Mercado único europeo y paro.
En palabras del anciano Marx, la historia nos enseña que las transformaciones y revoluciones económicas tienden a surgir a raíz del cambio en los instrumentos. Desde el descubrimiento del arado y la rueda, que transformaron al hombre nómada en ciudadano, hasta la era de la máquina de vapor, que convirtió al artesano y al siervo de la gleba en proletario.
Hoy, nos encontramos inmersos en un vertiginoso desarrollo de instrumentos de trabajo: la tecnología de vanguardia, la robótica y la informática están dando lugar a una transformación radical en las condiciones laborales, ejerciendo una influencia determinante en la vida cotidiana de las personas.
La posición que ocupaba el trabajo humano en el modo de producción ha experimentado un cambio sustancial. En los países tecnológicamente avanzados, el impacto más significativo de esta transformación es el desempleo.
Se habla de un desempleo “estructural”, una condición arraigada en la misma estructura del sistema productivo y, por lo tanto, tan duradero como dicha estructura. En términos simples, ya no es factible que todos trabajemos ocho horas al día debido a las edades adultas en pleno desarrollo. Todo está subordinado al trabajo. Sin empleo, parece no haber nada.
En la era actual, las máquinas han asumido roles que antes ocupaban veinte hombres, ahora manejadas por un solo obrero. Sin embargo, esta eficiencia tiene un costo humano, ya que los otros diecinueve se encuentran desempleados. Aunque la producción se incrementa, generando más riqueza, la realidad del desempleado es desoladora. En nuestra sociedad, la vida, la familia, el bienestar y la felicidad están irremediablemente condicionados al trabajo. Obtener todas esas aspiraciones parece depender exclusivamente de la actividad laboral. Los trabajadores de mediana edad enfrentaron tiempos difíciles, pero tenían empleo, incluso migraban a otros países si era necesario. Los jóvenes de hoy, sin embargo, se ven atrapados en empleos precarios o desempleo, incapaces de concebir la idea de un hogar propio y una familia. Viven bajo el techo parental y dependen económicamente de sus progenitores.
Dentro de la lógica capitalista, la maquinaria es una extensión del capital, y la automatización, lógicamente, busca beneficios económicos, a menudo a expensas de los trabajadores que resultan más costosos que las máquinas. El desempleo se convierte así en un componente “estructural” del sistema de producción, donde reducir la plantilla se convierte en un objetivo económico.
La solución radica en replantear los objetivos de la mecanización. Es posible y necesario mecanizar para que los trabajadores laboren menos, pero de manera más satisfactoria. Se puede y se debe aspirar a una jornada laboral de cuatro horas en lugar de ocho. La organización solidaria del trabajo y la producción es crucial, pero lograrlo implica un cambio estructural en el sistema productivo, un cambio en el que podemos y debemos apostar.