Violencia en las fronteras.

Violencia en las fronteras.

Helena Maleno.

Activista e investigadora

de lo que está ocurriendo en Ceuta y Melilla.

La violencia ejercida contra las personas migrantes durante sus procesos migratorios provoca una violación sistemática de los derechos humanos de estos colectivos. Los estados son, en última instancia, los máximos responsables de estas vulneraciones al primar sus políticas de seguridad y control de fronteras sobre el cumplimiento de sus responsabilidades en la protección de las personas. Esta situación ha permitido la creación de espacios de excepción, regulados por la violencia y que se sitúan al margen de las leyes de los estados y las regulaciones internacionales firmados por éstos.

Así, las comunidades migrantes se han acostumbrado a asumir la violencia como parte intrínseca a las migraciones.

Algunas nacionalidades del África subsahariana llaman a los proyectos migratorios “la aventura”. Con esa definición, sus protagonistas, es decir “los aventureros” hacen referencia a los periplos y decisiones migratorias en las que arriesgan sus derechos fundamentales, entre ellos el derecho a la vida.

“Es el precio a pagar por nosotros, somos aventureros, la aventura es peligrosa, a veces nos cuesta la vida. Pero aunque morimos, no somos criminales. Asumimos el peligro para buscar una vida mejor, para hacer crecer nuestras comunidades y países”, argumenta Nabil, recordando a sus compañeros muertos en la playa de Tarajal en Ceuta.

Aunque en el imaginario de las personas migrantes las agresiones y la excepción de derechos se vive como un precio a pagar por las decisiones propias, un sacrificio necesario o un peaje más del camino migratorio, los procesos de resilencia y construcción de ciudadanía  sirven para vencer estos contextos de violencia.

“Que vivamos en el bosque no quiere decir que seamos animales. Tenemos normas, nos organizamos para comer todos, para compartir los guetos, vamos en grupo para no sufrir agresiones. Cuando alguien está enfermo, por ejemplo, vuelve de la valla herido, sabemos a quiénes llamar para intentar curarle, o buscamos entre todos dinero para los medicamentos”, explica Abdou, maliense, que ha vivido durante tres años en el bosque próximo a Ceuta.

La solidaridad, y el acompañamiento en el seno de las comunidades migrantes durante los procesos migratorios son estrategias de supervivencia que están ayudando a la minimizar el impacto de la violencia.

Es también a través del empoderamiento en derechos humanos de las colectividades en los contextos de frontera, que las personas migrantes dejan de representarse como “ilegales”, “clandestinos”,  o “cifras” para pasar a ser personas con nombres, historias, proyectos y familias que dejaron en los países de origen.

“Un amigo me dijo que mi hijo estaba en la patera que naufragó aquel día. Mi hijo no me dijo que iba a irse al agua, supongo que para no preocuparme. Él sabía perfectamente que yo no quería que cruzase por el agua. Dicen que encontraron dos cadáveres, el resto está desaparecido. Sólo quiero saber si los cuerpos que encontraron, si alguno de ellos es el cuerpo de mi hijo”, L. es senegalesa y madre de una persona desaparecida en el Estrecho de Gibraltar.

Otra forma activa de vencer la violencia se encuentra en procesos en los que la ciudadanía y la sociedad civil organizada de los países de origen, tránsito y destino de las migraciones,  se organizan en redes transnacionales para luchar por la construcción de un sistema de garantías, en el que  los derechos universales sean aplicados de la misma forma a las personas migrantes y donde los estados tengan responsabilidades en el respeto de los mismos.

A pesar de las estrategias de resistencia, en los relatos de los migrantes la violencia es una parte intrínseca. Muchas de las veces la persona sufrió su primera experiencia en el país de origen y en otras ocasiones  fue incluso el detonante que le hizo asumir un proyecto migratorio.

Violencias personales, intrafamiliares e institucionales que escuchamos desde el comienzo de su viaje. Los migrantes hablan de la falta de oportunidades y sobre todo de la búsqueda de una mejora de las condiciones económicas, sociales, políticas y de acceso a derechos fundamentales, como detonantes de su partida.

Mujeres e infancia migrante son los grupos más vulnerables, y en los países de origen ya fueron víctimas debido a las desigualdades de género, y a la falta de acceso a derechos de la infancia. Ambos colectivos, mencionan constantemente la violencia intrafamiliar y sociopolítica de sus países de origen.

“Mi familia me obligó a casarme con mi primo cuando tenía catorce años y tuve a mi hija con quince. Mi marido me pegaba todo el tiempo, no quería estar con él, me repudió y se quedó con mi hija, porque en mi país son los hombres quienes se quedan con ellas. Estaba sola y abandonada cuando decidí salir de Guinea”, explica Mouna.

Pero es en los tránsitos migratorios, sobre todo en aquellos que tienen una larga duración, donde la violencia se hace más presente en los relatos de las personas migrantes. En sus historias la dureza se representa en un medio físico peligroso, como por ejemplo la travesía por los desiertos, pero también hablan de contextos sociopolíticos de países del tránsito migratorio donde la violencia institucional les obliga a vivir al margen de cualquier sistema de protección y garantías.

“¿Denunciar?, ¿dónde?, ¿cómo?, ¿con qué documentación? Me preguntaba todo eso cuando desapareció mi hija, bebé de un año, durante una deportación en la frontera de Argelia. Aprovecharon esa situación para robármela. No tenía a quién recurrir, fue una organización social la que la encontró en Melilla, pasó con una mujer que después la abandonó. No pude cruzar para recuperarla y la dieron en acogida”,  Valentina forma parte de las mujeres que perdieron a sus hijos durante el tránsito.

Las agresiones sexuales son las más complicadas de aceptar y superar por parte de las víctimas, y afectan en mayor parte a mujeres e infancia migrante. Es un tipo de violencia que supone un estigma, tanto para la familia y la comunidad en origen, tránsito y destino, es por esto la violencia más invisible.

“Vi cómo violaban a mis amigas. Éramos tres. Nuestro patrón se encontró con los militares argelinos y nos ofreció para pasar la frontera. Entonces empezaron a violar a mis amigas, a mí no porque entonces llegó un hombre que me salvó. Les dijo que yo era muy pequeña y que no podían hacerme eso”, explica Faith, menor y víctima de trata de seres humanos.

Las comunidades migrantes diferencian en sus discursos las violencias en espacios privados, de las violencias institucionales y públicas representadas por las políticas de los países de tránsito y destino.

En muchas ocasiones, las agresiones creadas desde los estados, sobre todo a través de las políticas de seguridad y control de fronteras, son percibidas como las más duras y peligrosas.

Esa violencia institucional intrínseca a los procesos migratorios procede de las políticas de seguridad y control, que dibuja las zonas de frontera como zonas en conflicto exentas a la aplicación de los derechos humanos. Esta situación de “guerra” en la frontera establecida desde las políticas migratorias se justifica con un discurso de lucha contra las mafias, que tiene como “daños colaterales” la vulneración sistemática de los derechos fundamentales de los migrantes.

“Tengo 15 años, salí de mi país con 13. He pasado dos años en el monte cerca de la valla de Melilla. Pasé dos veces, y las dos veces me devolvió la Guardia. La segunda vez estuve malherido. Tardé mucho en recuperarme. La valla es muy peligrosa, cuando estás allí nadie ve si eres un niño, te conviertes en hombre y afrontas como un hombre.”, explica M.

La imagen de situación de guerra, de avalancha y de conflicto, alimentada desde las políticas de los estados, permite construir la normalización de la violencia y de la violación de derechos humanos ante la opinión pública. Estas estrategias de creación de espacios de excepción está perfectamente representada en los enclaves de Ceuta y Melilla, donde el estado español ha creado dos ciudades frontera en las que los derechos de las personas migrantes están totalmente secuestrados.

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