Reflexión: La propuesta de un indeseable:

La propuesta de un indeseable:  de la culpa y el sacrificio a la libertad y la justicia.

Jesús Bonet Navarro.

                Un indeseable para los poderes de su tiempo y para los de ahora: Jesús de Nazaret. Indeseable porque les complica la vida y porque les levanta las cartas de sus valores, muchas veces inhumanos y egoístas.

La culpa y el sacrificio, al servicio del poder

                Si se consigue hacer creer a las víctimas que lo son porque son culpables por algo que han hecho mal -a causa de su falta de cabeza o de responsabilidad-, al poder le resulta muy fácil exigir sacrificios expiatorios y que éstos sean comprendidos, aceptados y considerados inevitables por las víctimas. Al fin y al cabo, es un precio a pagar sostenido por el miedo a consecuencias mayores.

Culpa, miedo y sacrificio: los grandes instrumentos de la manipulación política, económica o religiosa. La culpa y el miedo-ambiente facilitan la acción, casi siempre impune, del manipulador. El poder siempre ha utilizado y utiliza el miedo, la culpa y la exaltación del sacrificio de los de abajo (a los que considera súbditos, no ciudadanos inteligentes en los que reside la soberanía) como herramienta para su propio beneficio. Si se logra sacralizar la necesidad del sacrificio impuesto por los que “saben” lo que hay que hacer para la salvación de los demás, están garantizados la sumisión de éstos, su desmovilización y el aborto de cualquier rebelión. ¡Qué terrible es sacralizar el sacrificio impuesto!

                Estamos hartos del uso hipócrita del vocabulario relativo al sacrificio, sobre todo en la situación actual que es angustiosa para muchos: se llama “sacrificio necesario” a un paquete en el que puede encontrarse cualquier cosa: desahucios, suicidios de gente desesperada, salarios injustos, deportaciones masivas e insensibles de inmigrantes, privatizaciones de la sanidad, de los servicios sociales o de la educación, leyes represivas de seguridad ciudadana, existencia de los inhumanos centros de internamiento para emigrantes, etc. Sacrificio necesario para beneficiar… ¿a quién? Indudablemente, el cinismo y la mentira son el ajuste por defecto del lenguaje de los que no entienden la autoridad como servicio. Lo malo es que mucha gente acepta ese ajuste por defecto como algo normal, pues siempre ha sido y será así.

                Pero la lógica del sacrificio impuesto es la lógica del poder totalitario, para el cual –como dice el refrán- “por el interés, lo más feo hermoso es”. El ídolo monstruoso se alimenta de víctimas humanas, y nunca considera demasiado grande el sacrificio de otros mientras sirva para mantener los propios proyectos y privilegios.

                Ahora bien, el poder se nutre del sacrificio no de todos, sino de los sumisos; gracias a ese sacrificio, puede aquél respirar y perpetuarse. Por ello, el colmo de la perversión es conseguir que el sometido a la fuerza por el poder –sea cual sea éste- se haga a sí mismo sumiso, aceptando como voluntario un sacrificio que le hacen ver como imprescindible para purgar la culpa de la que la víctima, y sólo ella, es responsable. Es curioso que los mismos agentes de poder autoritario que se burlan con frecuencia del sacrificio voluntario de las personas que luchan por bienes y valores que merecen la pena, porque –según aquéllos- esas personas no pertenecen al mundo de los ganadores que se rigen por el triunfo y el placer, …esos mismos agentes promocionan, exaltan y exigen el sacrificio de esas personas, como perdedoras, para que estén al servicio del capital económico.

                Por ello, es necesario llamar a las cosas y a las personas por su nombre: a quienes, después de actuar continuamente en su propio beneficio, se consideran legalmente inocentes (pues las leyes pocas veces caen con todo su peso sobre ellos o, simplemente, son leyes hechas a su acomodo) hay que llamarlos socialmente indecentes y moralmente culpables, porque –también lo dice la sabiduría popular de los refranes- “no crece el río con agua limpia”; el crecimiento del beneficio de unos a costa de otros es siempre agua muy sucia.

Las religiones y su responsabilidad en la exigencia de sacrificios

En casi todas las religiones, los sacrificios ocupan o han ocupado un lugar central entre sus rituales. Sacrificios para adorar o reverenciar a la divinidad, sacrificios para expiar, sacrificios para purificar, sacrificios para prevenir males, sacrificios para santificar, sacrificios para curar, sacrificios para pedir,… ¡Sacrificios! En el inconsciente colectivo de la humanidad el sacrificio religioso es un continuo que no ha desaparecido cuando la sociedad ha seguido un proceso de desarrollo laico; en la misma sociedad laica el sacrificio está presente por todas partes, especialmente el impuesto y aceptado.

                La idea –expresada de diferentes modos en las distintas culturas- de “esto es voluntad de Dios” o “esto es lo que hay que hacer para que Dios esté contento” es prácticamente universal. Se supone que el dios (o la diosa) de la lluvia, o el de la fertilidad, o el de la guerra, o el mismo Dios Yavé sólo son manejables con la magia del sacrificio. Y ha sido esa magia trasnochada, convertida en centro de la vida religiosa, lo que ha servido de herramienta maravillosa de poder religioso en unos casos y de poder político y económico en otros. La magia del sacrificio siempre parece que surte efecto… para los crédulos.

                Voluntaria o involuntariamente, las religiones han enseñado y valorado el sacrificio mágico e impuesto como algo que la persona humana debe aceptar. La política y la economía autoritarias (nuevos dioses de hoy) no han hecho más que aprovecharse de esa huella en el inconsciente colectivo humano. De ahí, la importancia que puede tener hoy el sano mensaje religioso en dirección contraria: rebelión contra el sacrificio impuesto y desmitificación del lenguaje sacrificial.

                Cada vez más, si no quieren perder las religiones su sentido en la vida de hoy, tienen que emitir mensajes que no vengan desde una fe mágica ni sumisa y que vayan en una dirección muy clara y explícita: no podemos aceptar nunca, como solución de los problemas, el sacrificio impuesto por los que tienen el poder, porque más bien causa nuevos problemas y más injusticias. No hay que confundir ese sacrificio con el de aceptar un esfuerzo necesario para lograr un bien que la persona considera mayor que el esfuerzo requerido para obtenerlo. Puedo sacrificarme si quiero, por solidaridad o por un bien que yo considero tal; pero no debo sacrificarme para que aumenten los beneficios de quienes tienen más, ni he de sentirme obligado a sacrificar la satisfacción de las necesidades de quienes lo pasan mal para mantener los lujos y privilegios de los ricos.

Jesús de Nazaret, el indeseable: menos sacrificios y más libertad y justicia

                No se puede negar que la educación cristiana que se ha dado desde hace siglos ha estado marcada por el sacrificio y la resignación ante el sufrimiento y el dolor como algo querido o, al menos, aceptado por Dios para nuestra purificación. La cristología del apóstol Pablo nos presenta casi con más fuerza al Jesús sacrificado en la cruz para redimir pecados que al Jesús que predicaba la buena y alegre noticia del reino de Dios. El tema del sacrificio está demasiado presente en las cartas paulinas y también en la Carta a los Hebreos (ver, p.ej., Hebr 9,14.26; 10,12; 1Jn 4,10), aunque con la buena intención de defender que con el sacrificio de Jesús ya no son necesarios más sacrificios en el futuro para aplacar a Dios. El peso de la mentalidad sacrificial y sumisa del Antiguo Testamento todavía no nos lo hemos sacudido de nuestra cultura, y esto ha sido aprovechado a ciencia y conciencia por los poderes de turno.

                Jesús no fue un encargado de pagar deudas por los pecados de nadie; ése no fue el objetivo de su vida. A Jesús lo asesinaron por proclamar que lo que hacía falta era sustituir tanto culto vacío –que enriquecía a unos pocos- por la libertad y la justicia para todos: “Amar a Dios con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12,33); por eso, el evangelio retoma las palabras que Oseas pone en boca de Dios: “Lo que quiero es misericordia y no sacrificios” (Os 6,6). Otros profetas del A.T. denunciaron también esa centralidad del sacrificio en la práctica ritual del pueblo hebreo, aunque el pueblo no hizo caso: “Cuando saqué a vuestros padres de Egipto, no les ordené ni hablé de holocaustos ni sacrificios; la orden que les di fue: ‘Obedeced mi voz, y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os señalo y os irá bien’” (Jer 7,22-23). Y en la misma línea se expresa el libro de los Proverbios: “Practicar el derecho y la justicia Dios lo prefiere a los sacrificios” (Prov 21,3).

                El Dios de Jesús no es el dios de las cuentas pendientes, de las condenas, de la necesidad continua de justificación –escribía hace años ya J. M. Mardones en Matar a nuestros dioses-. Tampoco es un dios que sacraliza el sufrimiento y para el que el placer y el saber disfrutar de la vida son sospechosos de pecado. Un Dios como es el de Jesús –tomo palabras del Papa Francisco- “es un Dios incontrolable, inmanejable e incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud” (Exhortación La alegría del evangelio, 57).

No podemos olvidar que Jesús fue condenado porque era un indeseable para quienes tenían el poder: se opuso a los sacrificios (injusticias, exclusiones, desigualdades, pobreza) a los que era sometido su pueblo. No murió porque quería lavar los pecados de nadie; lo asesinaron por denunciar a los poderes que exigían sacrificios al pueblo y se beneficiaban de esos sacrificios. Jesús no fue ni un conformista, ni un sumiso ante el mal, ni un tonto, sino una persona que se solidarizó con las víctimas y desnudó el cinismo, la mentira y la injusticia que procedían del poder.

                Jesús vivió con intensidad la idea de que si se acepta el sacrificio como algo necesario o incluso sagrado, está garantizado que van a aceptarse los sufrimientos, desigualdades e injusticias como necesarios también, porque, tal vez, en el fondo, sean voluntad de Dios. La postura de Jesús es que no hay ningún sufrimiento que sea bueno ni que sea un medio agradable a Dios para conseguir otro fin; tampoco hay ninguna desigualdad ni ninguna injusticia que puedan aceptarse como medio para nada y, mucho menos, para obtener el visto bueno de Dios. Desmitifiquemos a ese dios.

                En cambio, hay que denunciar constantemente y en voz alta a quienes pretenden imponer sacrificios al mismo tiempo que ellos viven a costa de las víctimas, porque “lían fardos pesados y los cargan en las espaldas de los demás, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo” (Mt 23,4), y olvidan lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la honradez (Mt 23,23). Sólo así, sin callarnos, la verdad nos hará libres (Jn 8,32), una libertad que estamos llamados a disfrutar (Gál 5,1.13) y que no es un regalo que ningún poder nos hace.

Deja una respuesta