“Las Lampedusas de Europa”.
Manmen Castellano Paredes.
Los pasados 4 y 5 de abril me invitaron a participar en un congreso en Lampedusa (Italia), que se organizaba bajo el nombre de “Lampedusa, ciudad de Europa. Por una Europa de hombres, mujeres, dignidad y derechos”. Para comenzar os tengo que decir que fue un privilegio poder pisar aquellas tierras que allá por 2013 pisara el papa Francisco y a las que llegan tantas y tantas personas buscando un futuro mejor para ellos y para sus familias. Ha sido una experiencia para conocer esas realidades de Europa que nos debe avergonzar que siga existiendo y sobre todo creo que ha sido un revulsivo para saber dónde y por qué estoy dónde estoy, para reafirmar mi compromiso por la lucha por la justicia y la igualdad de derechos de todas las personas procedan de donde procedan. Y como no me puedo quedar para mí con todo lo vivido, en esos días me comprometí conmigo misma a difundir toda esa información para que la ciudadanía europea sea más consciente de lo que está pasando y se está haciendo con las personas que llegan.
¿Qué significa Lampedusa?
Lampedusa es una isla al sur de Europa, de la región de Sicilia, más próxima a Túnez y Libia que a la propia Italia. Es una pequeña isla, preciosa, de apenas cuatro mil habitantes, muy atractiva para el turismo por sus playas, acantilados, reservas… Pero para nosotros es el centro de algo más, es un ejemplo de todo el sufrimiento que generan las diferencias Norte-Sur en nuestro planeta y cómo lo único que hacemos los ricos por protegernos son fronteras y militarización de nuestros mares.
El pasado 3 de octubre de 2013 una embarcación con más de 500 personas naufragó frente a las costas de Lampedusa. Hubo más de 130 muertos y más de 250 desaparecidos. Este ha sido el último caso que ha conmocionado a la opinión pública italiana, pero no es el único. En palabras de la alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, más de 20.000 personas han perdido la vida en nuestras costas y alguien tiene que pagar por esto.
Lampedusa no es sólo un símbolo de todas las muertes que la política de control de fronteras de la Unión Europea está generando, también es un signo de esperanza, es un ejemplo de que tenemos otra manera de hacer las cosas. Cuando escuchas hablar a la alcaldesa de Lampedusa, la esperanza vuelve a aparecer, te das cuenta de que no todos los políticos utilizan a estas personas que pierden su vida o la arriesgan para ganar votos o para intereses económicos. Observas como hay una clase política honrada, que es capaz de defender los derechos de sus paisanos y paisanas, sin pisotear a los extranjeros que llegan a su isla, sino más bien practicando una acogida ejemplar con ellos. Esta mujer está llena de fortaleza, fruto de los ciudadanos y ciudadanas que la representan, tanto una como los otros han estado siempre a la altura de las circunstancias. La primera, cuando no se corta ni un pelo para acusar de asesinos a los estados europeos y a la Unión Europea, como responsables de todas y cada una de las muertes que a lo largo de los últimos 20 años han sucedido en el Mediterráneo. Los segundos cuando en 2011 la población de la isla se triplicó con la llegada de personas inmigrantes en embarcaciones, no respondieron con odio, rechazo, racismo o xenofobia hacia el extraño, sino que lo hicieron con acogida, apoyo, ayuda, solidaridad… palabras que en aquellos momentos adquirían más significado que nunca.
Cuando escuchas hablar a la alcaldesa, al párroco y a la Asociación de Emprendedores de Lampedusa y paseas por sus calles, te das cuenta de que las necesidades que tienen en la isla nunca van a impedir que acojan al que lo necesite. Económicamente cuesta menos acoger a estas personas que expulsarlas con operaciones como Frontex, Mare Nostrum, Plan África…; pero es que si hablamos de conciencias, ¿cuánto tiempo más podremos llevar sobre nuestras conciencias los europeos tantas muertes?
Otras Lampedusas europeas.
Yo era la encargada del encuentro de presentar la situación de Ceuta y Melilla, lo que ellos denominaban “las otras Lampedusas del Mediterráneo”. Preparando mi presentación se me caía el alma a los pies de pensar que todos y cada uno de los españoles y españolas somos cómplices de lo que pasa en Ceuta, Melilla, Canarias o el Estrecho y que quizás no estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para parar esta situación.
Analizando los últimos 10 años de la frontera sur de nuestro país, me daba cuenta de todas las barbaridades, vulneraciones de los Derechos Humanos que nuestro país ha cometido con el beneplácito y el apoyo de la Unión Europea y lo que es peor, con el apoyo de la población en general.
Es necesario que la población esté informada, es necesario que todos y cada uno de nosotros y nosotras, transmitamos la información que tenemos, ya que la información que trasladan los medios de comunicación y los políticos en la mayoría de las ocasiones está manipulada. Tenemos que empezar a hablar alto y claro y hacernos escuchar en los juzgados, en los tribunales, en los medios de comunicación y sobre todo en las calles. Tanto sufrimiento no puede quedar en el fondo del mar, tantas vidas arruinadas no pueden ser para nada. Tenemos el deber de hablar por todos los sin voz, por todos los que se ahogaron o fueron expulsados al desierto o condenados a muerte en sus países.
No son pocos los atropellos que se han cometido en nuestras fronteras, bien ejecutados por nuestras autoridades o en colaboración con las de otros países del norte de África (cada día más los países europeos apuestan por externalizar el control de sus fronteras y les pagan a otros países para que les controlen las fronteras). Algunas situaciones que he recopilado en estos días son las siguientes: 15 muertos en la playa del Tarajal en Ceuta cuando intentaban llegar a nuestro país en febrero de 2014 al igual que otros 2 en septiembre de 2007, solicitantes de asilo (que tenían su vida en peligro en su país) expulsados en la misma frontera sin derecho a solicitar asilo y sin cumplir nuestra propia normativa, menores de edad bajo la tutela de las administraciones españolas expulsados por la frontera sin posibilidad de defenderse, embarcaciones hundidas por embestidas de patrulleras españolas, inmigrantes abandonados a su suerte en el desierto de las fronteras de Marruecos o Mauritania en virtud de acuerdos internacionales que claramente incumplen los Derechos Humanos, reforzamiento de unas vallas que para lo que sirven es para crear más sufrimiento en las personas que intentan saltarlas. Y todo ello para evitar una inmigración de unos miles de personas, que no llegan ni al 10% de todas las que llegan a nuestro país, que no quieren quedarse en él en general y que sólo ven a España como un país de tránsito. ¿De verdad nos merece la pena tanto sufrimiento?
Y nosotros y nosotras, ¿qué podemos hacer?
Como ciudadanos y ciudadanas, creo que hay cosas que no es que podamos hacer, sino que no podemos dejar de hacerlas. Tenemos que difundir toda la información que tenemos y exigir y hacer reflexionar en la medida de nuestras posibilidades a los políticos que nos representan y a los medios de comunicación que trasladen una información veraz. Un paso previo e indispensable es estar informado y saber discernir de toda la información que recibimos cuál es veraz y ajustada a la realidad y cuál no.
Además tenemos que apoyar a las personas y entidades que se atreven a demandar y denunciar jurídicamente y públicamente estos hechos, con todo nuestros esfuerzos, apoyando y dando difusión de ello.
Por último, creo que es importante que nunca nos quedemos en lo superficial de las cosas y que veamos cómo nos afectan al corazón y las entrañas, son hechos demasiado graves como para que nos dejen indiferentes. Para poder ejercitar esto, quiero terminar este artículo invitándoos a participar en una campaña que se llama MUÉSTRANOS TU FRONTERA, a través de la cual se quiere hacer consciente a las personas de cuáles son sus fronteras que los separan de los demás. Puedes encontrar más información en www.cualestufrontera.org y enviando tus aportaciones a cualestufrontera@acoge.org.