Marinaleda, entre la utopía y el mundo real.

Marinaleda, entre la utopía y el mundo real.

Luis Pernía Ibáñez. CCP Antequera.

 Suena un poco a ciencia ficción. Una pequeña localidad, liderada por un alcalde carismático, intenta, desde hace tiempo y ahora mismo, convertirse en una utopía comunista en Andalucía, a pesar de su colisión con el mundo real, lleno de violencia social y de radicalismo. “Un pueblo donde las casas las fabrican los propios vecinos, donde una hipoteca cuesta quince euros al mes y donde se practica deporte en un polideportivo decorado con un enorme mural del Che Guevara. Un pueblo donde se pasea por la avenida de la Libertad y la calle Jornaleros, y se toma el fresco en las plazas del Pueblo y de Salvador Allende. Esa pequeña localidad a cien kilómetros de Sevilla es Marinaleda, y durante los últimos treinta y cinco años ha sido el centro de una incansable lucha por crear una utopía viviente”, como escribe el periodista británico Dan Hancox.

Efectivamente, Marinaleda, un municipio de la provincia de Sevilla, que pertenece a la comarca de Sierra Sur y situado en la cuenca del Genil, es conocido por su experiencia social, basada en una ideología de izquierdas, liderada por Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde del municipio desde 1979, perteneciente al Colectivo de Unidad de los Trabajadores – Bloque Andaluz de Izquierdas (CUT). Este municipio, organizado en la lucha obrera y campesina, ha logrado un alto índice de desarrollo y, prácticamente, el pleno empleo para toda su población. El desarrollo de un modelo económico alternativo al capitalista con unos resultados notables, incluso durante la actual crisis. Forma parte de la “Red de Municipios por la Tercera República” y la bandera tricolor se encuentra presente en los edificios civiles.

Las peculiaridades del pueblo son innumerables. No tiene policía local; y solo cinco administrativos, el interventor y el secretario cobran por el trabajo en el ayuntamiento. Los servicios como la guardería o la piscina son prácticamente gratuitos. Un grupo de cultivo ecológico provee de comida al comedor infantil. Y luego están las casas: 150 viviendas del pueblo han sido levantadas por los vecinos apoyándose en un plan de subvenciones de la Junta, que paga los materiales de construcción si los vecinos se toman los dos años necesarios del grueso del trabajo.

A través de asambleas se resuelve todo en este pueblo de 2.600 habitantes, encarnación de la utopía del campo andaluz desde que en los ochenta consiguió que la Junta de Andalucía expropiara 1.200 hectáreas de tierra al duque del Infantado y se las cediera a jornaleros que hasta entonces vivían en un régimen casi feudal, sin más perspectiva que trabajar las tierras del aristócrata los meses que a este le conviniera. Ahora en Marinaleda todo requiere discusiones y debates maratonianos.

Se instituyeron en la cooperativa El Humoso y eligieron los cultivos para los que era necesaria más mano de obra, como la alcachofa, el pimiento y la aceituna. Todo lo que gana la cooperativa se reinvierte en crear más empleo. Ante la evidencia de que con el dinero que se paga en el mundo moderno por los productos del campo no tenían suficiente, en 1999 abrieron una fábrica de envasado de sus productos. Pero en la actual coyuntura también buscan  abaratar costes continuamente para que la competencia no los aniquile. Han necesitado automatizar al máximo los procesos, y todo el recorte de personal que hacen por ese lado intentan solucionarlo abriendo nuevas vías de negocio: ovejas, cultivos ecológicos… La cooperativa bracea por sobrevivir buscando recetas para resistir los precios bajos que fijan las grandes compañías.

Son también el alma del SAT (sindicato andaluz de trabajadores). Las  acciones del sindicato, en los últimos tiempos, hicieron la vía agraria atractiva para colectivos del 15 M y antisistema, que desde entonces han venido colaborando en proyectos como las corralas okupadas de Sevilla o la finca de Somonte (Córdoba).

La experiencia de Marinaleda no está exenta de polémica. En lo económico, sus críticos señalan el papel que juegan las subvenciones públicas en su supervivencia, aunque en realidad Marinaleda recibe menos que la media de municipios de Andalucía (en el año 2011 recibió en torno al 6,61% menos que la media autonómica). En lo político y social, la oposición denuncia la patrimonialización de los recursos  públicos por parte de Gordillo. Recientemente, las consignas revolucionarias del pueblo aparecen tachadas con espray negro, efectuadas por un grupo de extrema derecha que dejó las paredes emborronadas de amenazas. Para unos lo más cercano a la utopía agraria, para otros un parque temático de la izquierda, Marinaleda vive en el ojo del huracán. Eso hace que Marinaleda tenga la necesidad de justificar su existencia cada día.

 Sobre Sánchez Gordillo y tres hombres más, entre ellos Diego Cañamero, la otra cabeza reconocible del SAT,  pesa la condena del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, acusados de capitanear a 500 hombres en la ocupación de la finca militar Las Turquillas en 2012 para reclamar que se cediera al pueblo de Osuna. También está el millón de euros en multas, que no sabe cómo pagará. Y sobre sus espaldas tiene pendientes varios procesos, como los de los supermercados el mismo 2012. El precio por la lucha está siendo alto para la vida de Gordillo. “Yo he pasado por muchos calabozos y no me importa, pero están despistados con nosotros. No saben lo que somos: no queremos violencia. Yo no le he pegado ni le pegaría nunca a un policía”.

Marinaleda es una lucha, y en la lucha Sánchez Gordillo y sus partidarios no entienden de sacrificios ni de prisioneros o concilios. Solo aceptan los colores puros: el rojo,  y el blanco y verde de su bandera. Sin matices. Por eso y porque cada día hay que enfrentarse a la forma de hacer las cosas en el resto del universo, el proyecto de Marinaleda, para bien y para mal, es un fruto delicado que requiere de continuos cuidados. ¿Podrá Marinaleda conservar su visión utópica frente a la realidad existente más allá de su  término municipal?

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