Por Luis Ángel AGUILAR.
No sólo por ser nuestra última entrevista de UTOPIA, sino también por hacérsela a Javier Domínguez, un miembro de este consejo de Redacción que, además ha estado desde su nacimiento en septiembre de 1991 hasta su último nº que ahora estás leyendo, esta entrada va a ser un poco especial.
En primer lugar, vas a poder escuchar al propio Javier Domínguez -hace menos de un año, a sus 93- en su casa de Ponferrada, donde nos contestaba algunas preguntas; ¿Cómo? Simplemente oyendo el audio adjunto o viéndolo en YouTube -al escanear el QR adjunto- o bien, pinchando aquí: https://www.youtube.com/watch?v=CvXTiyFoX5Y
Y en segundo lugar, puedes leer la exhaustiva entrevista que le hice hace un año para su biografía titulada “Un Jesuita antisistema”, cuya recensión puedes encontrar al final de este último número de UTOPIA, y que siempre creí que sería la última publicada de Javier Domínguez. El destino ha querido que no lo sea, aunque ya no creo que pueda hacer muchas declaraciones nuevas pues -recientemente- nos confesaba que, para no caer en “chocheos” innecesarios que puedan desvirtuar -con respuestas desafortunadas- toda una vida de sensatez, (como el de hace unas semanas de nuestro querido González Faus cuando le escribía a Yolanda Díaz su desdichada carta) “mejor que ya no publiques nada nuevo que salga -a partir de ahora- por mi boca”.
“No acabáis de entender – les decía a quienes aún le pedían unas actividades y escritos– que tengo la cabeza medio perdida y que tengo diagnosticado el 65 por ciento de incapacidad cognitiva. En cuanto hablo o escribo algo –incluso por E-mail- creo un problema. Así que lo más prudente es que ya me mantenga calladito y que no contéis con nuevos testimonios míos para nada. De lo último de lo que podéis fiaros es de lo que Luis Ángel ha escrito sobre mí en su último libro pues hasta mis últimas respuestas tuvo que verificarlas porque ya no estaba del todo seguro”
Con estos mimbres, imaginaréis porqué hay ya muy pocas nuevas respuestas y porqué he tenido que recuperar algunas preguntas y respuestas de la citada última entrevista que aquí resumimos con la esperanza de que sirvan de homenaje final al hermano que, con sencillez y sin beaterías de santurrón, tantas experiencias nos ha dejado.
Conozco a Javier Domínguez desde hace 45 años. Él –cumplidos sus 50- era el representante de las Comunidades Cristianas Populares de Madrid en la coordinadora estatal de las CCP y yo –con apenas 21- coincidía con él, representando a las CCP de Albacete.
Javier Domínguez aún era cura –todo un jesuita para más señas- y hacía poco que había regresado de Alemania, donde había huido porque le perseguía la policía, para enjuiciarlo en el TOP franquista, por el grave “delito” (¿o sólo era una falta?) de haber escrito unos librillos de formación para la Vanguardia Obrera (VO).
Por el titulado “Sindicalismo” casi lo meten a la cárcel de curas que Franco puso en Zamora; pero también escribió otros como “En la escuela de lo sindical” (1965), “El hombre como mercancía (Españoles en Alemania)” 1976, el “Plan de Formación Político Social (1978) o “La lucha obrera durante el franquismo” (1987)… y claro, ya no era un cura del sistema, ni por supuesto “afecto” al régimen.
Desde entonces hemos estado juntos en muchos frentes y movidas, destacando -sobre todo- nuestra presencia en el Consejo de Redacción de ésta Revista Utopía, que hoy cerramos, y en la coordinadora estatal de las CCP.
Hace ahora un año, en una de mis idas a Ponferrada, donde viajaba con frecuencia a visitarlo, le propuse hacer una biografía de su vida y obras –ya que a sus 93 años y medio, aún estaba tan cuerdo como su coetáneo Noam Chomsky- porque estaba convencido que, como tantas otras personas de edad, tienen mucho que contarnos -en vida-. Y, contrariamente a lo que yo esperaba, me dijo: ¡Vale!
Desde entonces estuve subiendo todos los meses desde Albacete hasta el Bierzo para escribirlo con él (lo que para un jubilata, no era ningún sacrificio); en parte, por el temor a que no me sobreviviera a su finalización y, en parte, porque yo me iba 2 meses a Ecuador y Colombia, quise dejármelo hecho para los lectores cero; y así lo hicimos, en menos de lo que una mujer tarda en parir un bebé.
Espero, deseo y estoy convencido que el libro aportará algo, satisfará muchas curiosidades y, sobre todo, espero que os guste. Y como botón de muestra, aquí un pequeño resumen de su última entrevista.
-¿Podríamos decir que fuiste un cura antisistema?.. Y en caso afirmativo, ¿Desde cuándo?
En mi escrito -publicado en Utopía- “La memoria histórica de un niño, nacional, católico y franquista” se contesta. En aquella época yo no podía ser antisistema porque era -aunque no lo pretendiera- un puntal del sistema. Era un poco rebelde, un chico malo, eso sí, pero objetivamente apuntalaba el sistema. Quizás se podría decir que fui un cura del sistema, pero antisistema.
-¿Qué fue lo que te hizo cambiar –y cuando- de patriarcal y cura clásico a revolucionario de izquierdas o antisistema y romper con él?
Rompí con el sistema tardíamente, más que nada por influjo de mis amigos “rojos”. “Curas rojos a Moscú, nos gritaban los fachas”. En suma, el conocimiento de los llamados rojos y la amistad con los perseguidos por Franco, que siguen siendo perseguidos por esta derecha franquista.
-¿Cómo definirías tu relación con la Compañía de Jesús?
En la SJ he vivido siempre en los flecos de la institución. Me he sentido digamos que tolerado por los superiores tras los votos definitivos. Nunca he trabajado en obras directas de la SJ, salvo en períodos de prueba. Mi apostolado ha estado en la frontera. En los últimos años, antes de colgar los hábitos, tras el cambio en la cuestión de Fe y Justicia, hubo un paso de la Tolerancia a la aprobación, e incluso a la legalización e integración en la Compañía, por parte de los superiores.
-Al final, ¿Llegaste a reconciliarte con la SJ poco antes de solicitar la dispensa para casarte, verdad?
En 1994, cuando tenía 64 años y estaba a punto de solicitar la dispensa, yo, me siento a gusto en la compañía y aceptado como soy. Hasta me había propuesto (una vez jubilado), integrarme en la vida y el apostolado de la SJ, dejando los flecos y las fronteras. Incluso habría aceptado dejar la residencia marginal en la que habíamos vivido la comunidad de compañeros durante 25 años, para haber entrado en una residencia normal de mayores de las de la SJ.
–O sea, como una relación Amor/Odio, ¿No?
Pues justamente. Mi relación con la compañía y el sacerdocio ha sido conflictiva. Pero me parece que todo esto tiene poco que ver con el motivo por el que yo entonces me planteaba la salida de la compañía. Honestamente yo he vivido entregado a los demás, pero rodeado de un muro. Y éste muro, sobre todo, lo mantenía con las mujeres. El celibato lo vivía fielmente, pero no como una entrega al Señor a lo Juan de la Cruz, sino como una libertad anarquista para una causa, la de los pobres, que es la causa del Señor.
–Habías cuestionado tu voto de obediencia y ahora se tambaleaba el de castidad por culpa de no tener un celibato opcional… ¿Cómo fue eso de enamorarse y tener que romper con algo por lo que habías luchado tanto?
De alguna manera así era. Yo viví el celibato de una manera opcional, fiel y sin trampas… Pero se presentó una mujer que rompió mis defensas, que tocó fibras interiores que yo tenía allá en el fondo; me dio algo que nadie me había dado antes y caí locamente enamorado. Luego empecé a salir más de 5 años con ella, ya como pareja. Y como tenía claro que ella no iba a ser la querida del cura, tenía que salir de la orden y abandonar el sacerdocio. Eso sí, aquella situación me llevó a una decisión diabólica, en el sentido griego, pues eligiera lo que eligiera, haría daño a alguien y tendría que amputar algo de mí mismo. Llegamos a una situación en la que no había vuelta atrás. Yo no podía seguir llevando una doble vida, porque tenía que andar en verdad, delante de Dios y delante de los hombres.
–Dime tres cosas de las que estés satisfecho en tu vida…
La primera, la que mejor me ha venido para vivir una vida digna es la de haber aprovechado la oportunidad que me dieron los alemanes, siendo como era extranjero, de pagar atrasos hasta completar una pensión alemana, independiente de la española.. Desde que me jubilé, hace más de treinta años, recibo dos pequeñas pensiones. La española por mi trabajo en España de profesor de instituto y la alemana por mi trabajo como sacerdote en la misión española. No he tenido problemas económicos ni los tengo, gracias a los cabezas cuadradas.
La segunda cosa de la que esto satisfecho es la de haberme ganado la vida como profesor de bachillerato, lo cual me ha permitido trabajar gratuitamente en la solidaridad. Pero tengo que añadir que el estar orgulloso de haber trabajado gratuitamente en la solidaridad, no implica una crítica a los que siguieron cobrando de “esta iglesia”, como por cierto yo hice en Alemania. Cada uno tiró por donde pudo.
La tercera el que puedo decir con Atahualpa Yupanki: “Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar”
-¿En tiempos de crisis de valores, de corrupción generalizada y de guerras ¿Qué mensaje de esperanza -o no- dejarías a la juventud y a la humanidad?
Esto de la juventud de hoy en día es un poco difícil de entender. Hasta hace muy pocos años el ser joven suponía generosidad, rebeldía, espíritu innovador y progresista, entrega a causas justas, lucha por la justicia. … Cuando encontraban a una persona mayor o muy vieja como yo nos decían: La juventud no está en los años. Tú eres joven. Ahora más de la mitad de los jóvenes, son conservadores, neo liberales, se preocupan únicamente del dinero y votan a la Ayuso. A estos jóvenes y a la Ayuso, que les dirige, no les daría mensajes sino que les declararía la guerra, (sin armas claro).
A los demás les diría que sobrevivan, resistan, que trabajen al servicio de los más pobres y desfavorecidos y que luchen por la utopía con esperanza de que llegarán tiempos mejores, aunque no lleguemos a verlos. Les diría aquello de Eduardo Galeano:
“La utopía está en el horizonte. Camino diez pasos, ella se aleja diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar.
A la humanidad no le diría nada porque mi voz no tiene potencia que les llegue y se apagaría en el vacío.
–Sobre la muerte y los epitafios ¿Con cuál te quedarías?
Yo creo que la muerte no es total. No me gustaría que me enterraran solo o acompañado únicamente por Mari Carmen sino con muchos compañeros y compañeras. Me gustaría una tumba colectiva. Puestos a elucubrar, me gustaría que me enterraran en la tumba que vio Mariano José de Larra en la casa de los Ministerios, en la calle de Bailén, en 1836, cerca de la casa donde nací, que tiene este epitafio: ”Aquí yace media España, murió de la otra media”.
De momento lo más fácil es que entierren mi cuerpo o mejor mis cenizas, en el Panteón de la familia, en San Justo de Madrid. Allí espera toda mi familia desde 1862. Y como ya no queda sitio para poner más nombres, no hace falta que pongan el mío.
-Y, por último, ¿Cuál sería el testamento moral que te gustaría dejarnos?
Lo he dicho antes: Que dediquéis vuestra vida y vuestro trabajo al servicio de la comunidad, sobre todo de los más pobres y desfavorecidos.
Que así sea, que Dios diga bien de ti y muchas gracias por todo, querido Javier.