Vivir de otra manera: Orgullo compartido.

Orgullo compartido.
Jesús Cárcamo.

      Recientemente se han cumplido diez años de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario. Dicha aprobación supuso la culminación de un proceso, desde mi punto de vista, ejemplar. En pocos años se produjo un cambio en la sociedad española que nadie hubiéramos imaginado.
      Algunas personas, con mucha ilusión, tomamos el protagonismo, recogiendo la antorcha de hombres y mujeres valientes que en momentos muy difíciles habían plantado cara a una sociedad conservadora y autoritaria.
      Un nuevo movimiento de liberación, LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales), comenzó su trabajo en una sociedad española nueva, democrática y con ganas de parecerse más a nuestros vecinos europeos. Tal fue el impulso de este nuevo movimiento que, unido a otros actores sociales  -medios de comunicación, profesionales, artistas, algún político-, conseguimos lo que buscábamos a mediados de 2005, siendo noticia mundial y pasando a convertirnos en un referente internacional en materia de derechos humanos referidos a la población LGTB. Todo ello se produjo, a pesar de la frontal oposición de la jerarquía católica.
Ya en aquel momento mucha gente se planteaba una pregunta: ¿Cómo es posible que la católica España apruebe el matrimonio entre personas del mismo sexo con un gran acuerdo social?
       Los que vaticinaban problemas sociales tras dicha aprobación se equivocaron. No sólo no se han producido problemas, sino que la sociedad se ha ido liberando de ese barniz de hipocresía social y ha incorporado, en gran medida, con toda naturalidad, lo que es normal.
Finalmente, el gran motor de la visibilidad, que impulsó el cambio, ha sido el elemento fundamental que ha ido haciendo evolucionar la mentalidad.
       No cabe la menor duda de que el ejemplo de nuestro país ha tenido un efecto multiplicador en todo el mundo, y en diez años hemos asistido a un continuo goteo de países que se han incorporado a la igualdad legal. Reciente ejemplo de ello ha sido el referéndum en la “católica Irlanda”. Nuevamente la sociedad civil, en este caso acompañada por los partidos políticos, impone la realidad a una moral caducada, sólo defendida nuevamente por la jerarquía católica.
        El Papa Francisco ha dado alguna leve muestra de apertura en este aspecto. Es bienvenida cualquier muestra de acercamiento de la “autoridad moral católica” a la realidad que vivimos tantos hombres y mujeres, en muchos casos católicos. Además de confiar en la apertura de Francisco y en sus deseados impulsos de cambio, no estaría de más que desde las bases de la Iglesia, y especialmente de los sectores más progresistas, se profundizara en una revisión de la moral sexual y muy particularmente de la homosexualidad. En ocasiones, y salvo honrosas excepciones, uno ha tenido la sensación de que este es un tema “incómodo” y, por supuesto, siempre ajeno.
       Considero que deberíamos afrontar el reto de considerar éste, no como un tema específico de personas LGTB, sino de toda la sociedad. ¿Acaso no se deberían implicar padres y madres heterosexuales en la consecución de una sociedad no homófoba , no sólo por justicia y solidaridad, sino, incluso por egoísmo, ante la posibilidad de tener un hijo o una hija que nadie le garantiza que vaya a ser heterosexual u homosexual? Todo lo que hagamos por una sociedad más justa e igualitaria redundará en la felicidad de todos y todas.
       El pasado 4 de julio contraje matrimonio. Mi marido y yo expresamos nuestra admiración y respeto a todas las personas que nos precedieron en la lucha por nuestra dignidad, mi satisfacción por haber contribuido a poder ejercer este derecho y nuestro compromiso por una sociedad más justa.


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