Editorial: El Vº Centenario del pueblo.
El año 1992 ha sido el año del QUINTO CENTENARIO Y DE LA EXPO. Dos acontecimientos que recordaban y quería conmemorar el descubrimiento de unas tierras, la gran hazaña de los pueblos de Castilla y de aquella Monarquía Hispánica de los Reyes Católicos y el inicio del enriquecimiento de Europa con todas las riquezas extraídas a los “nuevos” pueblos «descubiertos».
Al mismo tiempo, los cristianos y cristianas de base hemos vivido este año pidiendo perdón por las injusticias, la explotación y la opresión sobre unos pueblos y sus culturas y buscando, también, un compromiso de solidaridad que nos lleve a sentir como nuestras las injusticias y la explotación que todavía hoy.
Al igual que hace quinientos años, pesa sobre los pueblos latinos e indígenas de América Latina. Este quinto centenario del pueblo se refleja en las páginas de nuestra revista, y nos habla de solidaridad y de esperanza. Cuando termina el 92 nos transmite, con fuerza, este mensaje de esperanza y solidaridad, de trabajo fraternal y no de triunfalismo, una mujer, RIGOBERTA MENCHÚ, indígena maya, campesina, cristiana y revolucionaria, Premio Nobel de la Paz 1992. En un momento de crisis aguda que atraviesa no sólo a América Latina sino a todo el mundo. La palabra y la acción de Rigoberta, junto con la de Pedro Casaldáliga. Ernesto Cardenal y la de tantas y tantos mujeres y hombres anónimos, es una voz profética y utópica que se dirige a toda la humanidad como un grito de esperanza en medio de la tormenta y del sufrimiento.
Rigoberta nació en el Quiche, una zona campesina de Guatemala, hace 33 años. Desde los cinco años su vida ha sido una vida de trabajo, ayudando primero a la madre en el cuidado de los hermanitos (nueve), a los ocho años trabaja ya en las fincas de los terratenientes, y poco después va a la capital a servir a casa de los ricos… así hasta la juventud. En esta vida, y al lado del padre y de la madre, y de toda la comunidad, en un largo proceso, como ella nos dice, va dándose cuenta de la explotación material y moral de su pueblo. En 1980 su padre, catequista y militante campesino, fundador del Comité de Unidad Campesina murió abrasado en la Embajada española de Guatemala, en la que se habían enconado los campesinos, para hacer oír su voz en defensa de los derechos humanos aplastados en Guatemala. A partir de ese momento Rigoberta se entrega, desde el exilio -en su país se la buscaba para exterminarla como a sus padres y hermano- a la defensa de los derechos de su pueblo y de todos los pueblos de América Latina.
Rigoberta condena la explotación secular, la de hace quinientos años y la de ahora, exalta el valor de lo colectivo y comunitario, la grandeza de la fe en Dios y en la tierra, como fuerzas para vencer el individualismo, el egoísmo, la explotación. Rigoberta es una mujer firme y dulce. Su fortaleza y su ternura son también dos instrumentos de lucha que la llevan a la negociación como el paso más firme para llegar a la paz. Una negociación, como dice ella, que reconozca la unidad en la diversidad, las diferencias multiculturales y multiétnicas en la fraternidad.
Este es su mensaje para todos nosotros y nosotras. Utopía se alegra y celebra, con todos los pueblos indígenas de Guatemala y de todo el mundo, la concesión del Premio Nobel de la Paz a esta mujer. Utopía en sus páginas ofrece a toda la Iglesia de Base la palabra profética y utópica, firme y llena de esperanza de Rigoberta Menchú. Con el deseo de que nos despierte y comprometa más y más en la defensa de la justicia que es igualdad y libertad para todos los pueblos.