Federico Mayor Zaragoza.
Evaristo Villar
Federico Mayor Zaragoza ha sido profesor, político y alto funcionario internacional. Fue Director General de la Unesco entre 1987 y 1999. Doctor en Farmacia por la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, fundador y presidente de Fundación Cultura de Paz y miembro de múltiples organizaciones, academias y asociaciones nacionales e internacionales, ha recibido incontables premios y condecoraciones. Entre los primeros queremos destacar, por la gran sensibilidad que demuestra, el reconocimientoMadre Terra de los Premios ONES Mediterránia en 2007 por su trayectoria en la lucha por la igualdad, la justicia social y la defensa medio ambiental.
El telediario de cada día nos despierta con represiones de los poderosos y reacciones violentas de todo tipo. ¿Vivimos en una cultura particularmente violenta?
No. Los sistemas de libertades públicas han mitigado las reacciones violentas del poder absoluto masculino que ha prevalecido desde el origen de los tiempos. Lo que sucede es que las informaciones –hoy tan al alcance de la mayoría de los ciudadanos- refieren y destacan violencia a todas las escalas. Por su naturaleza, toda noticia cuenta lo insólito, lo extraordinario, lo no habitual. Debemos ver no sólo los visibles que ponen de manifiesto los focos de la comunicación sino también los invisibles, ver el conjunto y apreciar la realidad. Si no conocemos la realidad en profundidad no podemos transformarla en profundidad. Sólo superficialmente, epidérmicamente. Hay que contar no sólo datos violentos que se “ven” sino todos los comportamientos pacíficos, serenos, solidarios,… en los cuales, la mujer, por sus cualidades inherentes, desempeña un papel esencial. La mujer es piedra angular de este futuro más cercano en el que todos conozcamos lo que acontece y podamos contribuir a encauzar debidamente las conductas o las tendencias violentas.
¿Cuáles son, a su juicio, los conflictos que están generando mayor represión y violencia hoy, en España?
Las lacerantes desigualdades sociales. No hay mayor violencia que la pobreza extrema, hasta el punto de morir de hambre diariamente miles y miles de personas, la mayoría de ellas niñas y niños de uno a cinco años de edad, al tiempo que se invierten en armas y gastos militares, no me canso de repetirlo, más de 3000 millones de dólares. Es para la seguridad de la “sociedad del bienestar”, que alberga sólo al 20% de la humanidad. El resto, en un gradiente de precariedades sucesivas, vive, sobrevive, muere en el barrio próspero de la aldea global. Debemos luchar permanentemente para que esta afrenta, esta vergüenza, desaparezca. No puede considerarse como un “efecto colateral” de la crisis sistémica a la que ha conducido cambiar los valores éticos por los del mercado y marginar a las Naciones Unidas sustituyéndolas por grupos plutocráticos.
Sí, es intolerable que se hayan reducido, en lugar de incrementarse, los fondos para propiciar el desarrollo de los países que tantos recursos tienen a veces pero que carecen de las capacidades técnicas para utilizarlos ellos mismos. La cooperación internacional, palabra clave para compartir adecuadamente, se ha ido reduciendo… al punto de que son muchos los seres humanos que no pueden vivir en sus lugares de origen. La conciencia humana no puede tolerar los espectáculos horrendos de Lampedussa y de las vallas con “concertinas”. Europa, con una unión monetaria dominada por los mercados a tal punto de que en Italia y Grecia, la cuna de la democracia, han sido designados gobiernos sin urnas, no puede seguir mirando hacia otro lado. Hay que alzar la voz. Hoy ya lo podemos hacer gracias a la tecnología digital. Presencial o virtualmente, unamos nuestras voces en un gran clamor popular contra estas injusticias, esta enorme violencia que muchos medios de comunicación mitigan cuando la describen sesgadamente. El tiempo del silencio ha concluid.
Caddy Adzuba, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014, denuncia la violación sistemática de la mujer como método de guerra en el Congo. Además de la violencia de género, ¿qué otras violencias hace la guerra?
Desde tiempo inmemorial, el vencedor ha humillado al vencido, ha arrasado sus vestigios culturales, ha hecho todo lo posible para borrar páginas de historia… El mérito de Adzuba estriba en poner valientemente de manifiesto el “horror” de la guerra, como lo refiere el inicio de la Carta de las Naciones Unidas. Como la inmensa “violencia” en todos los órdenes de la guerra de Irak, basada en la simulación y la mentira, razones puramente económicas y geoestratégicas y que ha producido tal cantidad de muertos, mutilados, desplazados… Es otro disparate intolerable promovido por el Partido Republicano de los Estados Unidos con el Reino Unido de Blair y la España de Aznar, acólitos culposos… ¿Y las represalias desmesuradas del Israel de Nethanyahu bombardeando escuelas y hospitales?… Y, a todo ello, Europa mirando hacia otro lado…
“Hay momentos en los que la única manera de salvarse a uno mismo y de salvar a los que quieres es muriendo o matando”, repite frecuentemente Mohamed en la novela “Dispara, yo ya estoy muerto”, de Julia Navarro ¿Es siempre la violencia la única forma de responder a la represión?
Si no hay evolución hay revolución que es, en general, semilla de lenta germinación. Pero cuando llega la movilización de los pueblos, es imparable. En el actual horizonte aparecen, sin embargo, por primera vez en la historia, la posibilidad de plantear en el ciberespacio y no en la calle, las grandes manifestaciones populares. Hoy, “Nosotros, los pueblos…” debemos recurrir a la manifestación del sentimiento popular, de las protestas y propuestas, del sereno ámbito digital. En muy pocos años, esta participación ciudadana consolidará la democracia y evitará reacciones apresuradas y represiones violentas. Por fin, la voz, la palabra, el clamor para atemperar planteamientos apresurados basados en la fuerza. En muy pocos años, la gran transición de la fuerza a la palabra será una realidad.
René Girad, en la violencia y lo sagrado, establece que “toda sociedad humana está fundada sobre la violencia”. ¿Es la violencia un componente de nuestra propia naturaleza, una exigencia de la convivencia, o es consecuencia de las “circunstancias”?
La violencia no es inherente a la condición humana. Ya en 1985, en una reunión de neurocientíficos de todo el mundo, se estableció en Sevilla, de forma muy clara, que con violencia no se nace, la violencia se hace. Por lo que es muy importante consultar la “Declaración sobre la violencia” adoptada en Sevilla en 1985 y avalada en 1989 por la Conferencia General de la UNESCO. Los dictadores desean escudar y excusar sus acciones aludiendo a la “violencia congénita”. Debemos proclamar con las voces unidas, con las manos unidas, que se induce y se inculca y que hoy los pueblos son conscientes de las facultades distintivas creadoras, que cada ser humano único debe actuar en virtud de sus propias reflexiones y no al dictado de nadie. “Los derechos humanos, se dice en el párrafo primero de la Declaración Universal, son para liberar a la humanidad del miedo”. Hasta hace pocos años, los seres humanos nacían, vivían y morían en espacios muy restringidos. Vivían confinados, temerosos, invisibles… El tiempo de la emancipación ha llegado. Aprender a vivir juntos, todos distintos, todos unidos en los “principios democráticos” que se establecen en la Constitución de la UNESCO: justicia, libertad, igualdad y solidaridad. La violencia no es inherente. Por fortuna, las que son inherentes son estas cualidades. El misterio, quizás el milagro, de la existencia humana.
Desde el “ojo por ojo” y los fármakos griegos, etc. las sociedades siempre han tenido algún tipo de artilugio, magia o religión, para controlar la presencia de la violencia. Cuando estos medios ya resultan insuficientes, ¿de qué otros instrumentos dispone la sociedad para controlar la violencia?
“El instrumento” supremo para ejercer plenamente las capacidades exclusivas a las que acabo de hacer referencia, es la educación. Educación para todos durante toda la vida, para contribuir a la formación de seres humanos “libres y responsables”, como tan lúcidamente define a los educados el artículo 1º de la Constitución de la UNESCO. Educación es mucho más que capacitación, que información, que formación en habilidades y destrezas. Educación es dar alas propias, sin adherencias, para el vuelo alto en el espacio infinito del espíritu. Por eso no debe basarse en informes de instituciones económicas, sino en los principios éticos que permiten a cada uno actuar en virtud de sus propias reflexiones. ¡La esperanza humana radica, precisamente, en ser uno mismo, en “dirigir con sentido la propia vida”, según la excelente definición de D. Francisco Giner de los Ríos! No debemos dejarnos nunca influir por dogmas, que llevan al fanatismo, al extremismo, a la auto-violencia. Pensar, imaginar, anticiparse… y no actuar nunca al dictado de nadie. La palabra “limpia” procedente de la propia meditación y de la escucha, es el gran “instrumento” para vivir dignamente, a la altura de las extraordinarias facultades humanas que no deben atenuarse ni reducirse por el inmenso bullicio mediático, que nos convierte en espectadores en lugar de actores, en lugar de ser protagonistas, en lugar de poner en nuestras manos las riendas del destino.
¿Qué papel están jugando a este respecto la educación, los medios de comunicación, las fuerzas de seguridad…?
Los medios de comunicación deben ser fidedignos. Es muy distinto escribir que describir. Cuando se escribe puede expresarse libremente una opinión, en un texto debidamente suscrito. Pero, cuando se describe lo que acontece, es exigible que se adapte totalmente a la realidad. Hoy, por desgracia, muchos medios de comunicación son “la voz de su amo”. Los buenos periodistas no sólo se acercan en la mayor medida posible a lo que ha sucedido, sino que procuran hacer referencia al conjunto, las proporciones reales relativas a lo que se notifica. Decía Bernard Lown, Premio Nobel de la Paz de 1985, que “sólo en la medida que seamos capaces de ver los invisibles seremos capaces de hacer los imposibles”. Ver los invisibles, lo que no es extra-ordinario, lo que no es noticia, lo que refleja a la inmensa mayoría.
Las fuerzas de seguridad deben estar especialmente entrenadas para que se respeten las leyes justas. No se trata de Estados de derecho sino de justicia… y esta debe ser la gran misión de los parlamentos auténticamente democráticos. Las fuerzas de seguridad no deben obedecer a aquello que pueda llevarles a ser “agentes de violencia” en lugar a agentes de seguridad ciudadana. El parlamento debe ser diligente supervisor de la aplicación a los ciudadanos de pautas generales de conducta basadas en los derechos humanos. Por eso, no deben aprobarse leyes, y menos cuando son de cuestiones esenciales como la educación, la sanidad…, por el hecho de disponer de mayorías absolutas. La palabra “absoluta” es la antítesis de la “democracia”. En el actual proyecto de la “Declaración Universal de la Democracia” se incluyen los mecanismos correctores apropiados para que se garantice la justicia y no la discrecionalidad, el papel que deben jugar los ciudadanos “libres y responsables” y no los sometidos silenciosos. La democracia no consiste en contar a los ciudadanos sino en tenerlos en cuenta permanentemente. La solución es una democracia genuina.
Algunos textos del evangelio, no digamos de la Biblia, respiran una gran violencia: “¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? Os digo que paz no, sino división…” (Lc 12, 51-53);… el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada” (Lc 22, 36). ¿Son violentas las religiones?
En general, no. Depende de las interpretaciones. Si los creyentes son realmente libres no hay peligro. El amor y la solidaridad, la mano tendida y no la mano alzada y armada se hallan en la base misma de las creencias, de quienes piensan que si la vida es inverosímil también la muerte puede serlo. Cada ser humano es el que debe elegir libremente al respecto. La libertad, al filo exacto de las luces y de las sombras, de las certezas y de las incertidumbres. Cuando las creencias se adueñan de la conciencia, cuando la religión es miedo en lugar de espuela para vivir intensamente, entonces la duda, la reflexión se sustituye por la coacción intelectual. De nuevo, se trata de pasar de súbdito a ciudadano, de sometido alicorto, a libérrimo, a “dirigir la propia vida”,… sabiendo que no debemos someternos a dictados que reduzcan la plenitud humana. “Amar al prójimo como a ti mismo” es, en resumen, el mandato supremo de las religiones. La esencia es lo que importa.
¿Cómo controlar la violencia hoy? Criterios para establecer la paz.
Los criterios para establecer la paz se hallan muy bien expresados en la Declaración y Plan de Acción sobre una Cultura de Paz. Es necesaria la transición desde una secular cultura de imposición, dominio y guerra, a una cultura de encuentro, conversación, conciliación, alianza y paz. De la fuerza a la palabra. Esta es la gran inflexión histórica que se avecina.