar con éxito las injustas relaciones internacionales causantes del éxodo de millones de personas “refugiadas”, hemos de luchar por cambiar los gobiernos que mantienen y sostienen esas relaciones internacionales injustas, dejar de mantener y financiar instituciones como la OTAN y devolver lo que hemos saqueado durante siglos a esas comunidades para que puedan empoderarse y transformar su propia realidad.
Es urgente actuar ante la tragedia no solo humanitaria, sino económica, social, política y cultural provocada por las intervenciones militares en el norte de África y levantar la voz contra los promotores de guerras imperialistas que están sangrando países enteros y que están empujando a millones de refugiados huyendo de las bombas hacia Europa, y que nos dejan imágenes trágicas de hombres, mujeres y niños, hacinados en campos de concentración, o muertos sin haber conseguido llegar a su destino. Los refugiados, los desplazados, los desesperados se están agolpando en nuestras fronteras. Será imposible frenarlos porque le hemos destruido todo y solo les queda lanzarse al mar.
Como acaba de clamar el papa Francisco necesitamos “un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta”.
Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de León y Coordinador del Área Federal de Educación de IU
Dic 12