Provocación social del Evangelio.

Provocación social del Evangelio.

Desde la Evangelii Gaudium.

Evaristo Villar.

Es de agradecer la frescura y grata sensación que está causando  el papa Francisco en su empeño  por recuperar el Evangelio, mayormente olvidado  en la Iglesia posconciliar. Esta recuperación del camino primordial hacia Jesús de Nazaret,  tal y como  aparece en la exhortación Evangelii Gaudium,  no se limita a una mera  evocación como ha venido haciendo, durante décadas,  un frío y distante discurso eclesiástico que lo ha mantenido  enterrado bajo montañas de doctrina.

Contra esa mala costumbre de querer encerrar la  “luz bajo el celemín”, que denuncia el mismo Evangelio (Mc 4,21),  se trata ahora de una verdadera provocación. Se trata de evangelizar desde el Evangelio, de salir del enclaustramiento en uno mismo, de salir de formas institucionales que apagan la creatividad del espíritu, de posicionamientos doctrinales que inmovilizan y de costumbres atávicas que nos devuelven a situaciones y épocas ya superadas…

Se trata de salir de todo esto para  encontrarnos con lo otro, con los otros en las periferias donde ya “nos primerea”  la Buena Noticia,  que es motivo de alegría para la humanidad.  

Precisamente el enrocamiento de la Iglesia en sí misma está siendo en nuestros días una de las causas más determinantes no solo de su pérdida de relevancia pública, sino de la deserción y éxodo de mucha gente y del surgimiento de fenómenos tan contrarios al propio Evangelio como el  “fundamentalismo cristiano” y los  “nuevos ateísmos”,  como ya denunciaba hace casi cincuenta años  el Vaticano II.

En el análisis coyuntural que se hace en la Exhortación,  el cómodo asentamiento en”las propias seguridades” ha  llevado a la Iglesia posconciliar a “cerrar las ventanas” que intentó abrir Juan XXIII y a dar la espalda a la modernidad que quiso recuperar el Vaticano II. Una actitud de miedo, irracional y desconfiado, la ha impulsado no solo a rechazar acríticamente  el fenómeno de la secularización —fruto en gran parte del mismo Evangelio—,  sino también  a considerar  fenómenos  necesarios como  la desmitologización y la desidolatrización religiosas, causas del  “desencantamiento del mundo”,  como una amenazas  a su propia seguridad y supervivencia.

La reacción mayoritaria de los cristianos y cristianas ante estos  fenómenos típicos de la modernidad no ha sido tanto la vuelta a la pasión del Evangelio por  la justicia, cuanto la huída  y el refugio en  un “individualismo enfermizo”, “autoritario y elitista”  que busca un “Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro” (89,94). El papa interpreta este “revival católico”,  que ya denunciaba a finales del pasado siglo  G. Kepel en “la revancha de Dios”[1],  como “un intento de escapar de los demás, renunciando al realismo de la dimensión social del Evangelio”.

La recuperación de esta “dimensión social” es, a mi modo de ver,  el tema dominante de la Exhortación. En ella se apuesta decididamente no solo por la urgente puesta al día de su articulación interna, sino por “una Iglesia en salida”, capaz de “correr el riesgo  del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo”. Una salida que el papa califica provocativamente  como “revolución de la ternura” (88).

Además de la invitación a la alegría y a la compasión como equipaje imprescindible  de viaje, asoma constantemente,  desde todos los ángulos de la Exhortación,  una doble convicción que acompaña y da seguridad al caminante:   que  “el bien siempre tiende a comunicarse (9)” y que “la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad” (10).

El bien que se comunica es el Evangelio,  y  persigue, como objetivo último, “la paz social”, fruto del “desarrollo integral de todos”. Una paz que nunca será posible por imposición, sino por la “participación ciudadana” en un proceso y “proyecto colectivo” (61), respetuoso con la diversidad y multiculturalidad de la ciudad y el mundo actual (219-220).  

Francisco invita a toda la iglesia a participar en este proceso que “acrecienta la vida”. Y esta invitación la hace de forma provocadora, llamando a las cristianas y cristianos    “romper el miedo a las viejas formas” (43), a ponerse “en Éxodo” (21) “abriendo las puertas” (20) y “saliendo hacia las periferias” (20)… Pues, “prefiere una Iglesia accidentada, herida o manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (49).

Después de advertir que estamos asistiendo a un ambiguo “giro histórico”, donde “los avances

que contribuyen al bienestar de la gente”  aparecen mezclados  con patologías que “apagan la alegría de vivir” (52), la Exhortación  denuncia, con  trazos gruesos y proféticos,  el contexto de no-paz donde se está debatiendo hoy día el Evangelio. El escenario no es otro que el inhumano e irracional rostro del mundo actual, dominado por una “economía de  exclusión” (53-54), la “idolatría del dinero” (55-58) y  “la violencia y muerte de la gente y del cosmos” (59-60).

En este contexto de neoliberalismo agresivo,  el papa invita a  los cristianos y cristianas a  la práctica de la “cultura del encuentro” (220). Una invitación que no se reduce a un simple voluntarismo,  movido por el ventajismo de una  estrategia partidista o sectaria, sino que se fundamenta en sólidas raíces. Estas provienen tanto del campo de la psicología antropológica (“salir de sí mismo para  unirse a otros hace bien… la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos”, 87; “la persona humana, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de vida social, y está siempre referida a la sociedad, 115), como del mundo de la teología clásica  (“dimensiones comunitarias y sociales del kerigma”, 177-185).

La práctica de esta forma de encuentro,  que supone un reconocimiento previo del valor de lo diferente, exige siempre un éxodo o salida que, desde la Exhortación, se materializa en un viaje o ruta por tres vías no excluyentes sino complementarias.

 La primera se refiere al éxodo o salida desde lo  privado a lo social. La mayor parte del la Exhortación invita a recuperar esta dimensión social en la práctica cristiana. Por centrarlo en un lugar concreto, pongamos el número 88 que, entre otras muchas cosas, afirma que “el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”.

La segunda supone un éxodo desde lo religioso hasta lo político y aún lo planetario. También esta clave aflora en muchos lugares de la Exhortación. Cito como emblemáticos el número 95 donde se denuncia el fanatismo “por dominar el espacio de la Iglesia. En algunos, se dice, hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos”.  Y más directamente en el número 218: “la dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética”.

La tercera ruta es la que va  desde lo particular a lo universal. Siguiendo la dinámica de la encarnación, el encuentro que propugna la evangelización debe comenzar por el lugar donde uno vive (“necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa”, 71). Pero lo cierto es que como “el tiempo es superior al espacio” y el proceso supera el límite de la coyuntura, el Evangelio desborda siempre cualquier límite de espacio o tiempo (22-225). En este sentido, refiriéndose y reconociendo el valor de todas las culturas, “no haría justicia a la lógica de la encarnación, se dice,  pensar en un cristianismo monocultural y monocorde… El Evangelio “no se identifica con ninguna cultura y tiene un contenido transcultural” (117, es decir, intercultural y cosmopolita.

Anunciar este mensaje en una Iglesia inmersa en el largo “invierno posconciliar” y hacerlo desde el máximo representante de la Iglesia católica, además de sorprendente es provocador. Será cuestión de dejarse alcanzar por la alternativa social  que se está proponiendo.


[1] Cf. Gilles Kepel, La revancha de Dios, Alianza editorial, Madrid 2005.

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