Reflexión: Los mas astutos

Los más Astutos. Antonio Zugasti.

No voy a empezar otra vez con la conocidísima ristra de lamentaciones sobre la situación actual: los seis millones de parados, el deterioro de la sanidad y la educación, la pérdida de derechos, etc. Lo que sí pido que no olvidéis es que, a pesar de todo eso, la mayoría de nuestro país seguimos estando entre los privilegiados de la humanidad. Es verdad que el campo de los privilegiados se extiende casi hasta el infinito: hay privilegiados de superlujo, de lujo, de primera clase, de segunda y de tercera. Creo que la mayoría de nosotros estaremos entre esos privilegiados de tercera clase, pero privilegiados al fin y al cabo. Así que, cuando hablemos de lo mal que estamos, tengamos muy presente que la mayoría de la humanidad está mucho peor. Estamos bajando, pero cometeríamos una grave injusticia si olvidáramos que mucho más abajo malviven, o malmueren,  las grandes masas de América Latina o de la India, y que ahí está el estremecedor drama de África.

Tampoco me voy a detener en unas cifras tópicas: el 99% y el 1%. No conozco datos objetivos para lanzar esas cifras. A mí me parece que es una estimación bastante exagerada. Más bien sería una metáfora con la que se pretende resaltar la cantidad de gente perjudicada por la crisis frente al grupito de los que se están forrando con ella.

Intentando ser un poco más realista, calcularía, como estimación subjetiva sin pretender que se trate de unas cifras basadas en datos sociológicos, que en nuestra sociedad de un 10% a un 20% se está beneficiando con la crisis, o por lo menos no le causa ningún trastorno, incluso la depresión general les puede proporcionar algunos beneficios personales. El resto somos los indignados, o más bien los cabreados; más o menos perjudicados por la crisis no nos cansamos de lanzar nuestras diatribas contra los que consideramos culpables de ella, en primer lugar contra los políticos.

Con una base más objetiva se publican datos sobre la intención de voto de los españoles y españolas. Y, sorprendentemente, ese 80 o 90% de perjudicados se muestra claramente incapaz de construir una fuerza política capaz de dar un vuelco a la situación. Esto nos debería hacer pensar seriamente en los motivos de este empantanamiento. Nadie niega que somos un país formalmente democrático, que cada cuatro años podemos ejercer el derecho al voto, y que podríamos elegir un gobierno que fuera por caminos diametralmente opuestos a los que siguieron y siguen Zapatero y Rajoy. Pero esto último ni lo hemos hecho, ni se vislumbra en el horizonte. La mayoría se muestra totalmente incapaz de ir más allá de las manifestaciones verbales de cabreo, ni siquiera llegan a participar en las manifestaciones callejeras de repulsa a la situación.

¿Por qué? ¿Qué nos pasa? Considero que es imprescindible reflexionar sobre la mentalidad dominante en nuestra sociedad, sus aspiraciones, sus esperanzas y sus temores. Se trata de una cuestión clave en el momento actual. Sin embargo no veo que se piense demasiado en este tema. Lo que corre por Internet es una multitud de iniciativas centradas en combatir los privilegios de los políticos, como si de ellos nacieran todos los problemas. Se apuesta por un menor número de puestos políticos, menos sueldo, menos coches oficiales, menos asesores bien pagados, menos opíparas jubilaciones… Todo eso, en general, lo veo muy bien, pero esperar de esas medidas la solución a una imponente crisis mundial me parece que es más infantil que esperarla de una carta a los Reyes Magos.

A mí me parece que estamos contemplando entre nosotros el cumplimiento de una afirmación de Jesús de Nazaret: “Los hijos de las tinieblas son más astutos con su gente que los hijos de la luz” . ¿A quiénes se refería Jesús cuando hablaba de los “hijos de las tinieblas”? Pienso que el campo de las tinieblas es muy amplio, y sus hijos no podemos verlos encarnados en un solo grupo o clase de personas. Pero también hay pasajes del Evangelio que nos permiten identificar muy claramente a algunos de estos “hijos de las tinieblas”. Podemos pensar en una contraposición radical de Jesús: “No podéis servir a Dios, y a la riqueza” (Mt  6, 24). Frente a Dios, Jesús señala un ídolo con gran capacidad de atracción. Un ídolo enormemente dañoso pues empuja al enfrentamiento, a la lucha de unos hombres contra otros, al despojo de unos para el enriquecimiento de otros. Los que dan culto a este ídolo estarían, sin duda, entre esos “hijos de las tinieblas” más astutos que los “hijos de la luz”.

Entre nosotros el culto al ídolo de la riqueza es muy fácil de identificar, se trata del sistema capitalista donde el amor al dios dinero, la aspiración a la riqueza es el mandamiento supremo, y la competencia, la lucha con los demás, la forma de servirle. Pues tenemos que reconocer que estos “hijos de las tinieblas” han sido mucho más astutos que los “hijos de la luz”, los que han pretendido dar de comer al hambriento y de beber al sediento.

Los adoradores de la riqueza han sido muy  astutos logrando desactivar la carga subversiva encerrada en las palabras de Jesús. Ya desde hace muchos siglos han buscado un camino para hacer compatible la adoración a Dios y a la riqueza. Y lo han hecho con la apariencia de un enorme respeto a la voluntad soberana de Dios: “Dios es el supremo Señor de cielo y tierra; Dios ha querido que unos nazcan pobres y otros nazcan ricos. ¡Hágase su santa voluntad!”.

Ese razonamiento tenía un problema: la Iglesia podía denunciar su falsedad. Pero también para eso encontraron una solución: hacer rica a la jerarquía de la Iglesia. Y efectivamente no hubo problema.  Es verdad que con eso no lograron acallar todas las voces críticas, pero el discurso oficial de la Iglesia pasó a admitir tácitamente la compatibilidad de lo que Jesús había declarado incompatible.

En el evangelio no sólo encontramos una condena de la riqueza, sino una alabanza de la pobreza. La astucia de las tinieblas no les llevó a oponerse a ese elogio de la pobreza, al revés, insistió en ello, ensalzó la pobreza como una virtud tan maravillosa que, como la castidad, era propia de unos grupos selectos, los llamados por Dios a ser perfectos. Pero para los demás cristianos, buenos cristianos pero no llamados por Dios a una vocación tan extraordinaria, la búsqueda de la riqueza, lo mismo que el matrimonio, era lo normal.

Muchos “hijos de la luz” mantuvieron los criterios de Jesús, rechazando la riqueza y abrazados a la pobreza, pero de alguna manera se vieron envueltos en el clima general y vivieron la pobreza como una vocación personal. No llegaron a denunciar con suficiente radicalidad la postura de la jerarquía en el tema de la riqueza. Y es que desde luego en tiempos pasados hacía falta muchísima astucia para lanzar semejante denuncia y no acabar en las garras de la santa inquisición.

El éxito de esta astuta estrategia es evidente. El capitalismo es la consagración plena del dios riqueza y la proclamación de su mandamiento fundamental: “amarás al dinero con todo tu corazón, con toda tu alma y todas tus fuerzas”, y el segundo semejante a este: “competirás sin descanso con tus prójimos para apoderarte de toda la riqueza posible”. Pues el capitalismo fue a surgir precisamente en Europa, un continente unánimemente proclamado cristiano, sin que ninguna de sus autoridades religiosas planteara ninguna objeción al imperio del capital.

Llegados a la época contemporánea,  han existido muchas personas, con creencias muy distintas, pero con la suficiente sensibilidad humana para considerar totalmente rechazable este culto a la riqueza, con todo lo que supone de sufrimiento para gran parte de la humanidad. Serían los actuales “hijos de la luz”, como lo fue el samaritano de la parábola. Un fallo que cometieron es que no fueron capaces de diferenciar lo que es una sensibilidad religiosa abierta  a la trascendencia, de las posturas de las jerarquías religiosas. No valoraron las enseñanzas de los grandes maestros religiosos, para los cuales la solidaridad con el prójimo y la compasión con el dolor ajeno son fundamentales en una actitud religiosa auténtica. Vieron sólo lo religioso representado en una jerarquía alineada con los poderes imperantes en la sociedad, incluso con el poder de la riqueza.

La triste consecuencia es que los intentos de liberar a la humanidad de un sistema injusto e inhumano como el capitalismo, se realizaron frecuentemente atacando al mismo tiempo las creencias religiosas de cualquier tipo. Esto ha tenido unas consecuencias nefastas, pues el sentimiento religioso es algo muy profundo en los seres humanos, por más que hoy parezca en ciertos ambientes que crece imparable una gran indiferencia religiosa. El ateísmo militante de que habitualmente ha hecho gala el pensamiento socialista ha empujado a multitud de creyentes a alinearse en defensa de posturas conservadoras que nada tienen que ver con una visión evangélica de la vida. Por otra parte, ha supuesto dejar de lado la fuerza crítica que tiene el mensaje de Jesús y la energía y la firmeza que proporciona a la acción humana una fe religiosa profunda, con lo que esta fe puede impulsar al compromiso.

También en otros campos muy sensibles para los seres humanos ha destacado la astucia de los “hijos de las tinieblas”. Concretamente en los temas de la felicidad y la libertad. La búsqueda de la felicidad es una constante en los seres humanos. Pero no está nada claro cómo se llega a ella. La discusión sobre la forma de alcanzarla ha sido un tema recurrente en el pensamiento humano. Hasta que en este debate, en el que se dan dudas y vacilaciones, irrumpe el capitalismo con una fórmula contundente, clara y simple: la felicidad se puede comprar, sólo necesitas poder adquisitivo para comprarla y ser feliz. Es una fórmula simplista, humanamente muy burda, pero, por motivos en los que aquí no podemos extendernos, tiene un gran éxito.

La astucia de los “hijos de las tinieblas” vuelve a triunfar: nace la sociedad de consumo. Como escribe el sociólogo inglés Robert Bocock: “Son justamente las esperanzas de la gente corriente de tener capacidad para consumir bienes y una creciente variedad de experiencias organizadas para el consumidor, desde viajes hasta deportes, lo que ha ayudado a legitimar el capitalismo a partir de los años cincuenta”. Una legitimidad que, en palabras del mismo autor, llega a lo más profundo de la personalidad: “Los bienes de consumo, la publicidad que se hace de ellos y su representación en numerosos programas y películas en televisión, despiertan los de­seos inconscientes y ayudan a legitimar el capitalismo, no tanto intelectual o moralmente, sino a nivel del inconsciente”.

Mirando al campo político de oposición al capitalismo, más que de respuesta habría que hablar de rendición incondicional. Erich Fromm lo sintetiza con este párrafo: “El socialismo y el comunismo rápidamente cambiaron, de ser movimientos cuya meta era una nueva sociedad y un nuevo Hombre en movimientos cuyo ideal era ofrecer a todos una vida burguesa, una burguesía universalizada para los hombres y las mujeres del futuro. Se suponía que lograr riquezas y comodidades para todos se traduciría en una felicidad sin límites para todos”. Efectivamente desde la izquierda se ha asumido el modelo capitalista de bienestar sin darse cuenta de los efectos que eso causaba en la mentalidad de la sociedad.

Desde la jerarquía religiosa no se podía admitir en silencio una invitación tan clamorosa a la búsqueda del placer y la comodidad. Pero la respuesta ha venido desde una ascética anacrónica y una etérea crítica al hedonismo sin la menor incidencia social.

En el terreno de la libertad los de las tinieblas han tenido la astucia de presentar el liberalismo económico como una gran conquista de toda la humanidad, una garantía para la libertad de los individuos, mientras que en el campo contrario se ha ido dando tumbos. Las respuestas no han podido ser más distintas; van desde la libertad a ultranza del anarquismo a la dictadura del partido en la Unión Soviética. Para acabar la socialdemocracia asumiendo la democracia formal que propone el capitalismo.

La consecuencia de todo esto es que “el capitalismo ha seducido a sus propias víctimas”. Hoy las víctimas abren los ojos y reconocen su condición de víctimas. Pero no son capaces de sacudirse la seducción. Tenemos que aprender de la astucia de los “hijos de las tinieblas” y de nuestros propios errores. Renovar profundamente la izquierda e imaginar un horizonte nuevo que realmente sea atractivo para toda la humanidad y no dependa de la riqueza de cada uno. 

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